Hughes
Abc
El título, Beee-xit, no alude al Brexit inglés, que merece todos nuestros respetos, sino al nuestro, balido estupefaciente conformado por una aleación de tozudez, estupidez, pedantería y, directamente, jeta.
Es evidente, todos lo sabemos, que los ingleses han dado a Boris Johnson la mayoría por no leer lo suficiente a nuestra prensa progre y centroliberalia. Esto ya explicó el triunfo de Trump. En su desvarío protestante, los anglosajones no entran por las mañanas a informarse en las cogitaciones ilustradas de nuestros cacúmenes más altos, y así les va. Qué le vamos a hacer. Ésta es la rama explicativa liberalia, que poco más o menos manifiesta que Inglaterra y aledaños no sabe votar por pérfida, populista y nacionalista.
En la izquierda, más técnica y politológica, van un poco más allá y lo centran en la edad: a Boris es que lo votan los viejos. El abuelito salido de Benny Hill. No es cierto que la clase obrera haya desertado, es que se han hecho mayores, obsoletos, manipulables. Tan mayores que ya no son ni de izquierdas. Ante este “fact”, se proponen dos líneas de acción que darán lugar, esperemos, a innumerables papers: los que consideran que los viejos no deben votar, y los que consideran que deben empezar a votar los adolescentes, los niños, y todos los inmigrantes que puedan. La gretacracia.
Podría demorarme horas comentando estas cosas que se dicen, y la verdad es que sería para mí muy relajante y benéfico. En algunos sitios, por ejemplo, lo que destacan de las elecciones británicas es la cuestión “territorial”, dicen ellos, Escocia, recocinando el asunto a la catalana, unos, los liberalios desorejados, para convencerse y convencernos de que todo acabará con el Reino Unido como ellos pronosticaron, y otros, los de ánimo independentista o federalista, para “catalanizar” la cuestión de modo aberrante. Escocia es Cataluña, España es Inglaterra, etc, etc, etc.
Esto es lo que nos cuentan, más o menos, pero cambiaré el tercio y me dedicaré a otra cosa. A proponer, modestamente (muy modestamente) algunos elementos interesantes de esta votación que a mi triste juicio no se han destacado lo bastante. Mi opinión no tiene ninguna importancia, bien lo sé, pero quizás algún lector considere que coincidimos y de esa coincidencia obtengamos mutuo solaz y tranquilidad de espíritu en medio del balido metálico, ciertamente mareante, que nos rodea.
La primera cuestión es que el Brexit existió. El referéndum no fue una locura inducida por bots, espías rusos, el genio de Dominic Cummings (que se parece un poco a Luis Enrique) o el puro hooliganismo. El Brexit existió, persistió y se mantuvo con firmes razones, razones que se obviaron sistemáticamente por una prensa imbuida de la propaganda más delirante e íberosorobruselense.
Y éste es el segundo punto. El Brexit dice algo definitivo sobre la UE y sobre la relación concreta de poder interno entre el Reino Unido y Alemania. No es posible, por más tiempo, dejar de observar este hecho, pues afecta profundamente a la Unión Europea y a sus equilibrios de poder. Es decir, había elementos objetivos, reales, pecuniarios y civilizatorios de insatisfacción que los ingleses esgrimieron.
Y hay, además, otros dos elementos adicionales que parecen importantes. Uno es la aparición de un nuevo conservadurismo, al menos un conservadurismo retocado,de nuevo, por la nota obrerista. Boris ha ganado en lugares que votaron siempre laborista y esto exigirá de su gobierno algo más. No es sólo haber persuadido, es que algo en sus políticas deberá satisfacer la aspiración real de una mejora en el nivel de vida de poblaciones tradicionalmente izquierdistas. Esto, hacer esto, exigirá una política de medidas y de gestos que convertirá al consevadurismo inglés en algo digno de observar. Esto ya lo hemos visto, lo hemos visto en Estados Unidos con Trump (en este pobre blog se comentó profusamente, incluso rozando el fetichismo).
¿No obliga esto a las derechas mundiales a la emulación? La derecha no puede ser ya, por más tiempo, un catálogo neoliberal esgrimido por pijos distantes sobre moquetas lejanísimas. Hay un debate real, innegable, que es exigible. La derecha ha de crear empleos, ha de preocuparse de lo social, y ha de estar atenta a las distorsiones de la globalización protegiendo mercados, estructuras, tejidos, puestos de trabajo, con un equilibrio dificilísimo de reformismo y protección. No vale ya la repetición de recetarios mágicos. Ha de ser promercado y a la vez correctora del mismo. El conservadurismo de Boris no es simple conservadurismo, porque le añade además el elemento reactivo y popular del Brexit, de dar cumplimiento a un mandato democrático. Ahí aparece el fragante, el estimulante olor del buen populismo. ¡Abandona la fe inobjetable en la mano invisible del mercado por la razón infusa y divina del poder democrático!¿Pero no lo ven?
Esto, por el lado de la “oferta”, pero ¿y por la demanda? Aquí encontramos el otro lado fascinante de la cuestión: el voto perdido por el laborismo. Los obreros, esos obreros de Ken Loach con los que tanto se fantaseaba, ya no gustan, ya no son sexys, dejan de formar parte del elenco sentimental del izquierdismo, de su fauna mitológica, porque han acabado votando Conservador, o no exactamente, al conservadurismo de Boris. Es decir, han optado, por las viejas lealtadades patrióticas, las suspicacias migratorias y por los valores tradicionales antes que por el europeísmo, el cosmopolitismo y las políticas de identidad. Entre unas y otras han elegido, y esto es un hecho de primer orden que ya ocurrió en Estados Unidos.
Esta opción, este giro prudente, este leve alto en el progresismo, este apearse de sus propios votantes, aquí se ha llamado fascismo (desde la izquierda), populismo (desde la derecha) y nacionalismo (por ambas partes). La realidad es que el votante ha preferido el populismo de derechas antes que el de izquierdas. Ha preferido la derecha retocada que se acerca a ellos reforzando trabajo, nación y cultura antes que profundizar más en la globalización.
Esta realidad es un hecho político fundamental, de gran sentido común, de gran sabiduría y prudencia, de valor quizás perdurable, como quien echa el freno de mano ante la curva peligrosísima de la historia, pero se vitupera por parte del establishment que aquí sigue, por lo que respecta a la derecha, agarrado a lo neoliberal, por un lado, y a lo socialdemócrata, por otro, cuando una y otra cosa se cuestionan. Es como si nos mantuviéramos forzosamente anticuados negando una realidad, convertidos en una especie de burbuja anómala. Como cuando no llegaban Los Beatles .Sin embargo, esto quizás debería exigir un debate que se hurta: sobre Europa (nosotros ante ella), sobre la nueva derecha, que no puede ya ser tenida por fascismo sin insultar gravemente la inteligencia, y sobre el apuntalamiento de aspectos culturales amenazados por la extinción que las propias sociedades occidentales quieren proteger aunque para ello tengan que dejar de salir en las siempre sentimentales películas de Ken Loach. Algo de sacrificio hay en ello.