Martín de Azpilcueta Jaureguízar
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La política es el arte del poder (el poder se conquista, se defiende y, si es posible, se aumenta) e implica… decisión: sólo así se explica que el fundador del marianismo, poco amigo de decidir, se niegue a que la política lo distraiga de “lo importante”, que es, dice, la economía.
Cuando hasta los Bancos te colocan, entre los extractos postales, un truño antitrumpiano redactado por el becario de la sucursal, pues hasta aquí llega el “agit-prop” del establishment, el jefe del gobierno se niega a opinar de política porque lo importante es… la economía.
–Haga como yo, no se meta usted en política –dijo famosamente el general que quería bicicletas para los obreros.
Pero el general tenía de ministro a Ullastres, no a De Guindos, que no es precisamente el Doctor Navarro, Martín de Azpilcueta Jaureguízar, estrella de la Escuela de Salamanca, precursor de la Teoría Cuantitativa del Dinero, cuyos “Comentarios” resolutorios de cambios y usuras fascinarían a Schumpeter, el economista que llegó a la conclusión de que la gente inteligente vota como si fuera idiota porque votar es gratis.
La economía, en fin, es lo que importa, y De Guindos hace en Bruselas de pequeño Tim del señor Scrooge, que es frau Merkel, con lo cual hemos conseguido apañar, oficialmente, la mayor deuda nacional de la historia de España, que técnicamente recibe el nombre de “reformismo liberal”, para distinguirse de lo que mediáticamente recibe el nombre de “populismo fascista”, que ha llevado al “hombre de Putin” en Washington a decretar la mayor bajada de impuestos (del 35 al 15) en la historia de los Estados Unidos, país que encima viene haciéndose cargo de la defensa de “la granja europea” (el término es de Jean Clair) frente al intento del zorro putinesco, nos dicen, de robarse los huevos.
Poner todos los huevos en la cesta de la economía tiene, además, la pega de que los tontos (o los listos) se lo toman al pie de la letra y luego algunos acaban en Soto del Real.