Cabrera Infante
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El artista mexicano José Luis Cuevas tenía la angustia del paso del tiempo (obsesión de la muerte) y un cristo calvo. En los 90, cuando lo conocí, llevaba treinta años retratándose a diario (en Madrid iba del Palace al fotomatón de unos grandes almacenes en Serrano).
Si hiciéramos como Cuevas con los niños, retratarlos desde que entran pletóricos de posibilidades en la guardería hasta que salen de la Universidad hechos unos juristas a lo Villacís, aprovecharíamos esta ruidajera mediática del consenso contra el pin parental para abrazar de una vez por todas “la sociedad desescolarizada” de Ivan Illich, que en el 71 ya veía que la disyunción entre una sociedad adulta que pretende ser humanitaria y un ambiente escolar que remeda la realidad no puede mantenerse.
O pin parental o crotal estatal. Ésa sería la pelea en España (nada que ver con la de América, donde Trump revertirá las reglas de almuerzo escolar sobre verduras y frutas de la sin par Michelle Obama, la misma que en Madrid se llevó por delante la carta de La Castela).
La jurista Villacís está por el crotal estatal (“educar en valores ciudadanos”, dice, sin saber que la ciudadanía, si media obligación, deja de serlo), y es que nuestros liberalios son más estatalistas que Ramiro Ledesma, a quien, como juristas con nómina del Estado, toman por Ulpiano.
Mientras Illich escribía su libelo, Castro prometía que para 1980 Cuba estaría en condiciones de disolver su universidad, puesto que toda la vida cubana sería una “experiencia educativa”.
–¿Prego no ess verdat que con el Doktor Kastro la isla ha hecho crandes procesos en la edukazión? –preguntó a Cabrera Infante en una fiesta en Hollywood un filósofo austríaco huido de la Alemania nazi.
A lo que el cubano respondió insinuando una “agudeza hegeliana”:
–Aunque el programa educativo fuese un éxito, que no lo es, ¿de qué sirve enseñar el alfabeto a millones cuando un “solo” hombre decide lo que se va a leer, en Prusia como en Rusia?
O en España.