Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La empatía mariana como bálsamo de Fierabrás para los males de España es inseparable del tancredismo desglosado por Bergamín en 1934 (“al recuerdo de Ignacio Sánchez Mejías”).
Hablamos del célebre sugestionador de toros don Tancredo López, firme en su pedestal de medio metro de altura (¡esa vicepresidencia!) ante un cinqueño de Miura.
–A raíz del 98 (¡ese 78!), en el mismo momento en que se acusa la caída de un Estado secular, y hasta de su historia, levanta ante nuestros ojos atónitos la imagen sorprendente de Don Tancredo.
Él nos lo dice todo (“¡la empatía!”), como un filósofo. Por eso don Tancredo López, el Rey del Valor –se nos dirá–, era, sencillamente, un pobre hombre. Su paradoja: haber encontrado el secreto del valor aparente en la misma inmovilidad del mayor miedo. Tenía la particularidad, tan española, de querer ganarse la vida sin hacer nada. Y empieza por quedarse quieto: así se encara nuestro hombre con el destino y lo desafía. Pero (así empieza el tancredismo) esta voluntad de no hacer nada se hace, positivamente, una voluntad de no hacer. Tancredo López, al subirse al pedestal, se transfigura (¡silencio, gitanas!) en Don Tancredo. El senequismo español (¡silencio, tertulianos!) elevado al cubo.
–Muchas veces hemos oído decir a estos tancredistas: aquí lo único que hace falta es orden, autoridad; que para ellos es simplemente inmovilidad; y por eso lo expresan exactamente cuando exclaman: ¡que no se mueva ni una rata!
Se ha llegado hasta querer tancredizar las crisis políticas: es decir, a tancredizar un régimen de crisis política más que una crisis política de régimen. ¡El tancredismo constitucional de España!
Don Tancredo no quiere nada; porque lo quiere todo: quiere vivir y no vivir; morir y no morir; quiere, en definitiva, su tancredismo: cruzarse de brazos y esperar.
–(Frente a la sedición)… apostamos por la empatía.
Don Tancredo era el hombre verdaderamente curado de espanto. Fue derribado por el miura “Zurdito”.