El Palco defendido con honor
Madrid, castillo famoso
que al rey moro alivia el miedo,
arde en fiestas en su coso,
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo
que al rey moro alivia el miedo,
arde en fiestas en su coso,
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo
José Ramón Márquez
Para hacer la reseña de lo importante en esta cuarta corrida de la (definitivamente) Feria del Isidro, corrida número 13 de las de la temporada, no hay que comenzar por los toros, ni por los toreros, como otras veces, porque hoy lo importante no estuvo en el ruedo sino en el Palco en el que don José Magán Alonso, Presidente del festejo, vistió de dignidad su cargo, defendiendo de manera perfecta, ante la horda vociferante, la seriedad de la Plaza de Madrid. Sacaron la contumelia contra don José Magán y éste, incólume, un hombre solo frente a la turba, se vistió de la máxima dignidad en una de las más acendradas reivindicaciones de la propia honorabilidad que nos ha sido dada ver en tantos años de asistir a los toros en Las Ventas.
En innumerables ocasiones se ha dicho que los toros conforman una perfecta radiografía de la sociedad española y en esta tarde de viernes se ha visto de manera explícita un incomprensible delirio colectivo, similar punto por punto al que se ha vivido contra el magistrado discrepante en una reciente sentencia judicial, un linchamiento público de un hombre que sólo estaba cumpliendo con su deber al que se ha transformado, como en la clásica pieza de Ibsen, en “Un enemigo del pueblo”.
Evidentemente la fotografía que ofrece la turbamulta vociferante sobre el paisanaje avala con mucho aquel impagable dicho de Manolo Cano (qDg) en el que declaraba “déjate de rollos, aquí lo que falla es el habitante”, porque la violenta explosión contra el Presidente que hoy se ha vivido en Las Ventas, aumentada por la interesada parsimonia de los ben-hures de la mula en su particular moonwalk, es una aterradora aproximación sociológica al habitante que a nadie puede dejar indiferente. Es de todo punto incomprensible la manera en que muchos se empeñaron en solicitar, sin mérito alguno que lo avalase, la oreja para Fortes, pero un cóctel equilibrado de aburrimiento, susto, ganas de gresca e ingesta de licores dio lugar a la tormenta perfecta en la que se demandó de la manera más arbitraria y menos justificada que concebirse pueda la oreja a quien nada había hecho para merecerla.
Nos detendremos en el sexto toro de la corrida, el del cisco. Urante, número 29, de capa colorada marcó desde su salida la diferencia con sus cinco predecesores. Largo y alto paseó sus 632 quilos por el ruedo sin hacer caso a los capotes. Empuja con verdad en la primera vara, metiendo riñones con fuerza, mientras Francisco de Borja sobre el équido guateado le cierra arteramente la salida. Le saca Fortes con un par de tafalleras y, al no acudir el toro al cite de la tercera, resuelve con una magnífica media verónica a cámara lenta de aire barroco. Luego, en banderillas, Urante obliga a José Antonio Carretero a tomar el olivo, mientras es víctima de la pésima brega de Raúl Ruiz. Ahí canta el toro que no es de carácter estúpido ni acomodaticio cuando le da dos respingos al lidiador, que le ponen a cavilar a él y a los que andan con los palitroques, que Ricardo Izquierdo tampoco lo pasó nada bien en este segundo acto. Cuando tocan los clarines a muerte, el toro ha hecho suficientes cosas como para declarar que no se parece a los cinco que le precedieron, que acomete con brío y que no es bobo. El trasteo de Fortes tiene de por sí poca enjundia, trasteo de tipo contemporáneo basado en la mano derecha en que echa al toro para afuera y remata por arriba los muletazos sin meterse en el viaje del toro, haciendo eso que dicen “toreo paralelo” (¿o era para lelos?). Así le pega un par de tandas sin gracia que no consiguen que el plenario se fije en el torero y mientras tanto unos cuantos, repartidos por toda la Plaza, se desesperaban viendo el despilfarro que se cometía con el más interesante toro de la tarde. En un momento dado, estando Fortes totalmente descubierto, el toro le ve y, sin malicia, hace por él, atropellándole más que cogiéndole. En ese momento, con el torero rodando por los suelos, se oye una voz profética que dice: “¡Si hay revolcón, oreja al esportón!” Y entonces las gentes que en general estaban pensando ya en abandonar la Plaza, de pronto se ponen a jalear a Fortes que, cucamente comienza el juego de proximidades que tantas veces le hemos visto, con el que va dando su perfecta lidia al público, que comienza a vitorear su labor. El hombre continúa a derechas sacando los muletazos por arriba y resultando enganchados algunos de ellos, pero ya da igual porque el torero se ha metido al público en el talego y todo lo que hace resulta grato para el respetable. Yo creo, y si no es así se corrige y no pasa nada, que no agarró la muleta con la zurda, desarrollando su labor con la derecha, con medios pases, aguantando algún parón y, sobre todo, siempre por las afueras, sin entrar en el terreno del toro. Cuando se lanzó a cobrar una efectiva estocada baja y el toro cayó con prontitud, comenzó el delirio orejístico. El usía no vio petición suficiente, como casi nunca la hay, y la multitud hambrienta de alguna emoción prosiguió flameando pañuelos y, sobre todo, chillando e insultando al pobre de don José Magán, que para más INRI tenía a su izquierda a Joselito Calderón, el orejador, es decir que estaba más solo que Adán el día de la madre, y así continuaron mientras Fortes daba una, dos clamorosas vueltas al ruedo y luego se iba al tercio a saludar una ovación y luego pillaba un puñadito de arena y la hacía una cucamona, y cuando volvía hacia el burladero del 9 la gritería iba a más y llovían las almohadillas sobre el ruedo, inequívoca señal en opinión del aficionado A., de que todo eso era público de aluvión del que cada día puebla la Plaza, aunque de eso hablaremos otro día.
El resto del festejo se resume en esto: cuando un abonado de la delantera de andanada abandonaba su localidad a las nueve en punto, al morir el quinto, se despide diciendo: ”Llevamos aquí dos horas y tan solo hemos visto media verónica y un par de banderillas”. La media verónica la dio Fortes en su primero, y fue un fogonazo de luz; el par de banderillas fue el de Juan Contreras al quinto, Burriño, número 41, reuniendo en la cara con torería y ganas de agradar. Lo demás, para el olvido. Manuel Escribano puso unos pares a toro pasado, usando al peonaje de “gorrillas” para traerle y llevarle el toro y hasta llegó a tomar el olivo en una ocasión, quedando inédito con la franela. De Luque diremos que en una ocasión, hace años, su padre me invitó a un suculento café del que guardo perfecta memoria. Y los Pedraza… ¡Ay los Pedraza! que uno iba bajando por Alcalá con la mosca detrás de la oreja del tostón que nos iban a pegar y no defraudaron la expectativa. Lo más reseñable es que como era tan altos, al acometer a los pencos les arreaban unos trompazos violentos en plena barriga que los dejaban tiritando, y de esa manera pusieron en dificultades a Juan de Dios Quinta, primero el que hacía segundo, Bello, número 12, que le descabalgó del arre y el hombre se agarró a la pilastra para traernos la evocación de El Señor atado a la columna de Gregorio Fernández, y después el que hacía quinto, Burriño, número 41, que se fue hacia él cuando hacía puerta y le metió un porrazo al penco que le entró una temblequera en las patas que estuvo a punto de irse al suelo. Se me olvidaba decir que con Escribano venía Chicharito, a quien en Sevilla le dieron hace un par de años el premio al mejor picador por no picar al famoso Cobradiezmos, el del indulto precedente al de Orgullito, perpetrado por King of Seville (Curro de San Blas)..
De manera harto certera, definió Tierno Galván que “cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán transformado”. Yo creo, visto lo de esta tarde, que ese camino ya se ha iniciado y me entristece por igual la palmaria injusticia que la Plaza ha cometido con un dignísimo Presidente, que lo escuchado a un muchacho, sentado dos filas detrás de mí, que explicaba a otros dos con toda la suficiencia que manaba de su enorme ignorancia que “estando cruzado no se puede ligar”. Repiten lo que oyen en esa sentina que es la TV.
Las japonesas se tiraron así la tarde entera
Las cucamonas de los benhures
Almohadillas
La democracia culera