Hughes
Abc
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El boicot emprendido tuvo el éxito esperado y la entrevista a Santiago Abascal se convirtió en el tercer «Hormiguero» más visto de la historia. Fue como si Abascal recibiera a Pablo Motos en el plató. El presentador estaba nervioso, estaba más tenso que el coreógrafo de Isa P. Hay quien se ha quejado de que todas las preguntas fueran al tobillo, pero Motos ya estaba siendo un héroe dejándole hablar, como para sacarle además jugando al ping-pong o tocando «Let it Be» en la guitarrita. No le hubieran acusado de blanquear el fascismo, sino de estilizarlo e inspirarse en Leni Riefenstahl para el contrapicado de Trancas y Barrancas.
Así que la entrevista fue una sucesión de preguntas formuladas con cara de aprensión, como si las hiciera el detective de «Mindhunter». Un adentrarse en las zonas oscuras de la psique. De haber durado más, quizás hubiéramos escuchado preguntas así: «Si de la humanidad sólo quedara una mujer, un hetero y un homosexual y tú tuvieras que sacrificar a uno de ellos, ¿a quién elegirías?». Todo aquello en lo que pudiera fallar, sonar «ófobo». Pero Abascal, con aciertos o errores que exceden esta columna, al fin pudo explicarse. Como me dijo una amiga al acabar: «Ha demostrado que además de pechotes tiene cintura».
Junto a su particularidad ideológica (todo lo que el centro deja a su derecha, que va siendo un continente), tiene Abascal algo creíble, «orgánico». Se metió en política por el padre, al que protegía con una pistola. En una charla en 2016, cuando le votaban cuatro, contó: «Yo estoy aquí porque quiero defender a mis hijos (…) Hay un círculo concéntrico que es la familia, otro que es la patria. Como no salgas a defenderla, los problemas te van a llegar a la trinchera de la familia». Proteger al padre, conservar para los hijos. Ni Iván Redondo, ni una barba a tiempo igualan eso.
A Motos le acusarán de normalizar y, efectivamente, normalizó, lo que tiene gran mérito. Que un político salga en televisión mencionando a Dios o los rigores éticos de la vida humana no debería ser un escándalo, una anomalía del «prime time» disculpable sólo si la protagoniza Tamara Falcó. Parte de la derecha pudo decir el jueves lo que el Maestro Joao: «Yo había sido alegre, pero no feliz».
Así que la entrevista fue una sucesión de preguntas formuladas con cara de aprensión, como si las hiciera el detective de «Mindhunter». Un adentrarse en las zonas oscuras de la psique. De haber durado más, quizás hubiéramos escuchado preguntas así: «Si de la humanidad sólo quedara una mujer, un hetero y un homosexual y tú tuvieras que sacrificar a uno de ellos, ¿a quién elegirías?». Todo aquello en lo que pudiera fallar, sonar «ófobo». Pero Abascal, con aciertos o errores que exceden esta columna, al fin pudo explicarse. Como me dijo una amiga al acabar: «Ha demostrado que además de pechotes tiene cintura».
Junto a su particularidad ideológica (todo lo que el centro deja a su derecha, que va siendo un continente), tiene Abascal algo creíble, «orgánico». Se metió en política por el padre, al que protegía con una pistola. En una charla en 2016, cuando le votaban cuatro, contó: «Yo estoy aquí porque quiero defender a mis hijos (…) Hay un círculo concéntrico que es la familia, otro que es la patria. Como no salgas a defenderla, los problemas te van a llegar a la trinchera de la familia». Proteger al padre, conservar para los hijos. Ni Iván Redondo, ni una barba a tiempo igualan eso.
A Motos le acusarán de normalizar y, efectivamente, normalizó, lo que tiene gran mérito. Que un político salga en televisión mencionando a Dios o los rigores éticos de la vida humana no debería ser un escándalo, una anomalía del «prime time» disculpable sólo si la protagoniza Tamara Falcó. Parte de la derecha pudo decir el jueves lo que el Maestro Joao: «Yo había sido alegre, pero no feliz».