Primer paseíllo
Primer toro
La Bandera así desde hace una semana
Rust never sleeps-el orín nunca duerme
José Ramón Márquez
La
primera de Plaza 1, 26 de marzo de 2017, y todo es lo mismo, invariablemente
igual. La Plaza llena de suciedad, los chafarrinones en las paredes, la mancha
de humedad gigantesca junto a la puerta del tendido alto del 9, el ascensor
averiado, las barandillas atacadas por el orín, la bandera enrollada en el
mástil desde hace lo menos siete días, las tiras en el techo de la andanada,
ahí está la misma incuria de siempre, la misma de los Toresma, la misma de los
Lozano… con Plaza 1 o con Plaza 101, con el Mochuelo de la Cifu o con el
sursuncorda, la Plaza, como la vida, sigue igual.
Hoy
8.294 espectadores se pusieron en pie para rendir un merecido homenaje póstumo a
Manolo Cortés, y uno, el que hace 8.295, en la delantera de la andanada, no
tuvo a bien levantarse en respeto al torero de Gines, fallecido ayer mismo; lo
mismo el prenda ni sabía quién fue ese personalísimo torero que pisó hace ya
veinte años por última vez la arena de Las Ventas, donde dejó la indeleble
huella de su arte y de su sangre.
Para
la primera de Plaza 1 anunciaron una novillada de Fuente Ymbro, los toros de
don Ricardo Gallardo, el antiguo vendedor de cocinas que buscó en Borja Domecq
el apoyo y el know how. Tengo para mí la pena mora -pena islamista- de no haber
visto al toro Agitador, que tanto hizo hablar a la afición y que ha sido
cantado como el epítome de la bravura ymbresca; a cambio tengo vistas unas
cuantas arrobas de corridas de los pupilos de don Gallardo en las que prevalece
generalmente la decepción sobre la admiración. El año pasado, sin ir más lejos,
pasó la divisa verde por Las Ventas de Taurodelta con más pena y desplome que
gloria ganadera, lo mismo en el Isidro que en el Otoño; y mira tú que en el año
diecisiete, veinte años ya dela última vez que vimos a Manolo Cortés, se trae a
Madrid el señor Gallardo una corrida como para ponerle un piso. Después del
ayuno de la invernada, encontrarnos con seis novillos como los que hoy han
salido en Madrid es como un sueño, porque la verdad sea dicha, no se esperaba gran
cosa de los Ymbro de San José del Valle. La corrida que ha salido en Madrid ha
traído justamente lo que el toro tiene que traer a Madrid para que el triunfo
sea de relevancia: buena presencia, casta, embestida vibrante, no perdonar los
fallos, cumplir en varas… ¿qué más se puede pedir? De los seis de esta tarde,
cuatro tenían más presencia que lo que se ha visto en Fallas como corrida de
toros y los dos más terciados, los más “anovillados” en una novillada, han
tenido trapío y además un aire y una chispa de gran interés. Hoy, una vez más,
quien se haya dedicado a mirar el toro no habrá podido aburrirse porque el
juego que han dado, lejos de la estúpida y bovina sumisión del ganado de tantas
tardes, ha favorecido una entretenida tarde de toros. Así es esto: íbamos a la
Plaza jurando en arameo a causa del ganado y salimos de ella encantados con el
juego y la presentación de la novillada. Y al margen de esto diremos de don
Gallardo, que se compró los jandillas con los que creó Fuente Ymbro en 1996, un
año antes de la última vez que Manolo Cortés estuvo con Palhas en Las Ventas,
por lo que acaso ya vaya siendo hora de que en el haber de los Ymbro deba pesar
o la sabiduría de don Borja o la de don Ricardo para, desde el deplorable fango
del monoencaste del cual partió todo, ser capaces de sacar una corrida tan
interesante como la de hoy. A ver si va a resultar que lo que importa de verdad
es la selección, más que el encaste.
En
el cartel de esta corrida primaveral, Pablo Aguado, Leo Valadez, de
Aguascalientes, Méjico, nuevo en esta Plaza, y Diego Carretero.
El
único de los Fuente Ymbro que toreó Pablo Aguado, Laminado número 142, cantó
desde la salida sus dones, de los que su afición al viaje largo y su condición
repetidora eran acaso los más señaladas. Aguado le quiso dar fiesta y el animal
galopó con ilusión hacia la muleta distante que se le propuso, encontrando una
y otra vez la falta de toreo que se le ofrecía, si es que toreo es parar,
templar y mandar, recibiendo a cambio de la franqueza de su galope y de la
sinceridad de su embestida una serie de mantazos, telonazos y enganchones, que
no hicieron cambiar al Ymbro en sus inclinaciones. Faena sin concepto alguno y
decididamente a menos se vio abruptamente interrumpida cuando el novillo le
hizo hilo al torero, que le había perdido la cara, propinándole un fortísimo
porrazo de resultas del cual el muchacho quedó tirado en el suelo conmocionado
para recordarnos, breve y escalofriantemente, el “Torero muerto” (“L'Homme mort”) de Dégas. Retirado el novillero a la
enfermería, fue Leo Valadez quien se ocupó de despachar al animal, cosa que
hizo con una estocada desprendida muy eficaz. Desde ahí la tarde quedó ya como
mano a mano entre Valadez y Carretero.
En
el segundo de la tarde, Leo Valadez dejó como tarjeta de presentación un
insustancial trasteo basado en una antiestética contorsión del cuerpo, a medio
camino entre El Juli y el mayor de los Adame en feliz hallazgo del aficionado
R., en el que, por resaltar algo positivo, pondremos la planta de torero del
mejicano y un espléndido pase de trinchera lento y mandón. Mal con los aceros.
El otro que mató fue el que hacía cuarto, Vinazo, número 91, que fue corrido en
quinto lugar. En ese toro, acaso ayudado por las plegarias de un Reverendo Padre
que entiende y ayuda en el desarrollo del mejicano como torero en ciernes, el
hidrocálido quiso presentar otra cara, con el quite ése que hace el Julián de
San Blas (¿se llama lopecina o me lo he inventado yo?) y luego principiando su
trasteo de rodillas, muy en novillero, menos convulso en la forma de ejecutar
las suertes y sacando una serie de naturales despegadillos, pero de buena
factura, amparados en la generosidad del novillo y reconocidos con esplendidez
por la parroquia. En éste también volvió a encenagarse con el acero. Se le
puede volver a ver a Valadez, a ver si
las ayudas del clérigo se centran en acercarle algo más a la trinidad del toreo: parar, templar, mandar.
Y
luego Carretero, que se despachó al tercero, al quinto y al sexto. Cuando nació
Carretero faltaba apenas un mes para que Manolo Cortés hiciese su postrero
paseíllo en Madrid para acabar matando un sobrero de Peñajara, su último toro.
Estos toreros nunca habrán oído hablar de Cortés y, a buen seguro nunca habrán
visto a nadie mecer el capote con la humildad, la naturalidad y la clase del
viejo torero; sus referencias para el capote estarán, sin duda, en ese rococó
afectado que ahora se toma como buen capoteo y en cuanto a la muleta, lo mismo.
Carretero ha presentado en los tres novillos la misma cara, exactamente: la de
un muchacho que no ofrece un concepto de lidia, reducida ésta a una mera
sucesión de pases en los que si consigue que el toro se mantenga en movimiento
se obtiene la gratificante ovación de los públicos a los que se ha convencido
de que eso es el toreo. Si además hay un percance -sin consecuencias, por
fortuna- y lo hubo en el sexto, la oreja ya va de suyo, y como el hombre
degolló al toro, cosa que a nadie importa, y el Ymbro cayó, el repliegue cutáneo sostenido por una lámina cartilaginosa al que denominamos “oreja” pasó de estar
adherida a la sien de “Pintora” (sic), número 93, a la mano del de Hellín.
Luego,
de manera harto exagerada, hubo aficionados jóvenes e impulsivos que demandaron
la vuelta al ruedo a “Pintora”, aunque más bien se entiende que lo que ellos
querían era significar lo que les había gustado la novillada y de esa manera exagerada
animaban a Plaza 1 a que siga trayendo muchas más de este jaez. Saludó el
mayoral, y en eso sí estamos de acuerdo.