Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Antes de suicidarse en su piso de París, al financiero Ivar Kreuger (“Leonardo of larcenists”, lo llamó Galbraith) se le oyó decir:
–Los éxitos que he tenido pueden atribuirse, quizás, a tres cosas: la primera es el silencio, la segunda es más silencio, mientras que la tercera es mucho más silencio todavía.
El presidente de Freixenet, que debe de ser nietzscheano (cree que la palabra más soez es más cortés que el silencio) achaca los males de Cataluña al silencio, esa consigna masónica, en un país, España, de carácter charlatán y cotilla. ¡Agorasei!
Un silencio político, entre las dos clases de silencio que distinguía el Séneca: el de la noche (romántico, vulgar, negativo, de inhibición y ausencia) y el de la siesta (positivo, producido a fuerza de luz y a fuerza de vida).
–El de la noche no es verdadero silencio, pues las cosas están muertas. Sólo en pleno día andaluz, a las tres, es cuando las cosas están calladas.
En Cataluña sólo hablan Guardiola y Xavi, ambos ex cerebros de España, uno en Manchester y otro en Qatar, que son como los niños de San Ildefonso del Puigdemont de Bruselas, la única “embajada catalana” que Rajoy, ay, se negó a cerrar por ese artículo 155 que en su mano es como el pin de la proverbial cronoquinesis mariana, por la que los flabelíferos pintan a Mariano como al Hiro Nakamura de la partidocracia.
–Más que cobarde, es que atrasa.
A Mariano le dicen cobarde porque atrasa, y a Puigdemont, porque adelanta.
“Recollons, quina nit!”, recibió el general Batet a los presos del golpe catalán del 34. “¡Recojones, qué artículo!”, será el recibimiento de Mariano a Puigdemont.
La política no da leones. En la guerra los únicos dirigentes caídos fueron los falangistas. Y a los líderes socialistas de la huelga del 17 los hallaron en casa de Gualteiro José Ortega: Largo, entre dos colchones; Saborit, debajo de la cama; Besteiro, detrás de un armario de luna; Anguiano, detrás de una cortina; y en una tinaja, Virginia González.