El sueño de la Restauración
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El liberalio hispánico es antidemócrata de cuna y ahora ve una buena ocasión de volver al partido único, del que nunca nos habíamos ido, o a ver, si no, qué cosa es la socialdemocracia.
Un gobierno de socialistas y centristas con el apoyo de los populares, que harían de palmeros en ese flamenquito. Al lado de esto, José Antonio Girón es Alexander Hamilton, pero alguna ventaja había de tener no haber leído nunca nada.
–Cuentan que en Trebujena una mocita se murió de la leyenda –decía a Pemán su tía Inés, que siempre lo pillaba leyendo.
La falta de “leyenda” es la garantía de que el españolejo no se subleve ante lo que ve: el reparto del poder y la corrupción como factor de gobierno. Todo el tabarrón cultural de hace un siglo fue una sublevación contra el pactismo de la Restauración: tanto 98, tanto regeneracionismo, tanto Cavia, tanto Ortega… para volver a donde estábamos.
–A los oligarcas y politicastros no les servirán de nada sus marrullerías y trampantojos –escribe Cavia en junio del 17.
Cavia, hoy, sería subversivo en Madrid, donde al chalaneo covachuelista sigue la paz del pacto.
–Es una puerilidad suponer que la norma en la vida es la paz –escribe Ortega el mismo año que Cavia–. Mientras creamos que la lucha entre los partidos no es el modo normal de convivencia colectiva, no acertaremos a distinguir lo anómalo cuando se presente.
Lo anómalo en una democracia es el partido único, que aquí parece lo normal. Ortega pensó que el problema era la monarquía: ve que “estos partidos no representan estados de convicción pública”, y, sin embargo, se perpetúan en el gobierno. ¿Cómo?
–Como los caballos de Diomedes –contesta ladinamente–, se nutren de lirios, y a poco que insistan, dejarán la pradera sin una flor de lis.
Su solución, ay, es la república, pero luego (“no es esto, no es esto”) tampoco lo era. Y aquí estamos, sin Ortega, pero con una cuerda de presos, como entonces, que el Maura que nos toca, Sánchez, en aras del partido único, indultará.