Hermandad de la Estrella, en la Huerta de la Reina
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Entre las distintas especies de ocupas: pseudopobres, pseudoanarquistas, pseudoartistas... -una hay que es inofensiva e incluso bienintencionada-, la más peligrosa y desquiciadora es la que ataca con el estatuto: el estatuto de ocupa.
El estatuto de ocupa lo regalan individuos que se dicen a sí mismo buenos y solidarios. Una gavilla de estos ha llegado a prócer y entre sus más imperiosas tareas está procurarse un buen sueldo de las arcas de la Administración y mantener a determinados coleguitas en una molicie y ociosidad escandalosas a los ojos de los que pagamos impuestos.
Los ocupas de estatuto suelen formar pelotón. El pelotón obedece a un jefe, cuya mayor preocupación es contar con un buen explorador y marihuana suficiente por lo que pueda ocurrir. El explorador busca un chivato o un funcionario municipal sincero que le cuente qué edificio tiene viviendas vacías y que a ser posible pertenezcan a un banco. Localizadas las viviendas, el jefe las reparte teniendo en cuenta número de habitaciones y metros cuadrados como cualquier constructor experimentado. Los ocupantes, duchos en oficios ilegales, se las apañan para cumplimentar el pago mensual o semanal con la tranquilidad de tener casa para años, pues el jefe tiene el estatuto que les protege; el estatuto a salvo de jueces y policía acogotados ante la presión y alarma social de opinadores a los que nunca ocuparán la casa. Para eso están los exploradores. Para distinguir las facciones amigas y enemigas y buscar el altavoz que conviene a una vida desgraciada.
En Córdoba, los ocupas de estatuto se han instalado en la Huerta de la Reina, un barrio hacendoso y acogedor hasta antier. Queda a la derecha del Vial según se va a la estación de Renfe y hoy los cordobeses procuran evitarlo. La policía recibe diez denuncias diarias, pero como los jueces no se atreven y la concejalía afín a la truhanería frena y advierte con no sé qué historias de derechos facilitando agua, luz y hasta piscina en la azotea, los ocupas de la Huerta de la Reina, tras cuatro años de asentamiento, han montado sus negocios, su vigilancia y sus métodos educacionales. En las viviendas se trafica con drogas, hay suripantas que reciben a desgraciados poco escrupulosos, se destrozan coches que conductores despistados aparcan en “sus” calles..., y en fin, los vecinos de los bloques colindantes están aterrorizados y hasta han renunciado a salir de vacaciones por miedo a perder su casa. Ni el antaño acogedor jardín de la Estrella se atreven a pisar.
A tal punto de degeneración se ha llegado en un barrio de Córdoba situado en el centro de la ciudad. Nada que no pase en otras ciudades, pero que se calla para no escandalizar. Hasta que las puñaladas, los tiroteos, las que viven con un anciano muerto en extrañas circunstancias, el yonqui que deambula y sirla sean insoportables en demasiadas geografías, y entonces... ¡Ah, los ocupas! ¡Con lo buena gente que parecían!