Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cataluña grita “¡Expoli! ¡Expoli!” cuando, en Lérida (a instancias de un juez y contra la voluntad del gobierno de Madrid), la Guardia Civil recupera para Aragón el tesoro de Sijena, a falta de piezas que la sabiduría popular descuenta en concepto de Tres Por Ciento, o almojarifazgo catalán. ¿Será aquella esmeralda de trabazón verde que, avaro y con poesía de la Biblia, descubrió a Foxá un comerciante judío, sefardita, en la ciudad de Sofía?
–Es del color del césped nacido a la sombra de un gran árbol después de un día de lluvia.
Desde luego, llovía en Lérida (“Lleida”, escriben los hackers rusos en el periódico global), y la presencia de manifestantes enviados por el secesionismo evita que se pueda hablar de “robo en despoblado y en cuadrilla”, como se decía en las leyes bárbaras.
¡Ah, el robo! “¡Expoli! ¡Expoli!”
Por culpa de Pi y Margall, que tradujo al español (en catalán no lo hubiera leído nadie) “El principio federativo” de Proudhon, muchos catalanes son lo bastante proudhonianos para sostener que “la propiedad es el robo”: si Cataluña retira a Aragón lo que éste retiene como perteneciente a él, no le roba; no hace sino entrar de nuevo en posesión de su bien y usar de su derecho, que es adonde se llega cuando se hace del fantasma Cataluña una persona moral, en razonamiento del azote de Proudhon, Max Stirner, escracheado por Marx y Engels y “robado” por Nietzsche (“es lo más audaz y consecuente que se ha pensado desde Hobbes”) y Ortega, que se conformó con quedarse la “circunstancia”.
Proudhon cree hacer la peor injuria a la propiedad calificándola de robo, pero nadie, dice Stirner, se indigna ni protesta contra su propia propiedad: sólo se indigna contra la de otro. En realidad, no se ataca a la propiedad, sino a la propiedad ajena. ¿Cómo se hace? Se reivindica el bien ajeno no en nombre de uno mismo, sino en nombre de un tercero, Cataluña, por ejemplo, con lo que todo egoísmo desaparece, y todo es más puro y más humano.