¡Don Fernando!
Can you hear the drums Fernando
I remember long ago another starry night like this
In the firelight Fernando
Can you hear the drums Fernando
I remember long ago another starry night like this
In the firelight Fernando
José Ramón Márquez
Hoy, después de guasearnos de comprobar el odio que le tienen los de la crítica seria a lo que se sale del carril, léase La Quinta, al mirar el programa para ver qué nos deparaba la inventiva empresarial de Domb, se acaba la risa al caernos encima el baño de realidad de que para esta tarde habían programado la primera de las corridas con Joselito Adame, acompañado esta vez por Román y por José Garrido. Ver la desolación que presentaban los pasillos de Las Ventas cinco minutos antes del inicio de la corrida era la más adecuada radiografía del interés que esta combinación de espadas había despertado. Luego, al entrar hacia la localidad, tuvimos la constatación de que, por tercera tarde consecutiva, la Plaza presentaba una entrada muy de finales de los años setenta. Así los jóvenes se pueden hacer una idea de cómo eran los sanisidros de cuando los empresarios eran Canorea o Martín Berrocal, que ver la Plaza en esas condiciones nos quita un buen puñado de años. Luego los de Plaza1 sacan un cartel diciendo (digan lo que quieran) que han asistido 16.783 personas o las que sean, y ahí lo dejan, como cuando ponen el peso de los toros y resulta que el más chico del encierro le saca seis arrobas al más grande en la tablilla. En realidad Plaza1 tiene fijados dos fines, uno cumplido, que es el de repercutir en el propio beneficio la bajada del IVA, y otro por cumplir que es el de que la Comunidad de Madrid les rebaje el canon que ellos mismos elevaron disparatadamente para arrebatar la plaza a los Choperón Father & Son.
Dijimos más arriba los toreros y no pusimos lo de los toros, que hoy correspondieron a los Gallardos de Fuente Ymbro. Hay que hacer notar que, en lo que llevamos de temporada, es ésta la tercera Ymbrada que nos metemos para el cuerpo: la novillada de Madrid, muy interesante, la corrida de toros de Sevilla, con sus cosas y tirando a blanda y ésta de hoy de Madrid que es casi como la continuación de la de Sevilla, y aún nos queda para rematar el año ymbrista una novillada en feria y probablemente una corrida en Otoño. Fuente Ymbro ya va por su trigésimo segundo año triunfal desde que se desgajó de Jandilla y hoy trajo a Madrid un encierro de buena presentación en el que hubo dos toros de notable interés, el primero Holgazán, número 183, y el segundo Hechizo, número 123, y uno de condiciones más bobunas, de las que tanto se estiman para el neotoreo, Soplón I, número 125, que fue el tercero. Resaltemos que, salvo el primero, el encierro nos ofreció más caídas, tropezones y planchazos de los que debería haber habido.
Cuando don Gabriel Martín, estrafalariamente vestido de barquillero, descorrió el cerrojo para que saliese al ruedo Holgazán había alguno por ahí que aún no se enteraba de que los Adame son tres, al igual que los Niño de Santa Rita, y que el que hoy estaba anunciado era José Adame Montoya, Joselito Adame en los carteles. Holgazán recibe poco castigo en la cosa equina principalmente porque al sentir las aristas del afilado acero de la puya en sus espaldas salió huyendo como desesperado por no pasar ese trago. Se va con fuerza a por los banderilleros y a punto está de darle un serio disgusto a Tomás López, que se cayó en su cara al salir del par, y menos mal que gracias a Dios -o a Alá- el oportunísimo capote de El Sirio le hizo un providencial quite, que ya puede López invitar a marisco al Sirio, porque le libró de una cornada cantada. Al último tercio llegó el toro con una vibrante embestida, nada tonta, y ahí se fue Joselito a darle hasta cinco derechazos todos ellos movidos y enganchados; luego se aparta del animal y le vuelve a presentar la muleta para firmar la que hasta la fecha es la mejor serie que ha dado Joselito Adame en Madrid desde que vino de novillero, quedándose medio colocado y tirando del toro. Fue una serie de cinco rematada con uno por alto donde el torero, algo despegadillo, cayó hacia adelante, ligó y templó. Luego, a continuación decidió no profundizar en esa línea, en la que los toros cogen, y estimó más oportuno tirar por la cosa aliviada, colocar la pata atrás y no meterse en jardines. La cosa es que eran las siete y veintisiete minutos cuando Adame estimó que su recital de no torear debía acabar y se fue a por el estoque de verdad con el que le metió a Holgazán un bajonazo digno del premio Princesa de Asturias al bajonazo, que mandó al toro a la presencia del Creador sin que el animal se llegase a explicar qué es lo que había hecho mal para merecer ese final, porque la verdad es que puso mucho más a favor del triunfo de Adame el toro que el propio Adame.
Al salir el segundo, Hechizo, nos entran sudores fríos al ver a Faustino en pie en el 7 aplaudiendo al bicho. Bien es sabido que, por lo general, los toros que Faustino aplaude suelen venirse abajo, y cuando el tal Hechizo empieza a hocicar y a caerse ya se percibían los efectos del aplauso. El toro es grande y feo, estrecho de sienes y degollado, y sus primeros minutos de vida pública están marcados por un caer y caer y volverse a caer. En banderillas galopa de lo lindo y acosa de manera agónica haciendo hilo hasta el burladero a El Sirio que, así es la vida, no encuentra a nadie que le haga el quite y se libra de la cornada al caer cuando el toro le lanzaba el derrote. En el último tercio Hechizo presenta una notable disposición a acudir de lejos al cite, con un bonito tranco. Román pone en marcha su desparpajo dando fiesta al toro y no tapándole su condición de ir de lejos, si bien su muleteo es poco mandón y tiende a recortar el viaje del burel. Tantas veces como le citó, el toro acudió y Román anduvo aseado en su manera de torear a la moderna, en versión optimista, como de “¡Viva la Gente!”. El toro va a más y no hay vez que se le proponga el cite que el animal no acuda con bríos, si bien es verdad que el toreo que Román le propuso era de poco quebranto para el animal. En suma Román puso su optimismo congénito a disposición de la Cátedra y si caza al toro a la primera lo mismo le piden la oreja.
Para José Garrido depararon los hados la presencia de Soplón I, a quien Óscar Bernal agarró muy bien en el primer puyazo; luego costó lo suyo ponerle al segundo y una vez que se arrancó apenas fue picado. Garrido comienza su faena con la muleta de manera harto solemne, en comparación al desparpajo de Román, y a la postre esa solemnidad nos trae inequívocos aires de San Blas, de la escuela de toreo dorsal instaurada por Julián (king of Seville) como homenaje a los fisioterapeutas, con el espantoso cite en forma de alcayata en el que según acomete el toro el torero se va irguiendo en un arco de 45 grados con evidente riesgo para los músculos lumbares. El toro tenía los pases que tenía y cuando su tiempo se cumplió, aproximadamente a las 8 y 2 minutos, sin haber recibido un solo pase digno de tal nombre, Garrido siguió a ver si se le aparecía el genio de la lámpara hasta las 8 y 9 minutos que se fue a por el estoque que introdujo en los bajos del toro lanzándose de zambullón.
Como se ve hasta aquí, cada uno de los toreros había tenido su toro. En la segunda parte del festejo las cosas ya no fueron tan sencillas. El cuarto se echó a por el caballo en que iba César Morales Hernández y entre la violencia del choque y la posición del piquero, lo descabalgó y luego echó al suelo al penco; volvieron a poner al bicho frente al caballo y Morales movió con soltura el aleluya, y cuando el toro se le vino volvió a pasar lo mismo que en el anterior, y mientras levantaban al arre, el toro se fue al otro extremo de la Plaza, donde estaba Bernal y también lo echó a suelo. El Presidente, el ínclito don Gonzalo J. de la Villa Parro, decidió cambiar el tercio por su cuenta, acaso en aplicación de la vigente Ley de Prevención de Riesgos Laborales, cosa que le fue agriamente censurada por la afición, y que se prepare cuando llegue a casa. En banderillas el toro se viene flechado hacia Fernando Sánchez, que no hace ascos a la propuesta y deja un excelente par en el que todas las ventajas fueron para Soplón I. Con este toro, de bastante más dificultad que su primero, Adame anduvo perdido y corriendo y el toro a cabezazos sin que hubiese acuerdo entre ambos, acaso porque el hidrocálido no acabó de poner sobre la mesa los argumentos de mando y firmeza que el toro pedía.
El quinto, Picarón, número 122, derriba a Pedro Iturralde, al tomar al caballo por el pecho, pasa el trámite de las banderillas y llega a la muleta de Román cayéndose y con poco fuelle. En este toro Román presenta una cara más adocenada, sin el desparpajo que, como se ha dicho varias veces ya, es su seña de identidad, todo en un tono muy plano y menor. A éste le recetó una entera atravesada ejecutada con gran facilidad.
Y para terminar, Orgulloso, número 175, que pasó de puntillas por la cosa de las puyas, donde se le castigó poco, que blandeó lo suyo, y que sabemos que le banderillearon porque las llevaba clavadas en la espalda. A la hora del muleteo, iba al cite con el mismo ánimo que iba yo a la escuela cuando niño, aunque esa desgana tampoco fue combatida por Garrido, que se contagió del humor del toro o que estimó que un toro como Orgulloso no se merecía sus maneras plenas de solemnidad. El caso es que no presentó argumento alguno digno de reseña y, acaso lo mejor de su actuación sea la estocada con la que dio fin a esta corrida tan innecesaria.
Hoy ningún peón tomó el olivo.
Dijimos más arriba los toreros y no pusimos lo de los toros, que hoy correspondieron a los Gallardos de Fuente Ymbro. Hay que hacer notar que, en lo que llevamos de temporada, es ésta la tercera Ymbrada que nos metemos para el cuerpo: la novillada de Madrid, muy interesante, la corrida de toros de Sevilla, con sus cosas y tirando a blanda y ésta de hoy de Madrid que es casi como la continuación de la de Sevilla, y aún nos queda para rematar el año ymbrista una novillada en feria y probablemente una corrida en Otoño. Fuente Ymbro ya va por su trigésimo segundo año triunfal desde que se desgajó de Jandilla y hoy trajo a Madrid un encierro de buena presentación en el que hubo dos toros de notable interés, el primero Holgazán, número 183, y el segundo Hechizo, número 123, y uno de condiciones más bobunas, de las que tanto se estiman para el neotoreo, Soplón I, número 125, que fue el tercero. Resaltemos que, salvo el primero, el encierro nos ofreció más caídas, tropezones y planchazos de los que debería haber habido.
Cuando don Gabriel Martín, estrafalariamente vestido de barquillero, descorrió el cerrojo para que saliese al ruedo Holgazán había alguno por ahí que aún no se enteraba de que los Adame son tres, al igual que los Niño de Santa Rita, y que el que hoy estaba anunciado era José Adame Montoya, Joselito Adame en los carteles. Holgazán recibe poco castigo en la cosa equina principalmente porque al sentir las aristas del afilado acero de la puya en sus espaldas salió huyendo como desesperado por no pasar ese trago. Se va con fuerza a por los banderilleros y a punto está de darle un serio disgusto a Tomás López, que se cayó en su cara al salir del par, y menos mal que gracias a Dios -o a Alá- el oportunísimo capote de El Sirio le hizo un providencial quite, que ya puede López invitar a marisco al Sirio, porque le libró de una cornada cantada. Al último tercio llegó el toro con una vibrante embestida, nada tonta, y ahí se fue Joselito a darle hasta cinco derechazos todos ellos movidos y enganchados; luego se aparta del animal y le vuelve a presentar la muleta para firmar la que hasta la fecha es la mejor serie que ha dado Joselito Adame en Madrid desde que vino de novillero, quedándose medio colocado y tirando del toro. Fue una serie de cinco rematada con uno por alto donde el torero, algo despegadillo, cayó hacia adelante, ligó y templó. Luego, a continuación decidió no profundizar en esa línea, en la que los toros cogen, y estimó más oportuno tirar por la cosa aliviada, colocar la pata atrás y no meterse en jardines. La cosa es que eran las siete y veintisiete minutos cuando Adame estimó que su recital de no torear debía acabar y se fue a por el estoque de verdad con el que le metió a Holgazán un bajonazo digno del premio Princesa de Asturias al bajonazo, que mandó al toro a la presencia del Creador sin que el animal se llegase a explicar qué es lo que había hecho mal para merecer ese final, porque la verdad es que puso mucho más a favor del triunfo de Adame el toro que el propio Adame.
Al salir el segundo, Hechizo, nos entran sudores fríos al ver a Faustino en pie en el 7 aplaudiendo al bicho. Bien es sabido que, por lo general, los toros que Faustino aplaude suelen venirse abajo, y cuando el tal Hechizo empieza a hocicar y a caerse ya se percibían los efectos del aplauso. El toro es grande y feo, estrecho de sienes y degollado, y sus primeros minutos de vida pública están marcados por un caer y caer y volverse a caer. En banderillas galopa de lo lindo y acosa de manera agónica haciendo hilo hasta el burladero a El Sirio que, así es la vida, no encuentra a nadie que le haga el quite y se libra de la cornada al caer cuando el toro le lanzaba el derrote. En el último tercio Hechizo presenta una notable disposición a acudir de lejos al cite, con un bonito tranco. Román pone en marcha su desparpajo dando fiesta al toro y no tapándole su condición de ir de lejos, si bien su muleteo es poco mandón y tiende a recortar el viaje del burel. Tantas veces como le citó, el toro acudió y Román anduvo aseado en su manera de torear a la moderna, en versión optimista, como de “¡Viva la Gente!”. El toro va a más y no hay vez que se le proponga el cite que el animal no acuda con bríos, si bien es verdad que el toreo que Román le propuso era de poco quebranto para el animal. En suma Román puso su optimismo congénito a disposición de la Cátedra y si caza al toro a la primera lo mismo le piden la oreja.
Para José Garrido depararon los hados la presencia de Soplón I, a quien Óscar Bernal agarró muy bien en el primer puyazo; luego costó lo suyo ponerle al segundo y una vez que se arrancó apenas fue picado. Garrido comienza su faena con la muleta de manera harto solemne, en comparación al desparpajo de Román, y a la postre esa solemnidad nos trae inequívocos aires de San Blas, de la escuela de toreo dorsal instaurada por Julián (king of Seville) como homenaje a los fisioterapeutas, con el espantoso cite en forma de alcayata en el que según acomete el toro el torero se va irguiendo en un arco de 45 grados con evidente riesgo para los músculos lumbares. El toro tenía los pases que tenía y cuando su tiempo se cumplió, aproximadamente a las 8 y 2 minutos, sin haber recibido un solo pase digno de tal nombre, Garrido siguió a ver si se le aparecía el genio de la lámpara hasta las 8 y 9 minutos que se fue a por el estoque que introdujo en los bajos del toro lanzándose de zambullón.
Como se ve hasta aquí, cada uno de los toreros había tenido su toro. En la segunda parte del festejo las cosas ya no fueron tan sencillas. El cuarto se echó a por el caballo en que iba César Morales Hernández y entre la violencia del choque y la posición del piquero, lo descabalgó y luego echó al suelo al penco; volvieron a poner al bicho frente al caballo y Morales movió con soltura el aleluya, y cuando el toro se le vino volvió a pasar lo mismo que en el anterior, y mientras levantaban al arre, el toro se fue al otro extremo de la Plaza, donde estaba Bernal y también lo echó a suelo. El Presidente, el ínclito don Gonzalo J. de la Villa Parro, decidió cambiar el tercio por su cuenta, acaso en aplicación de la vigente Ley de Prevención de Riesgos Laborales, cosa que le fue agriamente censurada por la afición, y que se prepare cuando llegue a casa. En banderillas el toro se viene flechado hacia Fernando Sánchez, que no hace ascos a la propuesta y deja un excelente par en el que todas las ventajas fueron para Soplón I. Con este toro, de bastante más dificultad que su primero, Adame anduvo perdido y corriendo y el toro a cabezazos sin que hubiese acuerdo entre ambos, acaso porque el hidrocálido no acabó de poner sobre la mesa los argumentos de mando y firmeza que el toro pedía.
El quinto, Picarón, número 122, derriba a Pedro Iturralde, al tomar al caballo por el pecho, pasa el trámite de las banderillas y llega a la muleta de Román cayéndose y con poco fuelle. En este toro Román presenta una cara más adocenada, sin el desparpajo que, como se ha dicho varias veces ya, es su seña de identidad, todo en un tono muy plano y menor. A éste le recetó una entera atravesada ejecutada con gran facilidad.
Y para terminar, Orgulloso, número 175, que pasó de puntillas por la cosa de las puyas, donde se le castigó poco, que blandeó lo suyo, y que sabemos que le banderillearon porque las llevaba clavadas en la espalda. A la hora del muleteo, iba al cite con el mismo ánimo que iba yo a la escuela cuando niño, aunque esa desgana tampoco fue combatida por Garrido, que se contagió del humor del toro o que estimó que un toro como Orgulloso no se merecía sus maneras plenas de solemnidad. El caso es que no presentó argumento alguno digno de reseña y, acaso lo mejor de su actuación sea la estocada con la que dio fin a esta corrida tan innecesaria.
Hoy ningún peón tomó el olivo.
Toros y literatura
Soldaduras Don Simón
Viaje al final de la noche
Esas nubes que pasan