Humorista de Estado
Hughes
Abc
Resulta como mínimo curioso que José Mota, titular de la cartera de humor en TVE, tuviera que irse hasta el 23F para plantear una parodia en su golpe de Estado cómico. ¿No encontró nada más próximo? ¿No recuerda nada parecido a un golpe, con enormes posibilidades humorísticas además, en la España de los últimos años?
Si su olvido de Cataluña fue absoluto, su crítica a los ERE resultó testimonial, tan blanca que resultaba inapreciable, y antes que reírse de Sánchez prefirió hacerlo de Trump, dos veces.
El programa de Mota, movido por el espíritu «Campofrío» de los humoristas reunidos, planteó un episodio de autohomenaje en el que los cómicos se imitaban unos a otros. Pero tiene poco sentido humorístico homenajear el «Maricón de España» de Martes y Trece. En su momento, ese chiste hacía humor de alguien y con algo, pero estos ejercicios de Mota, ¿de quién o qué se ríen? Es repetición enroscada y metahumor, pero del «meta a este y meta al otro».
El olvido de Cataluña y la instalada retórica golpista llevó el número a una parodia del 23F mezclada con imaginería miliciana. El cómico-miliciano, que hacía pensar en una República de humor, hubiera sido un acierto de haber ido con autocrítica al fondo del asunto: ¡ese cómico-miliciano es figura absolutamente verosímil en otro golpismo de hoy! También pudo haberse reído de la pesadez de este año unamuniano, pero su imitación de Unamuno no se atrevió a ser venenosa, solo plúmbea. Al final se hizo de dudoso gusto ver al Rey en apuros o leyendo un mensaje contra el golpe (que recordaba al del octubre catalán), verle entre el régimen actual (dentro-fuera) y una posible república de jiji-jajás. Se abusó, en definitiva, de la materia golpista, banalizando el tema sin tocar lo serio. Mota se salió de sus zapatos, dejando el toro sin torear.
Tuvo gracia su sketch sobre Can Yaman viajando a España a hacerse un trasplante de calvicie, su imitación de Pajares, su hallazgo «mentirusco» para «fake news» y poco más.
Los humoristas, constituidos en humoristas de Estado, no le hacían ni media cosquilla al poder actual de PSOE y nacionalistas. Con los de Lledoners, poca broma. Además, expansión del universo progre: La sexta o Ignatius Farray, último ingreso en la academia choricera del Humor Patrio.
Mota es tan habitual como Anne Igartiburu, pero a ella le queda clásico. La última elegancia de sus clavículas sirvió de percha para la capa de Ramonchu y el arte de Caprile, que resiste al «pedrochismo» con el virtuosismo temático del rojo. A su lado, Roberto Leal y su frotamiento continuo de manos.
Más gracia que Mota tuvo «Cachitos» y sus subtítulos, aunque sin exagerar. La nostalgia da gases, decía Alaska, y mezclada con horas de ironía un poquito de acidez. «Cachitos» ve el pasado con una irritante superioridad (la mutilación de temas es simpática carnicería) y ese exceso de ironía generacional acaba resultando cansino. Que los modernos hayan encontrado su mina navideña en los archivos de la TVE de Franco es, como mínimo, paradójico. Sobre ella ejercen cada Nochevieja sus renovadas piruetas de ironía.
¿Cómo nos mirarán los «Cachitos» en 20 años? TVE ha decidido protegerse de la ironía del futuro embalsamando sus galas en un formato inalterable, ajeno al tiempo y con los mismos artistas invariables; un universo paralelo y extremadamente anodino donde no será posible criticar ni las modas ni los golpes que van ocurriendo.
Resulta como mínimo curioso que José Mota, titular de la cartera de humor en TVE, tuviera que irse hasta el 23F para plantear una parodia en su golpe de Estado cómico. ¿No encontró nada más próximo? ¿No recuerda nada parecido a un golpe, con enormes posibilidades humorísticas además, en la España de los últimos años?
Si su olvido de Cataluña fue absoluto, su crítica a los ERE resultó testimonial, tan blanca que resultaba inapreciable, y antes que reírse de Sánchez prefirió hacerlo de Trump, dos veces.
El programa de Mota, movido por el espíritu «Campofrío» de los humoristas reunidos, planteó un episodio de autohomenaje en el que los cómicos se imitaban unos a otros. Pero tiene poco sentido humorístico homenajear el «Maricón de España» de Martes y Trece. En su momento, ese chiste hacía humor de alguien y con algo, pero estos ejercicios de Mota, ¿de quién o qué se ríen? Es repetición enroscada y metahumor, pero del «meta a este y meta al otro».
El olvido de Cataluña y la instalada retórica golpista llevó el número a una parodia del 23F mezclada con imaginería miliciana. El cómico-miliciano, que hacía pensar en una República de humor, hubiera sido un acierto de haber ido con autocrítica al fondo del asunto: ¡ese cómico-miliciano es figura absolutamente verosímil en otro golpismo de hoy! También pudo haberse reído de la pesadez de este año unamuniano, pero su imitación de Unamuno no se atrevió a ser venenosa, solo plúmbea. Al final se hizo de dudoso gusto ver al Rey en apuros o leyendo un mensaje contra el golpe (que recordaba al del octubre catalán), verle entre el régimen actual (dentro-fuera) y una posible república de jiji-jajás. Se abusó, en definitiva, de la materia golpista, banalizando el tema sin tocar lo serio. Mota se salió de sus zapatos, dejando el toro sin torear.
Tuvo gracia su sketch sobre Can Yaman viajando a España a hacerse un trasplante de calvicie, su imitación de Pajares, su hallazgo «mentirusco» para «fake news» y poco más.
Los humoristas, constituidos en humoristas de Estado, no le hacían ni media cosquilla al poder actual de PSOE y nacionalistas. Con los de Lledoners, poca broma. Además, expansión del universo progre: La sexta o Ignatius Farray, último ingreso en la academia choricera del Humor Patrio.
Mota es tan habitual como Anne Igartiburu, pero a ella le queda clásico. La última elegancia de sus clavículas sirvió de percha para la capa de Ramonchu y el arte de Caprile, que resiste al «pedrochismo» con el virtuosismo temático del rojo. A su lado, Roberto Leal y su frotamiento continuo de manos.
Más gracia que Mota tuvo «Cachitos» y sus subtítulos, aunque sin exagerar. La nostalgia da gases, decía Alaska, y mezclada con horas de ironía un poquito de acidez. «Cachitos» ve el pasado con una irritante superioridad (la mutilación de temas es simpática carnicería) y ese exceso de ironía generacional acaba resultando cansino. Que los modernos hayan encontrado su mina navideña en los archivos de la TVE de Franco es, como mínimo, paradójico. Sobre ella ejercen cada Nochevieja sus renovadas piruetas de ironía.
¿Cómo nos mirarán los «Cachitos» en 20 años? TVE ha decidido protegerse de la ironía del futuro embalsamando sus galas en un formato inalterable, ajeno al tiempo y con los mismos artistas invariables; un universo paralelo y extremadamente anodino donde no será posible criticar ni las modas ni los golpes que van ocurriendo.