Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
Bastonito puso el listón muy alto en la ganadería
Cristina Moratiel Llarena
¡Que no quiero verla!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
[El parte médico indica que sufrió una herida en el 1/3 medio
de la cara interna del muslo derecho, con una trayectoria
de 30 cm hacia fuera y abajo, que causa destrozos
en vasto interno, musculatura aductora, contusión
con vaso espasmo de arteria femoral,
rodea fémur por su cara posterior produciendo
contusión del nervio ciático, y presenta orificio
de salida por cara externa inferior del muslo.
Pronóstico: muy grave.]
No.
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
[El parte médico indica que sufrió una herida en el 1/3 medio
de la cara interna del muslo derecho, con una trayectoria
de 30 cm hacia fuera y abajo, que causa destrozos
en vasto interno, musculatura aductora, contusión
con vaso espasmo de arteria femoral,
rodea fémur por su cara posterior produciendo
contusión del nervio ciático, y presenta orificio
de salida por cara externa inferior del muslo.
Pronóstico: muy grave.]
José Ramón Márquez
El respeto, Julián, no es algo que venga de serie, como pretenden por ahí los mercachifles de la palabra. El respeto, Julián, se gana en el ruedo, frente al toro. El respeto se construye; como el que hizo la Catedral de Burgos, así mismo, piedra a piedra. Te preparas una presentación en Madrid, puesta a huevo, de la que salvas los muebles in extremis, te tiras una vida entre algodones, te dedicas día tras día a los torillos, prefabricados para ti, y además tienes a tu padre y a tu gente reliando todas las ganaderías para que no vaya a haber sorpresas, te matas la camada de las cabras, si te place te indultas un toro porque se te pone en el forro de las gónadas, cuando te tiras a matar pareces una rana lanzada desde un sexto piso y encima pretendes que se te tenga respeto. Pues no, Julián, así no se gana respeto alguno. El respeto, Julián, se gana a base de hombría, de entereza, de gestos y también de sangre, pongamos que hablo de Román.
Ya explicamos el otro día cómo Román no quiso ser un convidado de piedra, un comparsa en el banquete gourmand de Roca de Lima el día de su trascendental cruce de caminos con los cárdenos de Adolfo Martín. El joven matador valenciano quiso labrar su propio destino y se enfrentó a una tarde que ni mucho menos estaba pensada para él, de la que salió con la máxima dignidad, dejando bien de lado su imagen de torero alegre y bullidor para poner sobre la arena de Las Ventas, ante el toro Mentiroso, la verdad del cite, de la posición, de las ganas de vencer la pelea al toro. Esa tarde quiso Román asegurar su triunfo, y afirmar su toque de atención ante la cátedra, tirándose a matar con toda su alma, atacando en rectitud y cobrando una estocada entera, desprendida y suficiente. Y hoy, domingo de Baltasar Ibán, en el que su gesto fue entrar como sustituto de Emilio de Justo, ahí tenemos a Román perfilado en perfecta rectitud en su particular “decíamos ayer”, para atacar al volapié en la suerte contraria a Santanero I, número 5, y cuando “le acerca la muleta al hocico, bajándola hasta el suelo para que humille bien y se descubra”, tal y como Montes regula en su tauromaquia, y mientras “mete la espada y va a salir de la suerte con todos los pies”, el toro, al sentir dentro el hierro, alza la cabeza lanzando el derrote en dirección al viaje del diestro, haciendo presa en la cara interna del muslo derecho del torero, al que campanea durante unos interminables segundos hasta que lo lanza lejos de sí, roto y herido, a la arena. Y mientras las asistencias retiran apresuradamente al torero que se desangra, en dirección a la enfermería, entre las ovaciones del público, el toro, herido de muerte, parte en agonía hacia las tablas del 6. Este es el epílogo trágico y pleno de integridad de la labor de Román con Santanero I, porque esa cornada, ese tributo de sangre que se cobra el toro completamente vencido, es sólo el accidente que culmina una labor completa de Román con un toro que sólo ha presentado dificultades y difíciles ecuaciones que no muchos hubiesen sido capaces de resolver.
Santanero I, castaño albardado, cinqueño, no dio una sola facilidad. Echó al suelo de manera espectacular a Santiago Morales “Chocolate” y a su penco afaldillado, y eso que empujaba con un solo pitón, pero, casi como una premonición de lo que haría al sentir la estocada, cuando el varilarguero le aprieta con la acerada puya, él responde con una fuerza inmensa y desbarata el conjunto formado por Santiago y su caballo alazán haciéndoles medir el piso. La cosa se sigue torciendo en banderillas, donde el toro espera y se duele de manera muy ostensible. Luego tiene a su merced a El Sirio, que cae al suelo cuando trataba de poner el par por el pitón izquierdo y mientras está tendido en el piso el toro cumple con su misión que es la de tirar un fuerte derrote al cuerpo, aunque afortunadamente el pitón le pasa rozando sin hacer presa en él. La verdad es que el segundo tercio se pasa en un sinvivir, porque se junta la demostrable impericia del peonaje, las pasadas en falso o clavando una, junto con la brega de todo a un euro, que no son cosas que ayudasen en modo alguno a mejorar las condiciones del toro, que ya se iba viendo cada vez con más claridad que eran bastante aviesas. En ese sentido puede afirmarse que la aventura de Román con Santanero I ha sido exclusivamente obra suya, sin que podamos decir que haya recibido una remarcable ayuda por parte de los toreros a pie o a caballo que le acompañaban. Y ahí tenemos a Román, azul eléctrico y oro, eléctrico de alta tensión, yendo al encuentro del saco de incertidumbres del de Baltasar Ibán. Desde el principio se ve que el toro es tan áspero como había mostrado en los dos tercios precedentes, que eleva la cara en la mitad del muletazo y que su remate consiste en lanzar un derrote más o menos pronunciado. Es completamente imposible decir con este toro esa sandez tan al uso de que “he estado muy a gustito con él”, porque todo lo que se hace junto a Santanero I está teñido de riesgo y de incertidumbre. Primero sobre la mano derecha y después sobre la izquierda Román define las líneas de su actuación: valor y firmeza, o firmeza y valor, y con esos principios por delante le plantea al Ibán la pelea llena de decisión desde el primer momento, en sus propios términos, en el terreno que él ha elegido, entre el 9 y el 10, sobreponiéndose a la violencia del toro, a sus derrotes, poniéndose en el sitio, pleno de verdad: un muletazo para poner al toro en movimiento y otro a continuación, y el toro no quería más y lanzaba su derrote. Algún inevitable enganchón a causa de lo descompuesto del toro no amilana al valenciano, que sigue, ahora con la izquierda. La clave de la faena, además de la cabeza con la que Román ha concebido su pelea, es cuando tras aguantarle un parón al toro con gran entereza, éste se raja desengañado, dándose completamente por vencido y donde había agresividad y feroz búsqueda ahora hay sólo huida. Me gustaría saber cuántos de los toreros del escalafón empezando por el Poderoso y siguiendo por los de esas devaluadas Puertas Grandes de Madrid habrían sido capaces de plantear una lidia tan eficaz y haber acabado derrotando por completo a este toro, que a partir de ese momento ya sólo quiere volver grupas y huir a donde no esté la muleta de Román. Así, en franca huida del animal, es como llegamos al 6, donde el joven diestro se perfila para matar y para pagar el tributo de la sangre.
Curro Díaz también iba de azul eléctrico, de electricidad de baja tensión. Con torerísima decisión se va a dejar la montera sobre la barrera frente a la puerta de la enfermería en la que Padrós y su equipo se ocupan de Román, y se dispone a desplegar su tauromaquia frente a otro castaño, Arbolario, número 81, que era de condición bastante más manejable que el anterior, el de la cogida. Comenzó por bajo, como en él suele ser habitual, con algún muletazo de buen trazo y luego compuso una faena ligera basada principalmente en sus netas condiciones de elegante empaque y de armonía, pero ayuna de la colocación buena, la que hace manar el toreo caro. Por el derecho el toro se traga las series despegadas que le receta, en las que intercala auténticas joyitas en forma de adornos tales como trincherazos o el pase de las flores, plenos de inspiración y gracia toreadora. Le dieron la oreja. Sin embargo el Curro Díaz más interesante es el que aparece en el sexto, el que debería haber sido el segundo de Román, otro toro complejo y lleno de dificultades, que hay que ver el lote que le sortearon hoy a Román. El toro no tenía un pase por el derecho, y por el izquierdo se los tragaba de uno en uno y ahí se fue Curro Díaz a hacer la labor más seria que le hemos visto en Las Ventas, pues no es torero caracterizado precisamente como torero de valor. Incluso se permite la licencia de intentarlo por el derecho para demostrar que por ahí el animal no tiene un solo pase que ofrecer. Con gran verdad y sin amilanarse en ningún momento le saca al toro lo que tiene, haciendo su esfuerzo frente a lo poco grato de las condiciones del animal, incluso buscando una colocación más arriesgada y un toreo de mayor verticalidad que lo que demostró en el de la oreja. Su primero había sido un sobrero de Montealto que llevaba en los corrales desde que Florito iba con pantalones cortos, que se fue subiendo a las barbas de Curro a medida que él iba viéndolo cada vez menos claro. No puede quedar sin reseñar una verónica de Curro Díaz a su segundo, por si alguien quiere usarla de modelo para alguna escultura.
El patito feo de la tarde fue Pepe Moral que se vino de canela y oro y, visto lo visto, aquello no era canela fina. En su primero por lo menos hizo su clásico saludo de capa, pero en el segundo ni siquiera le salió la cosa. La cosa hoy iba de acompañar el viaje y de llevar al toro con el pico de la muleta. Su primero se dejaba, pero Moral andaba con la moral baja y no aprovecha las condiciones del toro. La faena toda se basa en no colocarse y luego pretende salvar los muebles con el arrimón. Una serie despegadísima con la izquierda tampoco consigue que la cosa eche a andar. El toro, al que Juan Antonio Carbonell había picado con el mismo ahínco que si buscase petróleo en Texas, se fue desangrando a ojos vistas y se fue a tablas casi con ánimo de echarse y allí lo mató Pepe Moral a la última. En su segundo aun peor. Parecía que le habían dado la charla de Prevención de Riesgos Laborales o que la cogida de Román le había quitado las ideas. Estuvo pajareando sin decir absolutamente nada.
Cuando hay toro el espectáculo está garantizado. Eso no falla. Lo del arte ése puede salir el día que sale, que la mayoría de los días no sale, pero lo del toro es indiscutible: cuando sale el toro con su personalidad, con sus dificultades, con sus cambiantes humores, cuando sale el toro que es un enigma y un problema -nunca parte de la solución- la atención no puede apartarse de lo que pasa en el ruedo. Cuando sale el toro es cuando realmente piensas que este espectáculo es indestructible.
Ya explicamos el otro día cómo Román no quiso ser un convidado de piedra, un comparsa en el banquete gourmand de Roca de Lima el día de su trascendental cruce de caminos con los cárdenos de Adolfo Martín. El joven matador valenciano quiso labrar su propio destino y se enfrentó a una tarde que ni mucho menos estaba pensada para él, de la que salió con la máxima dignidad, dejando bien de lado su imagen de torero alegre y bullidor para poner sobre la arena de Las Ventas, ante el toro Mentiroso, la verdad del cite, de la posición, de las ganas de vencer la pelea al toro. Esa tarde quiso Román asegurar su triunfo, y afirmar su toque de atención ante la cátedra, tirándose a matar con toda su alma, atacando en rectitud y cobrando una estocada entera, desprendida y suficiente. Y hoy, domingo de Baltasar Ibán, en el que su gesto fue entrar como sustituto de Emilio de Justo, ahí tenemos a Román perfilado en perfecta rectitud en su particular “decíamos ayer”, para atacar al volapié en la suerte contraria a Santanero I, número 5, y cuando “le acerca la muleta al hocico, bajándola hasta el suelo para que humille bien y se descubra”, tal y como Montes regula en su tauromaquia, y mientras “mete la espada y va a salir de la suerte con todos los pies”, el toro, al sentir dentro el hierro, alza la cabeza lanzando el derrote en dirección al viaje del diestro, haciendo presa en la cara interna del muslo derecho del torero, al que campanea durante unos interminables segundos hasta que lo lanza lejos de sí, roto y herido, a la arena. Y mientras las asistencias retiran apresuradamente al torero que se desangra, en dirección a la enfermería, entre las ovaciones del público, el toro, herido de muerte, parte en agonía hacia las tablas del 6. Este es el epílogo trágico y pleno de integridad de la labor de Román con Santanero I, porque esa cornada, ese tributo de sangre que se cobra el toro completamente vencido, es sólo el accidente que culmina una labor completa de Román con un toro que sólo ha presentado dificultades y difíciles ecuaciones que no muchos hubiesen sido capaces de resolver.
Santanero I, castaño albardado, cinqueño, no dio una sola facilidad. Echó al suelo de manera espectacular a Santiago Morales “Chocolate” y a su penco afaldillado, y eso que empujaba con un solo pitón, pero, casi como una premonición de lo que haría al sentir la estocada, cuando el varilarguero le aprieta con la acerada puya, él responde con una fuerza inmensa y desbarata el conjunto formado por Santiago y su caballo alazán haciéndoles medir el piso. La cosa se sigue torciendo en banderillas, donde el toro espera y se duele de manera muy ostensible. Luego tiene a su merced a El Sirio, que cae al suelo cuando trataba de poner el par por el pitón izquierdo y mientras está tendido en el piso el toro cumple con su misión que es la de tirar un fuerte derrote al cuerpo, aunque afortunadamente el pitón le pasa rozando sin hacer presa en él. La verdad es que el segundo tercio se pasa en un sinvivir, porque se junta la demostrable impericia del peonaje, las pasadas en falso o clavando una, junto con la brega de todo a un euro, que no son cosas que ayudasen en modo alguno a mejorar las condiciones del toro, que ya se iba viendo cada vez con más claridad que eran bastante aviesas. En ese sentido puede afirmarse que la aventura de Román con Santanero I ha sido exclusivamente obra suya, sin que podamos decir que haya recibido una remarcable ayuda por parte de los toreros a pie o a caballo que le acompañaban. Y ahí tenemos a Román, azul eléctrico y oro, eléctrico de alta tensión, yendo al encuentro del saco de incertidumbres del de Baltasar Ibán. Desde el principio se ve que el toro es tan áspero como había mostrado en los dos tercios precedentes, que eleva la cara en la mitad del muletazo y que su remate consiste en lanzar un derrote más o menos pronunciado. Es completamente imposible decir con este toro esa sandez tan al uso de que “he estado muy a gustito con él”, porque todo lo que se hace junto a Santanero I está teñido de riesgo y de incertidumbre. Primero sobre la mano derecha y después sobre la izquierda Román define las líneas de su actuación: valor y firmeza, o firmeza y valor, y con esos principios por delante le plantea al Ibán la pelea llena de decisión desde el primer momento, en sus propios términos, en el terreno que él ha elegido, entre el 9 y el 10, sobreponiéndose a la violencia del toro, a sus derrotes, poniéndose en el sitio, pleno de verdad: un muletazo para poner al toro en movimiento y otro a continuación, y el toro no quería más y lanzaba su derrote. Algún inevitable enganchón a causa de lo descompuesto del toro no amilana al valenciano, que sigue, ahora con la izquierda. La clave de la faena, además de la cabeza con la que Román ha concebido su pelea, es cuando tras aguantarle un parón al toro con gran entereza, éste se raja desengañado, dándose completamente por vencido y donde había agresividad y feroz búsqueda ahora hay sólo huida. Me gustaría saber cuántos de los toreros del escalafón empezando por el Poderoso y siguiendo por los de esas devaluadas Puertas Grandes de Madrid habrían sido capaces de plantear una lidia tan eficaz y haber acabado derrotando por completo a este toro, que a partir de ese momento ya sólo quiere volver grupas y huir a donde no esté la muleta de Román. Así, en franca huida del animal, es como llegamos al 6, donde el joven diestro se perfila para matar y para pagar el tributo de la sangre.
Curro Díaz también iba de azul eléctrico, de electricidad de baja tensión. Con torerísima decisión se va a dejar la montera sobre la barrera frente a la puerta de la enfermería en la que Padrós y su equipo se ocupan de Román, y se dispone a desplegar su tauromaquia frente a otro castaño, Arbolario, número 81, que era de condición bastante más manejable que el anterior, el de la cogida. Comenzó por bajo, como en él suele ser habitual, con algún muletazo de buen trazo y luego compuso una faena ligera basada principalmente en sus netas condiciones de elegante empaque y de armonía, pero ayuna de la colocación buena, la que hace manar el toreo caro. Por el derecho el toro se traga las series despegadas que le receta, en las que intercala auténticas joyitas en forma de adornos tales como trincherazos o el pase de las flores, plenos de inspiración y gracia toreadora. Le dieron la oreja. Sin embargo el Curro Díaz más interesante es el que aparece en el sexto, el que debería haber sido el segundo de Román, otro toro complejo y lleno de dificultades, que hay que ver el lote que le sortearon hoy a Román. El toro no tenía un pase por el derecho, y por el izquierdo se los tragaba de uno en uno y ahí se fue Curro Díaz a hacer la labor más seria que le hemos visto en Las Ventas, pues no es torero caracterizado precisamente como torero de valor. Incluso se permite la licencia de intentarlo por el derecho para demostrar que por ahí el animal no tiene un solo pase que ofrecer. Con gran verdad y sin amilanarse en ningún momento le saca al toro lo que tiene, haciendo su esfuerzo frente a lo poco grato de las condiciones del animal, incluso buscando una colocación más arriesgada y un toreo de mayor verticalidad que lo que demostró en el de la oreja. Su primero había sido un sobrero de Montealto que llevaba en los corrales desde que Florito iba con pantalones cortos, que se fue subiendo a las barbas de Curro a medida que él iba viéndolo cada vez menos claro. No puede quedar sin reseñar una verónica de Curro Díaz a su segundo, por si alguien quiere usarla de modelo para alguna escultura.
El patito feo de la tarde fue Pepe Moral que se vino de canela y oro y, visto lo visto, aquello no era canela fina. En su primero por lo menos hizo su clásico saludo de capa, pero en el segundo ni siquiera le salió la cosa. La cosa hoy iba de acompañar el viaje y de llevar al toro con el pico de la muleta. Su primero se dejaba, pero Moral andaba con la moral baja y no aprovecha las condiciones del toro. La faena toda se basa en no colocarse y luego pretende salvar los muebles con el arrimón. Una serie despegadísima con la izquierda tampoco consigue que la cosa eche a andar. El toro, al que Juan Antonio Carbonell había picado con el mismo ahínco que si buscase petróleo en Texas, se fue desangrando a ojos vistas y se fue a tablas casi con ánimo de echarse y allí lo mató Pepe Moral a la última. En su segundo aun peor. Parecía que le habían dado la charla de Prevención de Riesgos Laborales o que la cogida de Román le había quitado las ideas. Estuvo pajareando sin decir absolutamente nada.
Cuando hay toro el espectáculo está garantizado. Eso no falla. Lo del arte ése puede salir el día que sale, que la mayoría de los días no sale, pero lo del toro es indiscutible: cuando sale el toro con su personalidad, con sus dificultades, con sus cambiantes humores, cuando sale el toro que es un enigma y un problema -nunca parte de la solución- la atención no puede apartarse de lo que pasa en el ruedo. Cuando sale el toro es cuando realmente piensas que este espectáculo es indestructible.
Andrew Moore
Román, de azul pavo y oro. Estocada (oreja)
Pasó a la enfermería.
Santanero I, castaño albardado, cinqueño,
no dio una sola facilidad
El brindis de Curro Díaz a Román
Curro Díaz, de cobalto y oro
Metisaca en los bajos y estocada (silencio)
Estocada rinconera (oreja)
Pinchazo y estocada rinconera (saludos)
compuso una faena ligera basada principalmente
en sus netas condiciones de elegante empaque y de armonía,
pero ayuna de la colocación buena, la que hace manar
el toreo caro
el Curro Díaz más interesante es el que aparece en el sexto,
el que debería haber sido el segundo de Román
el toro no tenía un pase por el derecho, y por el izquierdo
se los tragaba de uno en uno y ahí se fue Curro Díaz
a hacer la labor más seria que le hemos visto en Las Ventas,
pues no es torero caracterizado precisamente como
torero de valor
no puede quedar sin reseñar una verónica de Curro Díaz
a su segundo
Le dieron una oreja
Pepe Moral, de canela y oro
Dos pinchazos y descabello (silencio)
Cuatro pinchazos, dos estocadas muy tendidas
y varios descabellos. Aviso (pitos)
Guernica a izquierdas
Guernica a derechas
Cuando sale el toro es cuando realmente piensas
que este espectáculo es indestructible