Curro Romero realizó la mejor faena de su vida. Cuando se perfilaba para matar, la afición granadina ya le había otorgado las dos orejas y el rabo simbólicamente. Estaban dispuestos a dárselos como fuera. Por eso no les importó la inconcebible y feísima puñalada que coronó tan estupenda faena. El presidente no debió otorgar trofeos. Primero, porque con un bajonazo se queda descalificado en buena lógica taurómaca. Y segundo, porque lo de Curro no podía tener el mismo premio que una faena normal.
Vicente Zabala Portolés