martes, 11 de junio de 2019

Márquez & Moore. San Isidro'19. Ventorrillos de Tifán, poco público y un aficionado que dice "¡Colóquese!" a Eugenio, que está sin apoderado



Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore

Este  encaste  conserva  la  cualidad  de  ir  a  más
Programa de mano de Las Ventas

[Parte Médico de Ritter. «Una cornada en la cara interna del tercio medio de la pierna derecha, con una trayectoria hacia arriba y hacia la cara externa de 20 centímetros, que lesiona la vena safena interna, produce destrozos en músculos gemelos y contusiona arteria y nervio tibiales posteriores. Herida superficial en pliegue inguinal derecho. Pronóstico grave. Trasladado a la Fraternidad».]


José Ramón Márquez

¿Cuál es la ganadería de la que nadie jamás echa cuentas y que nunca falla en los sanisidros? Los Ventorrillo. No conozco a nadie que haya hecho jamás una cita elogiosa de los Ventorrillo, nadie que demande esa ganadería, nadie que la coloque entre sus veinticinco ganaderías predilectas, nadie que se mueva a doce kilómetros de su lugar de residencia por una corrida de El Ventorrillo, pero ahí está inexorable la corrida de El Ventorrillo en San Isidro. Cada año. Los Ventorrillo, con su seña inequívoca, la letra efe, efe de Fidel, en homenaje a su propietario marcada a fuego en el anca, que el propietario se llama don Fidel, y aunque la ganadería figura a nombre de las famosas Edificaciones Tifán S.L. por vaya usted a saber qué causas, todo el mundo sabe que el emprendedor don Fidel es el administrador único de Tifán y que Tifán se dedica lo mismo a los toros que a los campos de golf, a las promociones inmobiliarias, a las obras públicas, a los hoteles y hasta a las estaciones de servicio donde se pone gasoil a los autos, que así si una cosa no va bien, siempre habrá otras con las que compensar, digo yo.

A bote pronto lo del Ventorrillo, si no es en la época de San Isidro, a lo que suena es al del Chato, al Ventorrillo del Chato ése que hay en Cádiz, en la carretera de Cortadura, según vas hacia San Fernando, donde te aprietas unas gambas o una urta o una raya en salsa de tomate, que eso sí que es un Ventorrillo como Dios manda y no este Ventorrillo de Tifán que a estas alturas ya ni se sabe lo que es, porque don Fidel se compró los ganados descendientes de los que don Paco Medina había comprado antes a juampedritis en el año de la Expo y los Juegos Olímpicos, hace más de cinco lustros, y eso fue hace ya catorce años, o sea que yo qué sé lo que habrá de juampedro, lo que habrá de don Paco y lo que habrá puesto de su cosecha don Fidel en ese mejunje ganadero. El caso es que esta tarde tocó salir a los ganados de su padre y los de su madre, porque los abisontados que salieron en primera y tercera posición nada tenían que ver en hechuras con el sexto, que tenía mayor peso sin aparentarlo y que presentaba un aspecto más similar al que dicen que es el origen de estos ganados, o el segundo que era como un cuerpo juampedresco al que le habían puesto una cabeza llena de cuernos que no le correspondía.

De los Ventorrillos de Tifán del año pasado no guardamos memoria alguna, y los Ventorrillo de este año, con tal que pasen unas horas, también se habrán desvanecido de nuestra memoria. Antes de que el olvido comience a hacer su trabajo inexorable dejaremos anotado que la corrida de hoy fue cinqueña, muy desigual, como se dijo más arriba, y seria. En general no dieron lo que se dice muchas facilidades, como tampoco destacaron particularmente por nada. Algo se maliciaría el respetable que hoy huyó de manera masiva de la Plaza de Toros, que presentaba un deplorable aspecto de público para tratarse de una corrida de Feria. Vemos cómo poco a poco se va disgregando el legado de Manolo Chopera (qDg), aquel abono pletórico que garantizaba prácticamente un lleno de los de “No hay Billetes” cada tarde, estuviese anunciado en el cartel quien estuviese.

Hoy el anuncio no era lo que se dice un reclamo para atraer a las masas hacia Las Ventas, pues junto al veterano Eugenio de Mora, de virtudes suficientemente conocidas, estaban Ritter y Francisco José Espada. Entre los tres sumaban doce corridas el año pasado, de las que la mitad pertenecían a Espada. Hoy, como ayer, dos toreros de azul, el de Mora y el de Fuenlabrada, y Ritter de espuma de mar y plata. Antes los mozos de espadas de los toreros se hablaban para saber cuál era el vestido que iba a llevar el matador y para evitar, dentro de lo posible, que saliesen dos toreros vestidos igual, y ahora que se dispone de correo electrónico, WhatsApp, teléfono móvil y mensajes SMS ilimitados, resulta que al romper el paseíllo ahí tenemos a dos hombres vestidos de igual manera, y ayer pasó también lo mismo, o sea que pasan de lo de los vestidos a mil por hora, y a estas cosas no les dan importancia. Y si los mozos de espadas no dan relevancia a lo de los vestidos de los matadores, los matadores hoy no estaban tampoco por dar relevancia a la cosa del estoque, porque hoy tuvimos ante nuestros ojos la tarde del mitin con el acero. Dos avisos en el primero de la tarde, uno en el segundo, dos avisos en el tercero, un aviso en el quinto y dos avisos en el sexto es la cosecha de la tarde, que hoy hicieron currar al cuarteto clarines como ninguna tarde en lo que va de feria y el único que se fue en dirección al desolladero sin saber cómo suena un aviso fue el tercero, Sufridor, número 32.

Por delante, y sin apoderado, iba Eugenio de Mora, que el otro día celebró el veintiún cumpleaños de su confirmación en Madrid, y que tuvo que hacerse cargo de tres toros: los dos de su lote y el segundo de Ritter, por cogida del colombiano. Y ahí se ve cómo son las cosas de la esquiva fortuna, que el toro que le sirvió para su triunfo fue el que hubiese tenido que matar Ritter. El primero de la tarde, alto, serio y badanudo, lo primero que hizo fue derrotar secamente en el burladero del 10 y luego en el del 9, pasó por la cosa equina sin pena ni gloria y se tragó, no sabemos cómo, unas gaoneras de Ritter. Mientras lo banderilleaban ahí estaba Eugenio de Mora junto al burladero con las manos echadas a la espalda, como un jubilado que espera al autobús en la marquesina. A José Luis Triviño, que estaba con la brega, le quitó limpiamente dos veces el capote de las manos, obligándole en una de ellas a trotar hacia la barrera a tomar el olivo. Luego, en esa misma tónica, le quitó la muleta al toledano por tres veces, que el bicho pegaba unos derrotes de mucha enjundia. Eugenio de Mora alargó mucho su trasteo, sin posibilidad de lucimiento y cuando le clavó el estoque ahí estaba la torpeza puntillera de Víctor Cañas preparada para emular un par de veces lo que se contiene en la Sagrada Escritura, Juan, 11.43, cuando Nuestro Señor gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» y el muerto se levantó y salió del sepulcro, pues lo mismo que Nuestro Señor con Lázaro, Cañas con Tripulante, número 27. El segundo de Eugenio de Mora, herrado con el 13, era Guindón II y mejor podía haber sido Grandón, un buey descastado, de gran aptitud cárnica, que pasaba de los seiscientos kilos de vellón. Ritter, que había salvado los muebles en el quite de las gaoneras al primero, volvió con el cántaro de las chicuelinas a la fuente y allí se llevó el jarro de agua fría de la cornada que le sacó de la corrida y le puso en manos del equipo médico habitual. El boyancón tiraba unos derrotes al aire como para quitar las ganas y Eugenio, que no estaba para líos, le saca una serie al natural hecha a base de oficio, de prevención y poco compromiso como balance de su actuación. A causa de la cogida de Ritter se corrió turno y le tocó el quinto, Riachuelo, número 29, que se lidió en sexto lugar, y que fue el toro más claro de la tarde, mansurrón, escarbador y sin demostrar su peligro, el que más se parecía al remoto origen juampedresco de la vacada de Tifán. Con este toro, que brinda al público, Eugenio de Mora se toma su tiempo y va desgranando una faena bien compuesta, de menos a más, que comienza haciendo galopar al toro -con lo que eso gustaba en Madrid, y ahora casi nadie lo hace- y que tiene un buen final en una media serie de naturales y una excelente de derechazos. En el lapso que hay entre el toro galopando y la serie de derechazos Eugenio de Mora se toma su tiempo, dosifica las fuerzas del toro, presenta la muleta planchada, se pone más por afuera de lo debido y deja un pase de trinchera de puro mando, muy en Antoñete. Se tira en rectitud al toro y le deja una delantera que tarda en hacer doblar a Riachuelo, pero él, con tantos años a la espalda, aguanta bien hasta que el toro dobla sin arriesgarse a perder la casi segura oreja por marrar con el verduguillo.

El tipo del segundo de la tarde, Guindón I, número 35, no se parecía al primero absolutamente en nada. Ritter planteó un largo trasteo en el que puso de manifiesto su compostura, la finura de sus modos, pero no le fue posible culminar una obra coherente, más allá de mostrar su natural elegancia, pues su propuesta fue una serie de inicios en la que no se adivinaba plan alguno. Le pegó tres naturales de buen trazo de uno en uno y después, a base de sobar al toro consigue ligar un par de ellos. La verdad es que apetecía verle con el quinto, pero las chicuelinas se cruzaron en su camino.

Y el fuenlabreño Francisco José Espada que va muy acelerado en su primero al que le preparó un largo trasteo, que comenzó con unos pases del Celeste Imperio, pase en el que el toro va completamente a su aire, como premonición de que él no estaba ahí para mandar, que lo suyo era poner la muleta y moverla de manera acompasada por delante de la cara del toro sin usarla para dirigir la embestida o marcar la velocidad de la misma. Y en el sexto, Carroñero, número 21, corrido en quinto lugar, el torero va por su lado, el toro por el suyo y no acaba de haber lo que se dice una comunión entre ambos, quiere componer la figura pero tal como se pone de manera despatarrada, la cosa queda bastante poco estética. Este segundo tenía más intención que su primero y poco a poco se va dando cuenta de que él manda más que el torero. A partir de ese momento el animal se le sube a las barbas del matador haciéndole pasar fatigas que el torero no resuelve pues ni tira del toro, ni le manda ni le da un solo pase digno de tal nombre. Ante tal situación Espada improvisa pases por la espalda con el fin de impresionar a la parroquia y buscar unos cuantos,  generosos, aplausos.

Andrew Moore

Eugenio de Mora, de azul pavo y oro
Pinchazo y estocada (dos avisos, silencio)
Media estocada (silencio)
Estocada (dos avisos, oreja)

por delante, y sin apoderado, iba Eugenio de Mora,
 que el otro día celebró el veintiún cumpleaños
 de su confirmación en Madrid

tuvo que hacerse cargo de tres toros:
 los dos de su lote y el segundo de Ritter,
 por cogida del colombiano

y ahí se ve cómo son las cosas de la esquiva fortuna,
 que el toro que le sirvió para su triunfo fue
 el que hubiese tenido que matar Ritter

Al "¡colóquese!" del aficionado contestó Eugenio
 con una oreja del escaso, pero distinguido público

Sebastián Ritter, de azul espuma de mar y oro
Media y tres descabellos (aviso, saludos)
Herido en un quite, en el cuarto, pasa a la enfermería

Ritter planteó un largo trasteo en el que puso de manifiesto
 su compostura, la finura de sus modos

pero no le fue posible culminar una obra coherente,
 más allá de mostrar su natural elegancia

pues su propuesta fue una serie de inicios
 en la que no se adivinaba plan alguno

le pegó tres naturales de buen trazo de uno en uno y después,
 a base de sobar al toro consigue ligar un par de ellos

Francisco José Espada, de gris perla y plata
Media y cuatro descabellos (aviso, silencio)
Pinchazo, estocada y cuatro descabellos (aviso, silencio)

Muge el toro sansón, herido y solo
por los sinfines de la noche en ruinas