José-Miguel Ullán
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Unas “Aproximaciones (sobre libros y autores”) es la primera recopilación de los escritos periodísticos de José-Miguel Ullán, por cuenta de Manuel Ferro, que intenta la dulce providencia, que diría Alfonso Reyes, de poner orden “en aquellos desarreglados sentidos, tan dados a morder en el aire”.
Releer, en este páramo español, a Ullán es degustar cerezas en el desierto: volver a enredarse en la inteligencia quevediana (lo demoniaco de Quevedo, según Octavio Paz: “el orgullo –¿el rencor?– de la inteligencia”) y repensarse en una sensualidad paradisiaca, rusoniana (Rousseau arrojando desde lo alto del cerezo racimos al seno de la Galley, que va devolviendo las semillas), tomada de los escritorazos del Caribe: paladares que toman por vulva la papaya, el mamoncillo por pezón y ombligo, el mamey por tetica o el caimito por labios (verticales) de mujer.
De la bragueta en pompa de Pla’78 (“Menos mal, menos mal. Al menos hay un general que se da cuenta de que esto no puede seguir así”) al “pantone” especular del camaleón de Monterroso.
Ullán conoce a Monterroso en París (febrero del 70). Carta de joven guatemalteco recomendado por Miguel Ángel Asturias (“No es de mi estilo. Hágale algún caso”). Dentro, entre otras rarezas, una cinta grabada, con la explicación: “Vivo con mi hermana, a quien acabo de conocer, pues mis padres se divorciaron y ella ha vivido con mamá en la provincia española de Burgos. Te mando su voz, una frase que últimamente me dice sin cesar”. Ullán responde, pero le es devuelto el sobre con la nota “Fallecido”. Pone la cinta y se oye una voz femenina: “Lo único malo de irse al cielo es que allí el cielo no se ve”. Puro Monterroso.
Cuatro años después, en México, una noche que Ullán y Monterroso hablan de mosquitos, Bárbara Jacobs lee en alto un verso martiano: “La muerte no es verdad”. Y Monterroso: “¿Tampoco?”
Sólo queda la esperanza de Paz:
–Volverán… Volverán los monasterios. Otro día lo discutimos. Tengo que retirarme.