Gregorio Ordóñez
Hughes
Abc
Se cumplieron 25 años del asesinato de Gregorio Ordóñez. Al hablar de una figura así lo primero es presentar los respetos a sus familiares y amigos, cosa que hago asumiendo por un instante la primera persona. Después, evitar fraseología hueca. El «murieron por la libertad, la igualdad, la convivencia...». Sí, y por España. Los más de 800 muertos no murieron sólo por unos ideales elevados pero vagos, sino también por algo muy concreto. ¿Cómo consiguieron que recordar a un muerto sonara a trámite?
Se dice que Ordóñez podía haber llegado a alcalde de San Sebastián. Su capacidad de comunicar conectaba con la gente y sus ideas concitaban la adhesión del tradicional liberalismo no necesariamente nacionalista de la ciudad. Por eso se le eliminó. Fue eliminado de raíz, y con ello su poder de arrastre y galvanización. Algunos asesinatos de ETA fueron especialmente estratégicos.
Hemos vivido en España cosas atroces que ahora se quieren superar, es decir, olvidar, con una placa y un lenguaje postizo y confuso. Se vivió aquí un intento de exterminio humano y político. Lo primero es irrecuperable, y sólo cabría exigir justicia para los crímenes no resueltos, algo a lo que el PSOE se negó esta semana en Europa; el exterminio político, la persecución de ideas, el exilio o el silencio, ¿cómo se recuperan? ¿Cómo se indemnizan?
Los muertos no merecen olvido, se dice, aunque es lo que van teniendo, pero ¿basta sólo con recordar? ¿Basta con el momento político del recuerdo, con la efeméride y el comentario oficial? ¿No merecerán lealtad los muertos, que se vea su obra hecha, su ideal cumplido?
Ahora que algunos plantean una segunda transición fundada en el rencor cainita de la Guerra Civil (no pocas veces hijos o patrimonios salidos del franquismo), y que sobre los muertos del lado republicano quiere sustentarse un «Nuevo Tiempo» «antifascista», esos más de 800 muertos de ETA quedan como un interrogante, como un enorme paréntesis mudo en la historia. ¿Y ellos? ¿Qué significan? Puestos a la superación de un momento político, ¿no son los suficientes y lo suficientemente importantes para que lo nuevo, si ha de haberlo, se fundara sobre ellos?
La sangre derramada en un auténtico martirio de libertad y españolidad ni merece olvido ni merece la ausencia de sentido. Sobre su recuerdo y reconocimiento permanentes (de lo humano, lo cívico y lo político) debería elevarse una mejor España. Pero intuimos que nos llevan en la dirección contraria.