El modelo francés
¿Inquebrantable o fisurado?
Jean Juan Palette-Cazajus
Hace unos días, viajé por Blablacar con una fisioterapeuta madrileña que trabajaba en un hospital parisino. Dada la relativa cercanía, visitaba con frecuencia a su compañero, también español e ingeniero químico en una ciudad holandesa con mucha historia hispana y que un alférez de los Tercios hubiese conocido por Mastrique. O sea Maastricht, famosa por el tratado europeo y capital de la provincia de Limburgo. En un momento de la amena conversación, mi compañera de viaje me comentó, con cierto asombro, la existencia de independendistas limburgueses. Yo también quedé sorprendido. Indagué un poco con escaso resultado pero de paso me fui enterando de la existencia, en los Países Bajos, de un fuerte particularismo en las provincias de Frisia y de Groninga basado, como siempre, en diferencias lingüísticas.
Entiendo ahora que mi sorpresa se debía a la inadvertida presencia en mi cabeza de un borroso concepto incontrolado y jamás analizado con rigor: un territorio nacional exiguo tenía que dificultar naturalmente la aparición de los particularismos. ¡Es decir que yo mismo hacía caso omiso de la inexorabilidad del apotegma de Montaigne que tanto vengo predicando! Y esto tras mostrar cómo, en los Balcanes, en Líbano, en Grecia, la historia había convertido cualquier pañuelo de bolsillo territorial en un reñidero de etnias, lenguas y religiones. Esta forma de bajar la guardia era puro producto de una necedad occidental residual. Restos de candor y ceguera. En esta improbable travesía por las variantes e invariantes de los nacionalismos europeos que vengo infligiendo al hipotético lector, me voy convenciendo cada día más de que, al final, la nao de Montaigne no recalará en las tierras ignotas de una particularidad catalana, en el fondo absolutamente simplona, sino en la necesidad de una exigente pregunta sobre la “anomalía” francesa. Es decir sobre el concepto de nación entendido exclusivamente como supeditación voluntaria de las identidades locales a un tipo de unidad englobante y superior. En Francia estado “plurinacional” suena a pura “contradictio in terminis”. La pregunta es sencilla ¿es el modelo francés un patrón o una excepción? Hablaremos en breve de la asombrosa intentona de copia por parte de la Turquía kemalista. ¿Es inquebrantable o puede irse fisurando?
Entiendo ahora que mi sorpresa se debía a la inadvertida presencia en mi cabeza de un borroso concepto incontrolado y jamás analizado con rigor: un territorio nacional exiguo tenía que dificultar naturalmente la aparición de los particularismos. ¡Es decir que yo mismo hacía caso omiso de la inexorabilidad del apotegma de Montaigne que tanto vengo predicando! Y esto tras mostrar cómo, en los Balcanes, en Líbano, en Grecia, la historia había convertido cualquier pañuelo de bolsillo territorial en un reñidero de etnias, lenguas y religiones. Esta forma de bajar la guardia era puro producto de una necedad occidental residual. Restos de candor y ceguera. En esta improbable travesía por las variantes e invariantes de los nacionalismos europeos que vengo infligiendo al hipotético lector, me voy convenciendo cada día más de que, al final, la nao de Montaigne no recalará en las tierras ignotas de una particularidad catalana, en el fondo absolutamente simplona, sino en la necesidad de una exigente pregunta sobre la “anomalía” francesa. Es decir sobre el concepto de nación entendido exclusivamente como supeditación voluntaria de las identidades locales a un tipo de unidad englobante y superior. En Francia estado “plurinacional” suena a pura “contradictio in terminis”. La pregunta es sencilla ¿es el modelo francés un patrón o una excepción? Hablaremos en breve de la asombrosa intentona de copia por parte de la Turquía kemalista. ¿Es inquebrantable o puede irse fisurando?
Córcega desde el satélite
Este pasado domingo, en Córcega, ganó con holgura la primera vuelta de las elecciones regionales una coalición de autonomistas e independentistas. Una coalición que lleva gobernando desde 2015 y es un producto político dificilmente comprensible para quien no esté familiarizado con las claves del laberinto corso. Los isleños suelen indignarse de la caricaturas que los “pinzuti”, los que hablan con la boca en pico, o sea, los de “Paris”, los del “continente”, practican a cuenta suya. Pero los corsos, en demasiadas ocasiones, son los propios actores de una verdadera caricatura de sí mismos. En la isla, de 8722 km², viven unas 320 000 personas. El número de corsos que viven sobre el “continente” es infinitamente superior. Sólo en Marsella viven unos 270 000. La tasa de homicidios en la isla es 9 veces superior a la media nacional. Los intereses del clan siguen primando sobre la ley de la República y la vieja “vendetta” no ha perdido nada de su frescor. Hasta hace pocos años, como los antirromanos de “La vida de Brian”, las distintas facciones del “Frente de Liberación Nacional de Córcega”, la “Auténtica”, la “Histórica”, la “Habitual”, la “Rebelde”, la “Clandestina” se iban asesinando alegremente sobre el fondo promiscuo de sus rivalidades políticas y sobre todo mafiosas.
Algunos analistas dicen que más que una deriva nacionalista estas elecciones señalan una voluntad de “dégagisme” contra la vieja política clánica y clientelista de la isla. En el fondo una variante de la que llevó a la elección de Emmanuel Macron. “Dégagisme” consistente en decirles a los políticos tradicionales de la isla: “¡dégage!” o sea “¡lárgate!”. Existen fuertes probabilidades de que si se convocara en Francia un referendum sobre la independencia de Córcega sólo saldría mayoría a favor en el “continente”. Muchos son los que sienten exasperación ante la inflada retórica corsa, su victimismo, su total dependencia del “continente”, su particular interpretación de las leyes comunes. Los únicos beneficiados por una hipotética independencia serían los numerosos clanes mafiosos que sueñan con tener las manos libres para “hormigonear”, “benidormizar” y “marbellizar” el preservado litoral de una tierra que la cursilería nacional llama “l’Île de Beauté”, la Isla de la Belleza. Ciertamente el fondo de las cosas es más complejo y tendremos que explicarlas mejor en otra ocasión. Pero una vez prendida la mecha de los nacionalismos, la bomba siempre termina explotando
Algunos analistas dicen que más que una deriva nacionalista estas elecciones señalan una voluntad de “dégagisme” contra la vieja política clánica y clientelista de la isla. En el fondo una variante de la que llevó a la elección de Emmanuel Macron. “Dégagisme” consistente en decirles a los políticos tradicionales de la isla: “¡dégage!” o sea “¡lárgate!”. Existen fuertes probabilidades de que si se convocara en Francia un referendum sobre la independencia de Córcega sólo saldría mayoría a favor en el “continente”. Muchos son los que sienten exasperación ante la inflada retórica corsa, su victimismo, su total dependencia del “continente”, su particular interpretación de las leyes comunes. Los únicos beneficiados por una hipotética independencia serían los numerosos clanes mafiosos que sueñan con tener las manos libres para “hormigonear”, “benidormizar” y “marbellizar” el preservado litoral de una tierra que la cursilería nacional llama “l’Île de Beauté”, la Isla de la Belleza. Ciertamente el fondo de las cosas es más complejo y tendremos que explicarlas mejor en otra ocasión. Pero una vez prendida la mecha de los nacionalismos, la bomba siempre termina explotando
Discreto recuerdo de Napoleón en Ajaccio
Curiosamente, dentro de menos de un año, se celebrará en Nueva Caledonia un referendum de Independencia. Este archipiélago del Pacífico sur lo compone una isla principal de 16 660 km² rodeada de islas menores que suman unos 2000 km². En el marco de esta situación poscolonial, el tema de la independencia divide claramente dos comunidades. Los “kanaks”, melanesios autóctonos, “el pueblo primero” como les gusta designarse, son independentistas. Enfrente, los “Caldoches”, franceses de origen, con notoria presencia de vietnamitas y, cómo no, de chinos, desean permanecer en la órbita francesa. Corrección política aparte, vemos muy dudoso que los kanaks, mayoritariamente encerrados en un particular autismo cultural estén en condiciones de asumir el autogobierno. La isla principal, 1400 km al noreste de Australia, es uno de los mayores productores mundiales de níquel. Australia sueña con aprovechar este recurso, atrayendo el archipiélago a su influencia y de paso eliminando una presencia francesa que siempre molestó en aquel entorno anglosajón. Detengámonos un segundo en la terminología del “pueblo primero” para recordar que este concepto, desarrollado en origen a favor de los pueblos originarios de Estados Unidos y Canadá, es también la callada sombra que planea sobre el nacionalismo catalán y fundamenta su naturaleza profunda.
Pero bueno, lo único que me interesaba decir hoy es que también en Francia se está abriendo la Caja de Pandora y las consecuencias son imprevisibles.
Pero bueno, lo único que me interesaba decir hoy es que también en Francia se está abriendo la Caja de Pandora y las consecuencias son imprevisibles.
Archipiélago de Nueva Caledonia