Hughes
Abc
Alguna vez se ha comparado a Donald Trump con un personaje de “Seinfeld”. El presidente tiene en Mar-a-Lago un retrato que es demasiado parecido al que pintaban de Kramer. El estilo se parece, también la personalidad. Hay algo hilarante en ellos.
Kramer fue el personaje más especial de “Seinfeld”. La interrupción surrealista de los eternos diálogos entre Jerry y George Constanza (Constanza en realidad era el propio Larry David). Su inspiración estaba en Kenny Kramer, un vecino de David en los apartamentos Manhattan Plaza. Seinfeld insistió en que se conservara el Kramer, porque estuvieron cerca de llamarlo Bender -que luego sería el robot de Futurama-.
Kramer fue interpretado por Michael Richards, un actor que al volver de Vietnam tuvo un relativo éxito televisivo en “Fridays”. Allí coincidió nada menos que con Andy Kaufman, el inolvidable, irreverente y modernísimo cómico. Muchas veces, Trump ha sido observado como un personaje del propio Kaufmann, y hay partes de sus discursos (las manos) que recuerdan a George Constanza. Hace poco hizo una observación sobre la costumbre policial (la pena de cogote de Rato) calcada a un chiste de Seinfeld. Scaramucci parecía un secundario de la serie, y realidad y ficción se mezclan en la personalidad de Steinbrenner, dueño de los Yankees y amigo de Trump. El mundo presidencial entra y sale de un plano seinfeldiano.
En “Seinfeldia”, Jennifer Keishin Armstrong nos cuenta el entero universo de la serie. En 1994 la realidad también parecía haberse contaminado de ella. Para algunos analistas, “Seinfeld” había degradado la sociedad americana. Cuando acabó, Brad Mehldau celebró el final del cinismo. Hubo críticos que vieron en ella el último estertor del reaganismo: una expresión materialista, narcisista y banal que contenía un mensaje sobre el final de la civilización americana.
Una de las personas que no soportó su éxito fue la actriz Roseanne Barr. Su serie, del mismo nombre, era superada por los cómicos neoyorquinos. “Se piensan que están interpretando a Samuel Beckett en lugar de una sitcom”. El elitismo urbanita arrasaba entre audiencias de gran poder adquisitivo, pero ella estaba orgullosa de su condición obrera. Era la reacción de una reina del populismo.
Años después, otro neoyorquino integraría mundos similares. Alguien cuyo imperio extravagante y hortera se parecía un poco a aquel ilusorio y seinfeldiano de las Industrias Kramérica.