Fabrizio Joao Silva
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Me acuerdo estos días de mi abuela porque dicen las noticias que en la prisión de Navalcarnero un preso ha arrancado la oreja de un mordisco a un funcionario y se ha liado a palos con la pata de una silla con varios compañeros. Aclara mi compadre “el boqui” que en los 90 llegaron varios internos de psiquiátricos a bordo de pateras, se supone que embarcados para perderlos de vista, cargados cada uno con cinco kilos de chocolate. Si se les cogía iban a la cárcel. Si no, se buscaban la vida con la colaboración de paisanos asentados en España. Muchos acabaron presos en los módulos de enfermería de las cárceles y de allí salieron con “paguita” por la minusvalía.
El incidente se despacha con un folio que cuenta los hechos y la trascendencia de la novedad se liquida con un pie “tronzao”, un dedo partío, dos dientes menos, las gafas hechas pizcos... y el interno casi inimputable porque está mal de la cabeza. El comeorejas de Navalcarnero conoce perfectamente los privilegios del preso inmigrante como los conoce el terrorífico Fabrizio, capaz de matarte por considerar que le miras mal. A Fabrizio, un gigante del Golfo de Guinea, no le gusta que le llamen Fabrizio, porque así sólo le llama “..mi papá”. Por cosa menos ofensiva que llamarle por su nombre Fabrizio mató a su novia y a un colombiano al que no conocía con el que coincidió en el patio del talego una mañana a las ocho. Ha intentado matar, cuando menos hacer daño, a varios funcionarios, pero la Administración prefiere minimizar “los incidentes” y buscarles las cosquillas a los profesionales por si han relajado la vigilancia. ¿¿¿Cómo puede relajarse un funcionario ante un tío como Fabrizio??? Uno cree que el problema es el arrebato de Fabrizio al que mi abuela quitaría casi todos los derechos.
El muerdeorejas de Navalcarnero, como Fabrizio y otros muchos, es uno más a los que la coca, las pastillas y oscuras patologías le han convertido en un agresor que puede llegar a matar “sin darse cuenta” y del que han de velar los funcionarios de prisiones en vez de por ejemplo Doña Calvo de Cabra, generosísima mujer con los dineros ajenos que llama esplendorosa de bondad a todo el que quiera venir procedente del Golfo de Guinea o de cualquier otro golfo africano.
COMEOREJAS
[Publicado el 26 de Julio de 2018]
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Mi abuela Dominica, que se murió antes de la llegada de la
tele a la casa de los pobres -lo éramos todos en mi pueblo- no sabía
leer ni escribir, pero cantaba, sin fallar un verso, todas las coplas
que oía en la radio, recitaba romances tan de pe a pa que hasta
circularon noticias apócrifas que decían que Don Ramón Menéndez Pidal acudió a escucharle la canción de Rolando
a la lumbre de aquellos hogares que con tanto gusto cocían los
garbanzos. Mi abuela, a la que los paisanos tuvieron por sabia y los
nietos por incansable gastaba muchas consejas y desarmaba con frases
rotundas. Algunas de ellas me acompañan desde tierno infante. “No se me
escapa el ojinegraje”, decían no sé si con ge o con jota, para condenar
al puchero a una gallina o apartarnos de los chicos de Fulano. Eran
tiempos en los que la Psicología no era ciencia y la gente no se dejaba
sorprender por indeseables tan fácilmente como ahora.
Me acuerdo estos días de mi abuela porque dicen las noticias que en la prisión de Navalcarnero un preso ha arrancado la oreja de un mordisco a un funcionario y se ha liado a palos con la pata de una silla con varios compañeros. Aclara mi compadre “el boqui” que en los 90 llegaron varios internos de psiquiátricos a bordo de pateras, se supone que embarcados para perderlos de vista, cargados cada uno con cinco kilos de chocolate. Si se les cogía iban a la cárcel. Si no, se buscaban la vida con la colaboración de paisanos asentados en España. Muchos acabaron presos en los módulos de enfermería de las cárceles y de allí salieron con “paguita” por la minusvalía.
Ahora, en las cárceles entran psicópatas de todo tipo. A algunos de
ellos, los “profesionales de las ciencias del comportamiento” no les
detectan la peligrosidad y sólo cuando revientan a puñetazos a otros
internos, agreden a funcionarios o se compartan como orates en los
nublados, a los “boquis” de patio, uno o dos por módulo, les toca
resolver el “incidente”.
El incidente se despacha con un folio que cuenta los hechos y la trascendencia de la novedad se liquida con un pie “tronzao”, un dedo partío, dos dientes menos, las gafas hechas pizcos... y el interno casi inimputable porque está mal de la cabeza. El comeorejas de Navalcarnero conoce perfectamente los privilegios del preso inmigrante como los conoce el terrorífico Fabrizio, capaz de matarte por considerar que le miras mal. A Fabrizio, un gigante del Golfo de Guinea, no le gusta que le llamen Fabrizio, porque así sólo le llama “..mi papá”. Por cosa menos ofensiva que llamarle por su nombre Fabrizio mató a su novia y a un colombiano al que no conocía con el que coincidió en el patio del talego una mañana a las ocho. Ha intentado matar, cuando menos hacer daño, a varios funcionarios, pero la Administración prefiere minimizar “los incidentes” y buscarles las cosquillas a los profesionales por si han relajado la vigilancia. ¿¿¿Cómo puede relajarse un funcionario ante un tío como Fabrizio??? Uno cree que el problema es el arrebato de Fabrizio al que mi abuela quitaría casi todos los derechos.
El muerdeorejas de Navalcarnero, como Fabrizio y otros muchos, es uno más a los que la coca, las pastillas y oscuras patologías le han convertido en un agresor que puede llegar a matar “sin darse cuenta” y del que han de velar los funcionarios de prisiones en vez de por ejemplo Doña Calvo de Cabra, generosísima mujer con los dineros ajenos que llama esplendorosa de bondad a todo el que quiera venir procedente del Golfo de Guinea o de cualquier otro golfo africano.
Antier, y desde la playa de Barbate, uno veía el barco rojo de
Salvamento Marítimo hasta los topes de inmigrantes. En el polideportivo
metieron más de quinientos. Por la noche rompieron las puertas y se
fugaron unos setenta. Ayer, trajeron al Vista Alegre de Córdoba unos
doscientos. No los llevan a la casa de doña Calvo o los de su facción.
No. Los llevan a los polideportivos. Como no pueden estar detenidos más
de 72 horas, se les suelta... y que vayan donde quieran a buscarse la
vida como aquellos locos que, dicen, soltaba el rey de Marruecos en los
90. Seguro que para Doña Calvo mi abuela tendría cuatro frescas
contundentes y todas empezarían por "...recojones, ¿pero no ve usted,?"
Etc....”