Los últimos de Filipinas
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la cultura cristiana la culpa de todo lo malo era del demonio; en la cultura socialdemócrata que la sustituye la culpa de todo lo malo (entendiendo por malo todo cuanto amenace con quitarle la silla) es del populismo.
–No creía que me pudieran odiar tanto –fue la explicación del inane Renzi al perder el plebiscito por el que quería colocarse, tan pichi, de Duce en camiseta blanca con cintura de Morante.
El soporte intelectual de la socialdemocracia es muy pobre (Kelsen, Habermas, Rawls y cosas así), pero pasado por el chino de la prensa lo que queda es aún más atroz: un antipopulismo (odio al sufragio universal, sin más) que culpa al populismo del Brexit, de Trump, de Renzi, de Le Pen, de Pablemos y de Cataluña, pues todo es bueno para el convento, y llevaba una puta al hombro.
–¡Brujas fuera! ¡Arreniégote, Demonio! –exlama La Roja en “Romance de lobos”.
Y con eso, se ahorra uno todos los análisis.
De la última camada socialdemócrata (Snchz, Renzi, Valls), ya sólo queda Valls, el hijo de Xavier Valls, que fue a París a pintarla (nunca se le pasó a Tàpies la envidia), no a liberarla, como vende el columnismo socialdemócrata.
La socialdemocracia es el hormiguero de una clase política donde las hormigas, que son los políticos, cuidan del pulgón, que es la clase media.
–Las hormigas cuidan a los pulgones, los dejan hacer allí lo que les da la gana: pasearse, amarse... Luego los vuelven a guardar en sus galerías. El pulgón exuda un líquido azucarado del que la hormiga es tan golosa que por conseguirlo descuida hasta el cuidado de sus propias larvas y deja extinguir la comunidad.
Renzi iba de listo, y quiso pasar de monaguillo de frau Merkel a Duce de Italia como si nada. Ahora se cree María Antonieta (¿por qué me odian tanto?), pero sólo fue el Eros Ramazzotti de nuestro Rivera, ese nadador de Estado que hace de muleta de Estado para Rajoy y su marianismo de Estado.
De leer a Santayana, Renzi sabría que el odio es un gran embustero.