Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En 1968, una aseguradora norteamericana aseguró que el periodismo era el oficio más peligroso del mundo, para agravio de muchos y diversos gremios —espías, acróbatas, escoltas, aviadores, marines, cajeros de Banco, ejecutores de hipotecas y hasta los repartidores de pizzas de los guetos neoyorquinos—, que se llevaron las manos a la cabeza y pusieron el grito en el cielo. Nada, sin embargo, dijeron, aquí, los toreros. Al fin y al cabo, ¿qué tenían que ver los toreros con los agentes de seguros norteamericanos? La única relación que se me ocurre es, si acaso, la establecida por el poeta José Arias Velasco en su guiño a Rafael Alberti, que había dicho que al negro toro de España, libre al sol del redondel, nada podía doblarlo, nadie podía matarlo, porque toda España era él: «Señor Rafael Alberti, dos puntos: Se están cayendo los toros. Dicen los periódicos que se caen todos los días. Yo ya me lo temía desde que, hace años, una Semana del Toro de Lidia, en Salamanca, fue patrocinada por el Comité de la Soja Americana.» El caso fue que la aseguradora, para apaciguar los ánimos levantiscos de los gremios agraviados, mandó a un portavoz a ofrecer disculpas: «Es que estos tipos, los periodistas, están en todas partes», dijo el portavoz.
El peligro del periodismo es, pues, una cuestión de ubicuidad, al menos para los americanos, y el peligro del toreo es una cuestión de terrenos, al menos para los españoles. De hecho, Tom Wolfe recurrió a las metáforas taurinas para explicar el Nuevo Periodismo, comparando su «Herald Tribune» con la plaza de toros principal de Tijuana, pero, desde luego, no es lo mismo exponerse a ser atropellado por un político o un inversor, por señalar los riesgos que corre en América un periodista que no se cuide de la ubicuidad, que exponerse a ser atropellado por un toro de Miura, por señalar los riesgos que corre en España un torero que no mida los terrenos. A ver, ¿qué lector recuerda el nombre de la persona que retiró a Hemingway del periodismo? En cambio, no hay aficionado que no haya oído hablar alguna vez del toro «Peregrino», que el día 7 de junio de 1869, en la corrida organizada en Madrid para celebrar la aprobación de la Constitución, corneó a Antonio Sánchez, El Tato, que luego, en la mesa de operaciones, cuando el cirujano se disponía a cortarle la pierna, sólo acertó a pronunciar dos palabras: «Adiós Madrid». Si toda la estética del toreo puede reducirse a esos dos tipos esenciales que son el color o el relieve, toda la psicología de la gloria, como la entienden los caracteres aventureros y románticos, se reduce a aquellas dos palabras del Tato, cuya pierna, conservada en formol, estuvo expuesta en una farmacia de la calle del Desengaño, de dar crédito al relato «La pierna del Tato», de William Lyon, costumbrista madrileño nacido en Man-hattan.
Las cosas han cambiado en el periodismo, mas no en el toreo. Hoy, el periodismo puede proporcionar gratificaciones para ponerse al corriente con la patrona o con el casero, pero gloria, lo que se dice gloria, sólo la proporciona el toreo. Y mañana, en Burgos, de manos de José Miguel Arroyo, Joselito, y con Julián López, El Juli, por testigo, Víctor de la Serna, licenciado en Periodismo, tomará la alternativa como matador de toros. Pudiendo ser periodista, como su padre, ha preferido ser torero, como su abuelo. El valor de la elección nos revela el carácter formidable del personaje. Gerardo Diego decía que de nadie que no haya toreado por lo menos de salón puede decirse que ha nacido del todo: «Morirá inédito en una de las más profundas y soberanas disciplinas y saberes y sabores de la vida.» Incluso Azorín, un soso por antonomasia, se enfrentó en su juventud a un toro para darle unos lances de capa. ¿Qué es ser un buen periodista? Probablemente, ser irreemplazable, como lo ha sido para mí, en la amistad como en la crítica, Vicente Zabala. ¿Qué es ser un buen torero? «Sé verlo, sí, mas no sabré decirlo. / Sólo sé que el toreo se hace solo. / Un redondel de arena / y magia, un toro y un torero.»
El peligro del periodismo es, pues, una cuestión de ubicuidad, al menos para los americanos, y el peligro del toreo es una cuestión de terrenos, al menos para los españoles. De hecho, Tom Wolfe recurrió a las metáforas taurinas para explicar el Nuevo Periodismo, comparando su «Herald Tribune» con la plaza de toros principal de Tijuana, pero, desde luego, no es lo mismo exponerse a ser atropellado por un político o un inversor, por señalar los riesgos que corre en América un periodista que no se cuide de la ubicuidad, que exponerse a ser atropellado por un toro de Miura, por señalar los riesgos que corre en España un torero que no mida los terrenos. A ver, ¿qué lector recuerda el nombre de la persona que retiró a Hemingway del periodismo? En cambio, no hay aficionado que no haya oído hablar alguna vez del toro «Peregrino», que el día 7 de junio de 1869, en la corrida organizada en Madrid para celebrar la aprobación de la Constitución, corneó a Antonio Sánchez, El Tato, que luego, en la mesa de operaciones, cuando el cirujano se disponía a cortarle la pierna, sólo acertó a pronunciar dos palabras: «Adiós Madrid». Si toda la estética del toreo puede reducirse a esos dos tipos esenciales que son el color o el relieve, toda la psicología de la gloria, como la entienden los caracteres aventureros y románticos, se reduce a aquellas dos palabras del Tato, cuya pierna, conservada en formol, estuvo expuesta en una farmacia de la calle del Desengaño, de dar crédito al relato «La pierna del Tato», de William Lyon, costumbrista madrileño nacido en Man-hattan.
Las cosas han cambiado en el periodismo, mas no en el toreo. Hoy, el periodismo puede proporcionar gratificaciones para ponerse al corriente con la patrona o con el casero, pero gloria, lo que se dice gloria, sólo la proporciona el toreo. Y mañana, en Burgos, de manos de José Miguel Arroyo, Joselito, y con Julián López, El Juli, por testigo, Víctor de la Serna, licenciado en Periodismo, tomará la alternativa como matador de toros. Pudiendo ser periodista, como su padre, ha preferido ser torero, como su abuelo. El valor de la elección nos revela el carácter formidable del personaje. Gerardo Diego decía que de nadie que no haya toreado por lo menos de salón puede decirse que ha nacido del todo: «Morirá inédito en una de las más profundas y soberanas disciplinas y saberes y sabores de la vida.» Incluso Azorín, un soso por antonomasia, se enfrentó en su juventud a un toro para darle unos lances de capa. ¿Qué es ser un buen periodista? Probablemente, ser irreemplazable, como lo ha sido para mí, en la amistad como en la crítica, Vicente Zabala. ¿Qué es ser un buen torero? «Sé verlo, sí, mas no sabré decirlo. / Sólo sé que el toreo se hace solo. / Un redondel de arena / y magia, un toro y un torero.»
Joselito, López y Víctor de la Serna en Burgos
Pudiendo ser periodista, como su padre, ha preferido ser torero, como su
abuelo