Torcuato Luca de Tena en su despacho
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Si el enemigo no es lo que dice que es, se lee en “La educación de Henry James”, ¿qué es?
El Brexit no es la guerra del 14 (Europa murió en el 14, no en el Brexit), pero la recuerda. España se dividió en germanófilos y aliadófilos.
Los catalanes presumían de aliadófilos y, en contra de Romanones, intervencionista desatado, defendían una neutralidad mercantil a fin de pescar en el río revuelto, mientras acusaban de junkerismo (partidarios no de Junqueras, sino de la nobleza militar prusiana) a los castellanos.
En caso de invasión, Cambó proponía la sumisión.
–¡Hasta ahí podíamos llegar! –contestó Pablo Iglesias–. ¡En ese punto llegaríamos a reconocer que sí, que existe un honor nacional!
En Madrid, a Julio Antonio, Goya de la escultura, le pilló la gresca en una nave de la Ronda de Vallecas modelando en yeso una estatua de Wagner de diez metros encargada por los wagnerianos, que, divididos, de pronto, en germanófilos y germanófobos, dejaron sin fondos y en la calle al artista más precoz y más genial que tuvo España.
En la prensa la cosa estaba como en el arte. Al fundador de esta Casa, estricto defensor de los derechos de la neutralidad nacional, lo visitó en su despacho el embajador inglés: “Conviene a España situarse a favor de los aliados” “Mi patria es libre y soberana” “Inglaterra sabe ser tan generosa como vengativa” “Señor embajador, ¡cuánto siento que Madrid no sea puerto de mar!” “¿Por qué?” “Para rogarle que saliera de mi casa, a la vista de la escuadra inglesa…”
En ABC las tribunas se repartían entre Benavente, Ricardo León y Rodríguez Marín, bragados germanófilos, y Gómez Carrillo, Manuel Bueno y Azorín, no menos bragados aliadófilos (“Páginas de un francófilo”, se llamaba lo de Azorín, por lo demás, y políticamente, un veleta). Mas los beligerantes no quieren neutrales, y de ahí, luego, la peste de las listas negras. Aún hay quien, en la inexplicable aversión a ingleses y franceses, ve a los descendientes de los arruinados por ellas.