¡A los toros!
José Ramón Márquez
La
verdad es que el pobre de don Jesús María Gómez Martín, Presidente del festejo
de hoy, lleva dos días que no da una, el hombre. El otro día la lió con lo de
expulsar de la Plaza a un toro que no
acometía a los capotes como demostración de su supina mansedumbre, que es una
de las condiciones de las reses con la que, a veces, tienen que apechugar los
toreros. Y hoy se ha lucido con lo de darle a Joselito Adame la oreja (¿oreja u
horeja?) tras un bajonazo de los transitivos, de los que pasan de la mente del
toreador y se transfieren de él al toro por el sistema de agarrarlo en los
blandos, provocando el desagradable vómito y, para más INRI, haciendo guardia,
que para los que de esto no chanan significa que el extremo más alejado del
mango de la espada asoma por algún lado de la anatomía del toro. Con esto el
joven don Jesús María alcanza en tiempo récord a su compañero don Trinidad, que
es el primero que tenemos registrado en la moda de dar oreja al espadazo que
hace guardia. Con este bochorno de hoy, cada día uno, con esta orejilla
devaluadísima de hoy, lo único que han han conseguido ha sido “poner en valor”
como se dice ahora a la de ayer de Castella, meritísima a la vista de los
inexistentes méritos de Adame, que obtiene su quinta oreja en Madrid; cinco
orejas del río Lethes, que los romanos identificaron con el Sil, cuyas aguas
producen el olvido.
Y
es que todo está patas arriba. Ayer lo del “no hay billetes” con la taquilla
abierta y vendiendo boletos y lo de poner en el programa que la confirmación de
Roca Rey (13/05/2005) es anterior a la de su alternativa (19/09/2015), y hoy
con la ciencia veterinaria que debería estar de vacaciones, y le han debido
dejar lo de las capas de los toros al becario (no muy espabilado o daltónico),
que ha convertido al segundo, un castaño, en negro; que al tercero lo dejó en
colorado y le quitó lo de listón, lo de chorreado, lo de girón, lo de bragado corrido y lo de meano; y que al
sexto, otro castaño, le quitó lo de listón y lo de albardado, que a fin de
cuentas qué más da, si con el tipo de
público que había en la Plaza esta tarde sacas a la vaca de Milka, berrenda en
morado, y la mitad de ellos ni se enteran si en el programa hubiesen llegado a
poner chorreada en verdugo, que a ver cuántos saben qué es eso.
Y
ahora que hemos dicho lo de público, una vez más tenemos que volver a decir que
lo del público Isidro en este 2018 clama al cielo, que parece que estamos en
Burgos por San Pedro o en Palencia por San Antolín y esto no tiene pinta de
arreglarse ni por el forro, que hoy estábamos tres de los habituales haciendo
piña, como los galos de Astérix, rodeados de una horda que estaba dispuesta a
dar inmisericordemente su aplauso y su apoyo al lucero del alba a poco que
hiciese.
La
parte toruna hoy correspondía a los hermanos Lozano, que administraron Las
Ventas tras ese gran empresario para Madrid que fue don Manuel Martínez
Flamarique (qDg) y que poseen tres hierros conocidísimos, los tres de encaste
Núñez: Alcurrucén, Lozano Hermanos y El Cortijillo. Hoy tocaba de los dos primeros.
De los hermanos Lozano el que más interés tiene es Manuel, que después de andar
de triunfo en triunfo como novillero por toda la geografía manchega, recibió un
extravagante y romántico doctorado en la Plaza de Tánger, que aún se mantiene
en pie, apadrinado por “El Cordobés” y con Gabriel de la Casa como testigo, con
ganado de Galache y que actualmente apodera a Morante. Son los hermanos Lozano
(a los que el gracejo maledicente denomina “Los Dalton”) ganaderos inteligentes
y que, como suele decirse, tienen la ganadería en la mano, esto es que saben lo
que venden y no se llevan sorpresas. Si tenían dos corridas para Madrid, hoy
han echado la mala en este cartel de pobrecillos y, probablemente hayan dejado
la buena para la corrida de Beneficencia que se dará el próximo día 6 de junio
(Dm). Ya habrá tiempo de comprobarlo.
De cualquier manera, la corrida de Madrid
de esta tarde, si de algo ha pecado ha sido de mansa, que, como antes se dijo,
es una característica muy constante en el ganado de lidia. En general no ha
sido de nota en su pelea con los jinetes y los caballos enfaldillados, pero la
cosa es que los toros, aún tendiendo a mansos, he aquí que no eran la mona
mansa, sino el toro que plantea sus dificultades, de las cuales una de ellas es
la mansedumbre. Algunos menospreciaron al quinto, Rondeño, número 191, y
flamearon pañuelos verdes, pero la verdad es que el toro estaba en tipo y en
hechuras y no se veía la necesidad de echarlo, máxime sabiendo que de sobrero
tiene en el corredor de la muerte desde hace días a un lisarnasio de
Valdefresno. Otra cosa que casi se pasaba sin decir es que cuatro de los toros
de la corrida, salvo el de las protestas y el cuarto, eran cinqueños camino de
los seis.
Para
el finiquito de los toros de los Lozano, cinco de Alcurrucén y uno de Lozano
Hermanos, los Dombos de Plaza1 contrataron a Curro Díaz, Joselito Adame y Juan
del Álamo, y que hoy no se han arruinado con la contratación lo saben hasta en
la China continental.
Curro
Díaz tiene un aire en la Plaza que no se corresponde con el adocenamiento de
cada día, en sus maneras, en la forma que va al toro, en su figura hay como una
promesa de torería asolerada que nos gusta porque nos lleva a pensar en otros
toreros que fueron nuestros ídolos. No vamos a engañarnos respecto de Curro
Díaz en cuanto a sus posibilidades porque sabemos cómo es y por eso al ver su
nombre en los carteles casi que nos vale con que nos deje una o dos verónicas,
una trincherilla y, en el summun, un par de naturales. Hoy ni siquiera nos dejó
el mínimo, qué sé yo, una media verónica, una trinchera, y nos atizó una ración
de vulgaridad al uso que no nos merecemos aquellos a los que nos causa cierta
ilusión ver su nombre en los carteles. Bien es verdad que Dios no le dio el
valor de un Manili, pero esa manera de caerse, de rilarse, sin que el toro haga
nada por tirarle nos deja estupefactos, que no es la primera vez que se lo
vemos. Y luego lo de la muleta, que parece que le ha robado media carpa al
Circo Mundial, y lugo se quejará de que le enganchó su primero casi todos los
pases, ¿y cómo no?, si esa muleta es ingobernable con ese tamaño. Y de lo de
andar a berridos con el toro en cada pase ¡Eeeeh!, ¡Uhhhh! ¡Ahhhh!, es
insufrible, como si estuviéramos asistiendo a una ópera dodecafónica.
Adame
volvía a los madriles por segunda vez en la Feria del Isidro. A Óscar Bernal le
tocó picar los dos toros de la tarde, al primero de tanda y al segundo estando
de reserva. En el primero picó de pena, ganándose la censura del respetable, y
en el segundo, un mansazo que le llegó huido del picador de tanda, agarró un
puyazo en buen sitio en la puerta de cuadrillas y aguantó con entereza el
arreón del manso que le llevó a él y a su cabalgadura hasta el burladero del 6.
Adame inició su faena al segundo con una verbena compuesta de cinco del Celeste
Imperio, tres del desprecio y uno por alto. Bonito inicio a más y, a partir de
ahí faena a menos, nula de colocación y huera de compromiso, por debajo de las
condiciones del toro, que se va sin torear y marcha a esperar su juicio en el
Valle de Josafat. Lo del quinto, el de la oreja, es ya como de cámara oculta.
Adame se va al toro mandando al tendido la neta imagen de que de la cosa de los
terrenos anda pez y de que allí hay alguien que va sin plan alguno, a ver qué
pasa. Se pone a torear al manso ¡en los medios! Y el bicho en uno de cada dos
se le trata de escapar a zonas de menos conflicto, viendo que aquello no
progresa, se lo trae al tercio del 9 y allí, erre que erre el bicho que se
quiere ir: el muletazo hacia tablas lo sigue, pero en el que da hacia los medios
se le va. Adame sigue la inclinación de animal de nuevo hacia los medios con
idéntico resultado que al principio y, de pronto, alguien le dice o él lo
piensa que hay que llevarse al bicho hacia chiqueros. Ahí consigue al menos que
no se le vaya el toro y allí vende su burra al facilón público de este sábado a
base de dejar la pierna escondida, de citar desde la oreja del toro, de estar
siempre por afuera y, si acaso, de aplicar cierta técnica no quitando la muleta
de la cara para empalmar un cabezazo del toro con el siguiente; al producirse
el empalme de los trapazos nace el ya clásico bramido de los que creen que lo
está haciendo muy bien y con la degollina haciendo guardia le dan una oreja por
una labor deslavazada que hace veinte años no habría sido ni para saludar desde
el tercio. La verdad es que al hombre se le veía contento.
Y
de Juan del Álamo, sinceramente, no sé qué poner, porque a estas horas no
permanece un solo recuerdo de lo que haya hecho o dejado de hacer. Podemos
decir que le grita mucho al toro, por lo que vale para él lo mismo que para el
otro lo de la ópera dodecafónica.
Juan
Carlos García tomó el olivo a la salida de su primer par al primero de la tarde
y luego, tras dos pasadas en falso, el jienense volvió a repetir la “gesta” en
su segundo par.
Doblete olivarero.
Juan del Álamo
Resaca tras la oreja de Adame