lunes, 14 de octubre de 2019

Peter Handke, un enemigo entrañable

  


Hermann Tertsch
Abc

El anterior gran hombre de las letras alemanas en recibir un Premio Nobel de Literatura, Günther Grass, me invitó en 1999 a Estocolmo a la ceremonia de la entrega. La recuerdo con mucho cariño a pesar de que años después y a raíz de su célebre libro de la piel de cebolla y la revelación de toda su hipocresía infinita nos distanciamos. Peter Handke, el ahora premiado, no me va a invitar a Estocolmo. Hace años, el diario «Frankfurrter Allgemeine» resumió como «Knapp an den Handgreiflichkeiten vorbei» («A punto de la violencia física») el encuentro que en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid tuvimos Peter Handke y yo. Handke había escrito un librito indecente y yo se lo eché en cara. Él pretendía que lo que una mayoría veía y yo mismo denunciaba en su libro, una defensa cerrada del régimen nacionalcomunista de Serbia bajo Slobodan Milosevic, era una manipulación torticera. Pero al mismo tiempo que descalificaba nuestra interpretación, la confirmarba con una defensa cerrada del régimen de Milosevic. Y una banalización de sus atrocidades, como la matanza de Srebrenica, que resultaba insufrible. Como periodista que había pasado mucho tiempo en los pueblos arrasados y las carreteras sembradas de muertos en los Balcanes tenía yo aún muy recientes los traumas bélicos y las imágenes de todas aquellas víctimas de unas operaciones genocidas ordenadas y orquestadas por Slobodan Milosevic, no estuve yo precisamente templado. Él tampoco. Yo he dicho barbaridades de Handke y él me ha insultado a mí como poca gente lo ha hecho. Lo que es mucho decir.

Lo dicho, no estaré en Estocolmo con Handke. Aunque me parezca un escritor mucho más auténtico que Günther Grass, quien también fue su apreciado enemigo. Y me resulte entrañable en muchas facetas del personaje frágil, obsesivo, huraño, tierno y amoroso que ha generado su obra en un exilio prudentemente distante de las tierras de lengua alemana, especialmente de su Austria natal, con la que mantiene esa desafección casi obligada en las grandes plumas austriacas por su patria. En esto hay ese parentesco de almas, «Seelenverwandschaft», con el gran coloso austriaco Thomas Bernhard. Como lo hay en la severidad, en la brutalidad del corte de la frase y la palabra. Tiene un mérito añadido ese permanente crecimiento de Handke bajo la larga sombra de Bernhard.

Hoy, tan lejos de aquellos enfrentamientos, casi creo que hizo bien Peter Handke en ir al entierro de Milosevic. Hoy pienso que para él concluyó aquella apuesta provocadora. Y en estos lustros todo lo que de Handke me ha caído en las manos me ha reconciliado con él. He vuelto a ver a Handke sin aquel maldito libro, como cuando comencé a leerlo en el colegio después de que en 1970 irrumpiera en la literatura alemana como un ciclón. Frágil, amoroso con la palabra y la cadencia, siempre con una perspectiva de zozobra y asombro tan distinta de la Generación del 47. Entre sus cerca de cien libros hay de todo, en el sentido estricto. Pero hoy es uno de los Nobel más lógicos y poco discutibles en décadas.