lunes, 20 de enero de 2020

Las postrimerías



Francisco Javier Gómez Izquierdo

       Una de las preguntas favoritas del padre Victoriano, allá por el bachiller elemental de finales de los 60 y principios de los 70, era numerar las postrimerías, palabra que no había que confundir ni con posteridad ni con postrero, como nos repetía en un repetido y ya pesado latiguillo que nos daba risa cuando nos llevaba a la cueva de Atapuerca o las ruinas del castillo y aprovechaba para empujar las partes postreras de Carmelo el de la Gonzalera con la disculpa de ayudarlo a trepar por las rocas de los hoy dominios de don Arsuaga o los risquillos del cerro de la capital burgalesa. “Padre, el culete es lo postrero que tiene dos partes, y las postrimerías son cuatro ¿verdad?”, nos atrevíamos picaruelos a comprometerle al aire libre. En clase, no. En clase nos encogíamos reprimidotes, pues gastaba un genio de no te menees.

      Don Juan, uno de mi peña, que ni es pedante ni entrometido pero sí un poquito martillito, sacó el palabro en eso del watsapp malamente y citó para quien quisiera un carnet de abonado que le sobraba, el de Pepi, su dueña, en las “postrimerías” de El Arcángel. Reconozco que todo el mundo entendió el mensaje como que esperaba en la puerta de entrada de la esquina del gol norte, que es por donde suele llegar de casa. Al preguntar un servidor, ya sentados en el estadio, por la bonita palabra, casi todos los peñistas se inclinaron por que postrimerías significaba lo último y alguno se inclinó por la parte de atrás. Reconozco que como era un tema que freí y refreí durante la infancia y adolescencia me trajo muchos recuerdos y aún sigue hoy mañana dándome vueltas la equivocada presentación en sociedad del ofrecimiento de Juan..., pero no se por qué hoy mañana, pensándolo mejor, me parece que hay palabras que como síntomas de las enfermedades saltan sin ser llamadas y como sin querer para avisarnos de lo que ha de llegar.
     
De las cuatro postrimerías, la primera es la muerte y en esta agonía del Córdoba CF, me parece que sólo Dios sabe la gravedad de la enfermedad. Muchos cordobesistas van abandonando sus carnés y toda esperanza mientras los aún refractarios asistimos con pesar la evidencia de que nadie quiere el  carnét que sobra... ni las entradas regaladas a pares para hacer al menos media entrada. Signo de decadencia es jugar contra el Villarrubia de los Ojos y no ganarlo; que cada día se nos despida un jugador sin demasiadas explicaciones; que el juego del equipo se limite a esperar lo que se le ocurra a De las Cuevas, Javi Flores (dos a punto del retiro)  y Owusu (dicen que éste, nuestro único delantero, se va al Qarabag de Azerbaiyán), y... no sé. Quizás el mayor signo de decadencia sea uno mismo. No me fijo ya en el equipo que viene, y lo que es peor, no me fijo ni en nuestros propios jugadores. Me hincho a ver partidos por la tele, y como lo del Barça y Madrid ya es el monotema acostumbrado me centro más en la 2ª. En el Numancia de Luis Carrión que ha atinado dando bola a nuestro Adri en el centro de la defensa y da gusto verlo; en el Mirandés con ese cañón que gasta Merquelanz al lado de dos trabajadores muy especializados como Álvaro Rey y Guridi; en el Cádiz, al que la incomodidad de llevar el peso del partido y no poder practicar el contrataque le resta una barbaridad, como lleva señalando un servidor éstos años; al Zaragoza, al que no veo demasiados mimbres, y al Almería, en episodios finales que amenazan turbulencias; en el Deportivo, al que yo veía para ascender y por fin parece que coge aire; en el Málaga, que veremos si no llega también a la segunda postrimería que es el juicio de sus acciones.
      
A los aficionados de Córdoba... Málaga y Dépor me da que nos está vedada esta temporada la postrimería de la Gloria y nos conformaríamos con la del purgatorio. Ellos salvándose del descenso y además, como  nosotros, esquivando el infierno de la desaparición. En fútbol, como en la Iglesias, la última y definitiva de las postrimerías.
       
Ayer, ante el Villarrubia, estuvimos mas con estas cuitas y hasta se nos presentó un ocaso como apunte poético que si precioso, nos juramentamos para espantar lo que pudiera tener de premonitorio.