Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Francisco de Quevedo
José Ramón Márquez
Vamos a empezar por lo importante, y así si alguno tiene prisa no tiene que llegar hasta el final. Lo importante es el toro, que hoy nos bajamos desde Manuel Becerra hacia Ventas relamiéndonos de lo que nos esperaba en el número 237 de la calle de Alcalá: cinco cárdenos y un negrito herrados con las marcas de la ganadería de La Quinta, divisa encarnada y amarilla, antigüedad 1881. Y salió el toro. Hay que ponerlo en singular, el toro, y no los toros, porque cuando ya todo parecía perdido, cuando la corrida estaba presta a finalizar, un señor ataviado de barquillero del Retiro abrió la puerta de chiqueros para que hiciese acto de presencia en el ruedo el toro Brioso, número 15, cárdeno con bragas corridas. Fue salir el bicho a la exposición pública y levantar la gaita y echar una mirada llena de inteligencia a lo que había por allí, que eran unos señores moviendo sus capotes. Fue una fracción de segundo plena de señorío, como de marqués que mira sus olivares, con aplomo y suficiencia. Luego echó a perseguir los capotes y a enseñar sus bonitas hechuras de toro cinqueño cuajado, de perfecto trapío. Fue generoso su matador, Morenito de Aranda, dejando ver al toro en el caballo, poniéndolo a una buena distancia para la primera de sus acometidas al aleluya que montaba Francisco José Quinta. Brioso acometió con violencia, con la cola electrificada como la catenaria del tranvía, y Quinta le cerró la salida de manera que nunca llegamos a saber si el animal estaba empujando por derecho o porque no veía por dónde salir de naja. Una vez sacado de la jurisdicción del piquero, el de Aranda capoteó a Brioso para volver a colocarle a distancia. El toro acudió con prontitud al cite del picador desde el enfaldillado penco y, aunque el piquero intentó de nuevo cerrarle la salida, el toro en seguida se retiró de su jurisdicción en un perfecto cante de gallina, tras dar una vuelta completa sobre sí mismo al caballo y al caballero, que nos llevó a pensar lo bien que hubiera estado verle acudir una vez más al caballo, cosa que no ocurrió porque don Jesús María Gómez Martín asomó el pedazo de sábana blanca que indica el cambio de tercio. El animal había recibido un generoso puyazo en el primer encuentro y bastante menos castigo en el segundo, llegando a banderillas con aire y acometividad como para que José Manuel Zamorano, bellamente vestido de negro y azabache, le pusiese un correctísimo par y otro de más arte y exposición, reuniendo en la cara, que le valieron la mejor ovación de la tarde. Ésa es la cara, y la cruz es la huida despavorida de Pascual Mellinas que fue rematada tomando el olivo sin miramientos. Cuando Morenito de Aranda se llevó el toro al 7 para iniciar su faena había run-run, pues entre las cosas vistas en el toro y que Morenito de Aranda es torero al que Madrid siempre quiere apoyar, parecía que la tarde se echaría arriba. En seguida se vio que Morenito estaba muy por debajo de las condiciones del toro. Tras una especie de antiestéticos retorcimientos previos al cite, puso su muleta a disposición de Brioso y el animal se lanzó sin dudas a por ella, pero la muleta de Morenito no mandaba en la embestida de Brioso, la muleta de Morenito no llevaba toreado a Brioso, y Brioso, que no era tonto tardó dos tandas y tres miradas en enterarse de todo lo que por allí pasaba, que de tonto no tenía un pelo. Cosas de la casta, que por eso es que los que son como Julián (king of Seville) huyen de la casta como un gato huye del agua, que ellos lo que quieren es perros amaestrados como el bobisoso de Orgullito. La cosa es que a partir de la segunda serie comenzó Brioso a darse cuenta de que allí el que llevaba la voz cantante era él y comenzó a manifestarse esa otra visión del toreo en que es el toro el que torea al torero. A medida que discurrió el trasteo de Morenito, ya todo se le había tornado en lanzas y no fue capaz o no quiso poner remedio a la avalancha de peligro que representaba el de La Quinta. Ni que decir tiene que el tedio que había sido la tónica dominante del festejo hasta ese momento desapareció de manera inmediata, por la percepción de las dificultades que planteaba el toro y de las carencias de su matador. Morenito le fue tomando multitud de prevenciones al toro y al final le costó una barbaridad matar, pues no se fiaba y se echaba fuera en el momento de clavar. Al final el toro murió con su boca cerrada cuando sonaba el segundo aviso y cuando los benhures de la mula, a los que una vez más se les soltó la honda del tiro, arrastraban al cárdeno, éste recibió los aplausos de aquellos a los que nos había salvado la tarde, como homenaje al toro de lidia, con trapío, casta, dificultades e inteligencia.
Lo del resto de la corrida, lo que no es importante, empieza aquí. Un primero cinqueño, Berreón, número 58, de buena presencia, que hizo amago de saltar la barrera y sacó astillas del burladero del 10, con poca casta, fue el primero de Juan Bautista, ante el que el francés puso un argumentario de lo más desvaído y falto de interés. Un segundo, Meloso, número 75, al que la ciencia veterinaria etiquetó como “berrendo en cárdeno”, que vaya usted a saber, no fue suficiente como para que El Cid se pusiese a reverdecer viejos éxitos. Un tercero, Platillero, número 28, ayuno por completo de casta, fue menos picado que Orgullito en Sevilla, pura fachada para que Morenito pulsase la devoción que le tiene Madrid. Un cuarto, Palmeño, número 26, toro con un potable pitón izquierdo que Juan Bautista no vio o no quiso ver y eso que su peón Rafael González se lo mostró bien claramente, y un quinto, Revoltoso, número 52, negro (de lo ibarreño, apunta mi vecino de atrás, citando a Victorino el Chico) al que Juan Bernal agarró dos buenos puyazos, que llegó gazapón a la muleta de El Cid y que le creó más problemas que los que el de Salteras estaba dispuesto a aceptar.
El ganadero don Álvaro Martínez Conradi no puede estar realmente feliz con lo que ha echado hoy en Madrid. Por más que el serio, encastado comportamiento del sexto haya salvado in extremis el honor de la divisa, la principal nota del encierro de esta tarde en Madrid ha sido el descaste, cuando lo que hoy nos hacía bajar llenos de ilusión a la plaza era, precisamente la casta que a estos Buendía, como el valor de los soldados, se les supone.
Y en cuanto a los toreros, la cosa tampoco ha sido halagüeña. Juan Bautista, de quien leemos actuaciones sobresalientes en su país natal, se va sin acabar de plasmar en el ruedo de Madrid un solo momento de auténtico interés y sin enterarse de las condiciones de su segundo. Manuel Jesús El Cid firma una de las actuaciones de menos enjundia de las que le hemos visto sustanciada en ese cite de largo desde el tercio, que nos trae el recuerdo del Guitarrero de Hernández Pla, diferente por cuanto hoy Manuel, al entrar el toro en jurisdicción, da un respingo. Mal sin paliativos. Y Morenito, con la Plaza a su favor, firmó un correctísimo saludo de capote a su primero en el que se lo sacó a los medios por verónicas ganando terreno y rematando con la media y poco más. En su primero le dieron un aviso.
Lo del resto de la corrida, lo que no es importante, empieza aquí. Un primero cinqueño, Berreón, número 58, de buena presencia, que hizo amago de saltar la barrera y sacó astillas del burladero del 10, con poca casta, fue el primero de Juan Bautista, ante el que el francés puso un argumentario de lo más desvaído y falto de interés. Un segundo, Meloso, número 75, al que la ciencia veterinaria etiquetó como “berrendo en cárdeno”, que vaya usted a saber, no fue suficiente como para que El Cid se pusiese a reverdecer viejos éxitos. Un tercero, Platillero, número 28, ayuno por completo de casta, fue menos picado que Orgullito en Sevilla, pura fachada para que Morenito pulsase la devoción que le tiene Madrid. Un cuarto, Palmeño, número 26, toro con un potable pitón izquierdo que Juan Bautista no vio o no quiso ver y eso que su peón Rafael González se lo mostró bien claramente, y un quinto, Revoltoso, número 52, negro (de lo ibarreño, apunta mi vecino de atrás, citando a Victorino el Chico) al que Juan Bernal agarró dos buenos puyazos, que llegó gazapón a la muleta de El Cid y que le creó más problemas que los que el de Salteras estaba dispuesto a aceptar.
El ganadero don Álvaro Martínez Conradi no puede estar realmente feliz con lo que ha echado hoy en Madrid. Por más que el serio, encastado comportamiento del sexto haya salvado in extremis el honor de la divisa, la principal nota del encierro de esta tarde en Madrid ha sido el descaste, cuando lo que hoy nos hacía bajar llenos de ilusión a la plaza era, precisamente la casta que a estos Buendía, como el valor de los soldados, se les supone.
Y en cuanto a los toreros, la cosa tampoco ha sido halagüeña. Juan Bautista, de quien leemos actuaciones sobresalientes en su país natal, se va sin acabar de plasmar en el ruedo de Madrid un solo momento de auténtico interés y sin enterarse de las condiciones de su segundo. Manuel Jesús El Cid firma una de las actuaciones de menos enjundia de las que le hemos visto sustanciada en ese cite de largo desde el tercio, que nos trae el recuerdo del Guitarrero de Hernández Pla, diferente por cuanto hoy Manuel, al entrar el toro en jurisdicción, da un respingo. Mal sin paliativos. Y Morenito, con la Plaza a su favor, firmó un correctísimo saludo de capote a su primero en el que se lo sacó a los medios por verónicas ganando terreno y rematando con la media y poco más. En su primero le dieron un aviso.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Federico García Lorca
Federico García Lorca
Merecía tener ya tus blasones,
mas sé que es bien corrupta
mi andanada
de porticar tu acecho
Miguel Fernández. Fiesta en la alcoba
Miguel Fernández. Fiesta en la alcoba
El origen "celeste" del hierro puede quedar tal vez demostrado
por el vocablo griego "sideros", que se ha relacionado con sidus-eris,
"estrella", y el lituano svidu, "brillar"; svideti, "brillante".
Mircea Eliade. Herreros y Alquimistas
Todo lo arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
De tiempo, que es materia deleznable.
Reloj de arena. Jorge Luis Borges