El Pícaro y Alonsillo
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En un movimiento rutinario de centrocampismo electoral, el marianismo bascula del marxismo (“la economía es lo único importante”) al falangismo (“no somos nacionalistas españoles”).
Lo primero lo dijo el salvador de España (“Ho salvato la Spagna, ora bisogna chiudere le ferite”). Y lo segundo, se supone que para “chiudere le ferite”, por seguir en la lengua de Gentile, lo ha dicho Alonso, o Alonsillo, como el Pícaro (Fernán Gómez) llamaba a su criado (Juan Ribó).
Los curitas vascos le dicen “falangista” a Rivera, y antes de que se lo digan a Mariano, va Alonsillo y, como esos galgos que se quejan cuando te ven coger una piedra, grita:
–¡No somos nacionalistas españoles!
Todos conocemos la historia de Pedro en el palacio de Pilato o la de los jesuitas de Scorsese (“Silencio”) en el Japón de los samuráis. Estos peperos ignacianos (“trigo soy de Mariano, molido por los dientes de las fieras….”) superan a todos, y arremeten contra Rivera con los argumentos (sin percatarse) de José Antonio en el discurso de clausura del segundo consejo nacional de la Falange:
–No somos nacionalistas, porque ser nacionalistas es una pura sandez.
(Y se comen el corolario: “Somos españoles, que es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”).
Parece imposible meter en estas molleras que los nacionalismos son malos sólo donde la Nación no está separada del Estado, es decir, en la Europa continental. Es lo que viene a decir Savater, con fama de filósofo en los ambientes, cuando dice, aunque sin saber por qué, que no es lo mismo el nacionalismo de Churchill que el nacionalismo de Hitler. Churchill puede ser lo nacionalista que quiera porque en Inglaterra no pinta Estado, sino Gobierno. Igual que Trump, a quien los membrillos llaman Hitler cuando en nacionalismo no llega a la suela del zapato a Paine, a Washington, a Franklin, a Jefferson o a Hamilton.
–Gobernar es transigir, ya lo dijo Salomón –cantaba Romanones en una zarzuela del Apolo.
El marianismo.