Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Si, como se nos promete, bajan los impuestos sobre las personas, es decir, los impuestos directos, que son los propios de la servidumbre, subirán los impuestos sobre las cosas, es decir, los impuestos indirectos, que son los propios de la libertad. Libertad, en su sentido más elemental, significa la ausencia de control externo sobre los actos de los individuos, que siempre se sentirán más libres en la cola de una gasolinera que en la cola de la Delegación de Hacienda, aunque lo ideal sería poder montárselo de persona o de cosa a conveniencia, algo que, sin embargo, sólo está hoy al alcance de una criatura fantástica que llamamos corporación.
En economía, como en literatura, se dan cuatro tipos de ficción: lo perfecto, lo exagerado, lo monstruoso y lo fantástico. Es decir, las cuatro patas de la corporación, según la teoría de la globalización. En América, cuna de la corporación, ésta dejó de andar a cuatro patas cuando el TribunalSupremo, valiéndose de la enmienda constitucional que incorporaba al sistema judicial a los esclavos recién liberados, resolvió que la corporación también podía ser persona. Y lo que tenemos es que, en tanto que persona, la corporación constituye un gran poder invisible, pero, en tanto que cosa, carece de cualquier obligación social. Una corporación es un camaleón con abogados que sacan a pasear los políticos, que son como los profesores Hanky y Panky de una nueva religión, la globalización, que nadie sabe a ciencia cierta de dónde ha salido.
Samuel Butler narró la historia de un tal Higgs que llegó al país de Erewhon, de donde pasado un cierto tiempo, escapó en globo. A su regreso, veinte años más tarde, descubrió que en el país había una religión nueva en la que él, Higgs, era adorado como el Niño Sol, que había ascendido a los cielos. Los sumos sacerdotes de la religión del Niño Sol eran los profesores Hanky y Panky, quienes no solamente confesaban que nunca habían visto a Higgs, sino que muy cínicamente confiaban en no verlo jamás. Al encontrarse Higgs con que la comunidad de Erewhon se preparaba para celebrar el Día de la Ascensión, se dispuso, indignado, a contar toda la verdad: «Voy a desvelar esta farsa y a decir al pueblo que fui yo, Higgs, quien subió en un globo.» Asustados, los profesores Hanky y Panky hablaron con Higgs para que depusiera su actitud. «No puede hacer eso, Higgs, pues toda la moral de este país gira en torno a ese mito, y si supieran que usted no su-bió a los cielos se volverían malos.» Higgs cedió, y salió silenciosamente de Erewhon.
La economía global es perfecta, exagerada, monstruosa y fantástica. Cuando Ortega advirtió de la llegada de un «fenómeno monstruoso», pensaba en los extranjeros que pretenderían intervenir en un país sin saber nada de él, ni del suyo propio. «¿Con qué títulos intenta inmiscuirse en otra nación un inglés de Londres que no sabe ni lo que ocurre en Liverpool?» Con los de la globalización, naturalmente. Pero cualquier intento de estudiar la globalización para explicar la existencia de las corporaciones sería hoy tan estúpido como el intento de estudiar los sueños para demostrar la existencia de los fantasmas.
La globalización, como los sueños, es el género; la corporación, como la pesadilla, la especie. La fusión —la confusión— es su obra maestra, que, como la de la Santa Alianza, consiste en «restablecer la obediencia pasiva del pueblo», aunque a esto los interesados lo llaman «neoliberalismo», quizás porque las corporaciones no se cansan de pedir «menos gobierno», que es un deseo la mar de liberal, sólo que el liberalismo lo pide para el individuo, y la globalización, para la camarilla. El viejo liberalismo favoreció a la clase media emergente, y el sociólogo Richard Sennett ha demostrado que el «neoliberalismo» perjudica especialmente a la gente de en medio. Pero toda la moral de la gente de en medio se basa en el mito de la globalización, fuera del cual la bajada de impuestos suena a música para camaleones.
En economía, como en literatura, se dan cuatro tipos de ficción: lo perfecto, lo exagerado, lo monstruoso y lo fantástico. Es decir, las cuatro patas de la corporación, según la teoría de la globalización. En América, cuna de la corporación, ésta dejó de andar a cuatro patas cuando el TribunalSupremo, valiéndose de la enmienda constitucional que incorporaba al sistema judicial a los esclavos recién liberados, resolvió que la corporación también podía ser persona. Y lo que tenemos es que, en tanto que persona, la corporación constituye un gran poder invisible, pero, en tanto que cosa, carece de cualquier obligación social. Una corporación es un camaleón con abogados que sacan a pasear los políticos, que son como los profesores Hanky y Panky de una nueva religión, la globalización, que nadie sabe a ciencia cierta de dónde ha salido.
Samuel Butler narró la historia de un tal Higgs que llegó al país de Erewhon, de donde pasado un cierto tiempo, escapó en globo. A su regreso, veinte años más tarde, descubrió que en el país había una religión nueva en la que él, Higgs, era adorado como el Niño Sol, que había ascendido a los cielos. Los sumos sacerdotes de la religión del Niño Sol eran los profesores Hanky y Panky, quienes no solamente confesaban que nunca habían visto a Higgs, sino que muy cínicamente confiaban en no verlo jamás. Al encontrarse Higgs con que la comunidad de Erewhon se preparaba para celebrar el Día de la Ascensión, se dispuso, indignado, a contar toda la verdad: «Voy a desvelar esta farsa y a decir al pueblo que fui yo, Higgs, quien subió en un globo.» Asustados, los profesores Hanky y Panky hablaron con Higgs para que depusiera su actitud. «No puede hacer eso, Higgs, pues toda la moral de este país gira en torno a ese mito, y si supieran que usted no su-bió a los cielos se volverían malos.» Higgs cedió, y salió silenciosamente de Erewhon.
La economía global es perfecta, exagerada, monstruosa y fantástica. Cuando Ortega advirtió de la llegada de un «fenómeno monstruoso», pensaba en los extranjeros que pretenderían intervenir en un país sin saber nada de él, ni del suyo propio. «¿Con qué títulos intenta inmiscuirse en otra nación un inglés de Londres que no sabe ni lo que ocurre en Liverpool?» Con los de la globalización, naturalmente. Pero cualquier intento de estudiar la globalización para explicar la existencia de las corporaciones sería hoy tan estúpido como el intento de estudiar los sueños para demostrar la existencia de los fantasmas.
La globalización, como los sueños, es el género; la corporación, como la pesadilla, la especie. La fusión —la confusión— es su obra maestra, que, como la de la Santa Alianza, consiste en «restablecer la obediencia pasiva del pueblo», aunque a esto los interesados lo llaman «neoliberalismo», quizás porque las corporaciones no se cansan de pedir «menos gobierno», que es un deseo la mar de liberal, sólo que el liberalismo lo pide para el individuo, y la globalización, para la camarilla. El viejo liberalismo favoreció a la clase media emergente, y el sociólogo Richard Sennett ha demostrado que el «neoliberalismo» perjudica especialmente a la gente de en medio. Pero toda la moral de la gente de en medio se basa en el mito de la globalización, fuera del cual la bajada de impuestos suena a música para camaleones.
Richard Sennett
El sociólogo Richard Sennett ha demostrado
que el
«neoliberalismo» perjudica especialmente
a la gente de en medio.
Pero
toda la moral de la gente de en medio se basa
en el mito de la
globalización,
fuera del cual la bajada de impuestos
suena a música
para camaleones