Abc
Al español le dan división de funciones (“unidad de poder y coordinación de funciones”, lo formulaba el general) por separación de poderes, y eso es dar gato por liebre, algo que, por cierto, no le importa ni a la liebre ni al gato ni al español.
¿Por qué había de importarle al español que no le dejen elegir a sus gobernantes, si no lo hizo nunca? Que ahora le impongan un gobierno comunista cuando el comunismo está muy lejos de la mayoría de los españoles deja frío al español, que sólo se calienta en la cola del supermercado, y la flamante ministra Irene Montero, que fue cajera (sacrificó Harvard por la caja), debe de saberlo.
A un español puedes tocarle todo menos la cola en el supermercado: si alguien se la salta, siquiera por descuido, se las verá con el igualitarista más ferino. Por eso choca ver, de pronto, al español amoscado por un trasteo de fiscales.
–El vago es el fiscal del que trabaja –dijo Unamuno viendo a los mirones de los artesanos en la plaza Mayor de Salamanca.
Pero el español no habla de Unamuno, sino de Montesquieu, a quien atribuye la teoría de los tres poderes, cuando para el barón el orden judicial era una dependencia del ejecutivo, ya que no hay más que dos poderes, el que hace la ley y el que la hace ejecutar (que en el Estado de Partidos es el mismo). El “poder judicial” fue un invento (otro más) de Hamilton en Filadelfia para conciliar dos soberanías, la de la Unión y la de los Estados, y que sólo funcionó allí, como comprobaron luego los esnobs del centralismo revolucionario francés.
Al español le falta llevar la indignación del supermercado a la política, y para eso debe interiorizar la noción (¡medieval!) de que todo poder ha de ser limitado. Más Hamilton y menos Kelsen: el poder en función del Derecho (“rule of law”), no el Derecho en función del poder (Estado de Derecho). Pues si el Sistema hace de Sánchez (o de Suárez) un rey Midas que convierte en Derecho cuanto toca, estamos aviados. ¿Algún juez Coke en la costa?