Adrien Cayla-Legrand en “Chacal”
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Aquellos liberales que se daban golpes de pecho (de hojalata, es verdad) con motivo de la boda de Aznar en El Escorial callan como tusos con motivo del festejo republicano de Macron en Versalles, palacio del que las marujas de los mercados de París desalojaron en el 89 al rey, obligándolo a residir en la capital.
Si al chisposo Juncker le parece que “el Parlamento europeo es muy ridículo”, ¿qué vamos a pensar los demás de la Asamblea francesa en Versalles?
La desproporción entre la realidad de Francia y la fantasía de Macron (está convencido de que Francia ganó la guerra) hace de este hombre una mezcla molieresca de Louis de Funes y gallo Claudio de la Warner que amenizará el ambiente europeo durante los próximos cinco años, como se vio en el funeral (“¡ese muerto es mío!”) del pobre señor Kohl, donde frau Merkel apuntó que va por el IV Reich, y de la mano de Macron, “bonjour, grandeur!”, que va por la VI República.
Theresa May, con un porcentaje de votos como los de Thatcher, es una fracasada, pero Macron, con una abstención del 60 por 100, es la fuerza motriz de la UE.
En contra de lo que se espera de un bancario, Macron es un tipo creativo que cree (también le pasaba a Bertrand Russell) que sus pensamientos son tan complejos que no pueden ser recogidos fielmente por un periodista. En campaña dijo que él no es “ni de derechas ni de izquierdas”, cosa que en los albores del Consenso ya dijera Ágata Lys. Y en el poder dice (a la vista, seguramente, del 60 por 100 de abstención) que sobran diputados (!) y que quiere mejorar la representación… ¡mediante el sistema proporcional!, cuyo ideólogo, un jurista alemán, ya dejó bien claro que es un sistema que liquida cualquier atisbo de representación, es decir, que adiós a De Gaulle, a quien Macron tanto imita mirando al infinito como Adrien Cayla-Legrand en “Chacal”, de Fred Zinnemann.
Ante la deriva liberal del Consenso, yo iría acondicionando para Rivera el Palacio Real de Aranjuez.