Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Para conocer a Pedro Sánchez no hay que leer su Tesis, que no es suya, sino mirar sus zapatos, que parecen un error de Amazon en un paquete de la Cañada Real.
–Oiga, que yo pedí una tapa de delco para el 1430 y me han traído unos zapatos de Fary.
Por cómo calzan los jefes de partido, podemos prever (verbo que no saben conjugar ni Sánchez, presidente del Gobierno, ni Guirao, ministro de Cultura, ni Carmena, alcaldesa de Madrid) los pasos de la partidocracia.
Los zapatos de Sánchez, que son de esos de “mealegrodevertebueno”, no son los zapatos de “chúpamelapunta” de Rivera (estilo conde Fulco, también calzados por Guardiola). Son zapatos de falso charol que hacen “piopio” y que piden a gritos una piel de cocodrilo. O sea, unos zapatos de Estado, pues por Hobbes sabemos que el cocodrilo o Leviatán es el Estado (cuya amenaza es el cristianismo, lo que entendido por Sánchez, duro de mollera para lo alegórico, es que hay que deshacerse de las cruces).
–Chao, mi príncipe –despide Delcy Rodríguez a Zapatero, relaciones públicas del hamponato venezolano.
Frente a la insoportable levedad de los zapatos de Zapatero, que, como está acreditado, no dejan huella ni haciendo “footing” por la playa, surgen, hambrientos, como dos cocodrilos hobbesianos, los zapatos de Sánchez, ligeramente adelantado el derecho, prueba de que no es el pie de Sánchez el que sabe dónde le aprieta el zapato, sino que es el zapato el que sabe dónde le aprieta el pie de Sánchez.
–¿Y los pasos, algunos decisivos, que han dado con nosotros? –zapateó Ruano.
Esos zapatos llevaron un día a Sánchez a pedir ayuda en Telefónica para que el periódico global no se metiera con él. Son los mismos zapatos que lo llevan ahora a declarar en TV que, como presidente del Gobierno, hará “lo que quiera” en la Cámara.
“Donde todo está en una mano”, situó Hamilton la tiranía, que en este caso son dos pies que en dos andadas han hecho más pedagogía del Régimen que todas las Universidades juntas.