ABC, 7 de Junio de 2000
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Hay que sacar a colación el arte del Cúchares para hablar, no del toreo, sino del brindis, que también en esto fue maestro. Como maestro brindador sentó cátedra en París, a donde había viajado para matar los toros de la corrida que la emperatriz Eugenia organizó en la capital de su Imperio. Referido por Madariaga, el cuento es que el Cúchares había observado que en Francia a todo el mundo se le llamaba «vous», que él oía «Bu»; y cuando se paró, montera en mano, para brindar el toro al emperador, a la emperatriz y al heredero, aún niño, que en el palco imperial formaban grupo, hizo su brindis inmortal: «A Bu, a la señora de Bu y al Busito chico.»
Somos un pueblo de toros y banquetes, y, sin embargo, no sabemos brindar. O no tenemos con qué. En el mejor de los casos, damos discursos por brindis, que es como dar gato por liebre. Sin meternos en la composición de la feria de San Isidro, Camba observó que la semana madrileña se compone de siete banquetes, lo cual que un pobre escritor, obligado a asistir, por lo menos, a la mitad de ellos, viene a ser el hombre que, comiendo menos en privado, come más en público, aunque luego se valga de esta multiplicación de los panecillos y las merluzas para poner una ligera nota bíblica en tanto ágape profano. Claro que, quien dice comer, dice hablar, pues ríanse ustedes de la angustia pascaliana ante el silencio eterno de los espacios infinitos comparada con el pánico que acomete al convidado de banquete en ese instante inevitable y final en que una mano blanca y reluciente —por la mayonesa con que se unge la merluza, generalmente— procede a dar tres golpes con la cucharilla del café en una copa vacía al objeto de reclamar silencio, no para hacer un brindis, sino para soltar un discurso. Y es que, salvo los toreros, los españoles no sabemos brindar.
Nuestro Moratín, afrancesado hasta el punto de hallar eterno descanso en París, entre las tumbas de Molière y La Fontaine, tuvo la curiosidad de anotar las decenas de brindis y canciones con que los ingleses celebraron en Portsmouth, el 18 de enero de 1793, el cumpleaños de la reina, en una comida pública: Brindis: «Al Rey y a nuestra gloriosa Constitución.» Canción: «Dios salve al Rey, etc.» Brindis: «A la Reina, y este día se repita con mucha felicidad.» Canción: «Larga vida a Carlota, etc.» Brindis: «A la Armada y Ejército.» Canción: «Triunfa, ¡oh, Bretaña!, etc.» Brindis: «Felicidad a nuestras armas.» Canción: «¡Britanos! Pelead con esfuerzo, etc.» Brindis: «Orden y buen Gobierno.» Canción: «¡Escuchad! La nación, etc». Brindis: «Al autor de la última canción.» Bis. Brindis: «A que nunca abandonemos la realidad por la apariencia.» Bis. «A los constantes y firmes amigos de nuestra Constitución.» Canción: «Levantado por la mano, etc.» Brindis: «Hallen todas las naciones a la inglesa dispuesta siempre a defender su Constitución.» Bis. Brindis: «Confusión a Thomas Paine y todas sus obras.» Bis. Etcétera. Moratín pudo asistir al banquete público ofrecido por «Los Amigos de la Libertad de Prensa», cosa, por cierto, liberal y extraña, donde los brindis y los cantos fueron los mismos. «Your eating and drinking will govern your thinking», dicen los ingleses para explicar la influencia que la comida y la bebida ejercen en la manera de pensar de uno.
Hombre, si fuera por la comida y la bebida, nuestro pensamiento no tendría nada que envidiar al inglés, pero, aparte el himno astur, carecemos de canciones para expresarlo. Alguien propone un brindis, lo motiva con un discurso, llénanse las copas, se ponen todos en pie, y entonces... Entonces, ¿qué? Con la de poetas que tenemos colocados en la Administración, resulta que todavía estamos sin letra para el Himno Nacional, ahora que hasta en las casas de seguros —ninguna quiere hacerse cargo de las primas de los futbolistas— dan por seguro que vamos a ganar la Eurocopa. Pero en los Ministerios, donde se vive improvisadamente, se cree que educar es preparar improvisadores, como si el arte del Cúchares pudiera improvisarse con un «¡Salga el toro / que no vale ná!»
Hay que sacar a colación el arte del Cúchares para hablar, no del toreo, sino del brindis, que también en esto fue maestro. Como maestro brindador sentó cátedra en París, a donde había viajado para matar los toros de la corrida que la emperatriz Eugenia organizó en la capital de su Imperio. Referido por Madariaga, el cuento es que el Cúchares había observado que en Francia a todo el mundo se le llamaba «vous», que él oía «Bu»; y cuando se paró, montera en mano, para brindar el toro al emperador, a la emperatriz y al heredero, aún niño, que en el palco imperial formaban grupo, hizo su brindis inmortal: «A Bu, a la señora de Bu y al Busito chico.»
Somos un pueblo de toros y banquetes, y, sin embargo, no sabemos brindar. O no tenemos con qué. En el mejor de los casos, damos discursos por brindis, que es como dar gato por liebre. Sin meternos en la composición de la feria de San Isidro, Camba observó que la semana madrileña se compone de siete banquetes, lo cual que un pobre escritor, obligado a asistir, por lo menos, a la mitad de ellos, viene a ser el hombre que, comiendo menos en privado, come más en público, aunque luego se valga de esta multiplicación de los panecillos y las merluzas para poner una ligera nota bíblica en tanto ágape profano. Claro que, quien dice comer, dice hablar, pues ríanse ustedes de la angustia pascaliana ante el silencio eterno de los espacios infinitos comparada con el pánico que acomete al convidado de banquete en ese instante inevitable y final en que una mano blanca y reluciente —por la mayonesa con que se unge la merluza, generalmente— procede a dar tres golpes con la cucharilla del café en una copa vacía al objeto de reclamar silencio, no para hacer un brindis, sino para soltar un discurso. Y es que, salvo los toreros, los españoles no sabemos brindar.
Nuestro Moratín, afrancesado hasta el punto de hallar eterno descanso en París, entre las tumbas de Molière y La Fontaine, tuvo la curiosidad de anotar las decenas de brindis y canciones con que los ingleses celebraron en Portsmouth, el 18 de enero de 1793, el cumpleaños de la reina, en una comida pública: Brindis: «Al Rey y a nuestra gloriosa Constitución.» Canción: «Dios salve al Rey, etc.» Brindis: «A la Reina, y este día se repita con mucha felicidad.» Canción: «Larga vida a Carlota, etc.» Brindis: «A la Armada y Ejército.» Canción: «Triunfa, ¡oh, Bretaña!, etc.» Brindis: «Felicidad a nuestras armas.» Canción: «¡Britanos! Pelead con esfuerzo, etc.» Brindis: «Orden y buen Gobierno.» Canción: «¡Escuchad! La nación, etc». Brindis: «Al autor de la última canción.» Bis. Brindis: «A que nunca abandonemos la realidad por la apariencia.» Bis. «A los constantes y firmes amigos de nuestra Constitución.» Canción: «Levantado por la mano, etc.» Brindis: «Hallen todas las naciones a la inglesa dispuesta siempre a defender su Constitución.» Bis. Brindis: «Confusión a Thomas Paine y todas sus obras.» Bis. Etcétera. Moratín pudo asistir al banquete público ofrecido por «Los Amigos de la Libertad de Prensa», cosa, por cierto, liberal y extraña, donde los brindis y los cantos fueron los mismos. «Your eating and drinking will govern your thinking», dicen los ingleses para explicar la influencia que la comida y la bebida ejercen en la manera de pensar de uno.
Hombre, si fuera por la comida y la bebida, nuestro pensamiento no tendría nada que envidiar al inglés, pero, aparte el himno astur, carecemos de canciones para expresarlo. Alguien propone un brindis, lo motiva con un discurso, llénanse las copas, se ponen todos en pie, y entonces... Entonces, ¿qué? Con la de poetas que tenemos colocados en la Administración, resulta que todavía estamos sin letra para el Himno Nacional, ahora que hasta en las casas de seguros —ninguna quiere hacerse cargo de las primas de los futbolistas— dan por seguro que vamos a ganar la Eurocopa. Pero en los Ministerios, donde se vive improvisadamente, se cree que educar es preparar improvisadores, como si el arte del Cúchares pudiera improvisarse con un «¡Salga el toro / que no vale ná!»
Francisco Arjona Guillén, Cúchares
«Hallen todas las naciones a la inglesa dispuesta siempre a defender su Constitución.» Bis. Brindis: «Confusión a Thomas Paine y todas sus obras.»