Abc
El Madrid, qué se le va a hacer, está de buena racha.
Todo cuanto hay que saber sobre las rachas lo aprendimos del único filósofo que ha dado España desde la Escuela de Salamanca: Rafael el Gallo.
–Menos mal que ya no salen a las plazas toros auténticamente bravos... –contaba para quien quisiera oírle–. Hoy vienen muchas veces, a mí, los toreros que empiezan, y me dicen: “Llevo muy mala racha. Hace dos meses que no me salen más que mansos.” ¡Desgraciado! Eso es lo que hay que pedirle a Dios. Toros mansos. Es mejor correr detrás del toro que delante...
Y eso se encontró el Madrid en el Campo Nuevo del Barcelona: un manso tras del cual estuvo corriendo toda la primera parte, y de fondo, la música ratonera, en la TV, de la locución de Raúl y Valdano, un dúo Pimpinela que a los dos minutos ya nos ofreció el primer “hit” de la tarde: Mascherano hace penalti a Lucas Vázquez, pero en un Clásico no se puede pitar penalti a los dos minutos.
Valdano y Raúl encarnan la socialdemocracia pipera del fútbol, y hablan de “intercepción” y de “alargue” como Cebrián lo hace de “gobernanza” y “aprehensión”, porque de lo que se trata, al final, es de llevar la cultura al pueblo, no sea que el pueblo se vuelva populista y se niegue a pagar impuestos.
El Barcelona es manso “pregonao” en el campo, y allá él. Pero también es insufrible a la vista, y, entonces, allá nosotros. Ahora se han dejado barba, y tiene uno la impresión de estar jugando, por los gritos y aspavientos, contra las lapidadoras de “La vida de Brian”. Catorce faltas hizo el Madrid (de las cuales habría que descontar las señaladas contra Neymar) y veinticuatro el Barcelona (a las cuales habría que añadir los penaltis, dos, de Mascherano y Rakitic), es decir, más del doble. Y, sin embargo, ahí se andaban las Desdémonas, desmayándose como marquesonas faltas de cariño, sobre una agitación de esteladas para dar sentido a la representación del carácter de un pueblo sentimental que ha hecho de la queja su industria más próspera: en política, en economía y, desde luego, en fútbol, enriquecida por la sentimentalidad verbal de Valdano, que abreva, sin saberlo, en José Antonio (que abrevaba, sabiéndolo, en el más nefasto Ortega):
–Cataluña es un pueblo impregnado de un sedimento poético aun en la vida hereditaria de esas familias barcelonesas que transmiten de padres a hijos las pequeñas tiendas de las calles antiguas, en los alrededores de la plaza Real; y van perpetuando una tradición de poesía gremial, familiar, maravillosamente fina.
Esta tradición poética se manifiesta hoy en el rondo-sardana culé al son de la gaita gijonesa de Luis Enrique, cuyo teatrillo se vino abajo el sábado con el gol postrero de Sergio Ramos, el San Wenceslao del Madrid.
Aunque hay un sainete madrileño en el que figura una “señá Wenceslaa”, Wenceslao Fernández Flórez nunca entendió que sus amigos le dijeran con un dejo de envidia: “¡Mira que tienes un nombre castizo!”, lo que parecía obligarlo a proceder siempre como un personaje de Arniches, a llevar un palillo entre los dientes y a bailar chotis “a izquierdas”.
–San Wenceslao era muy diferente, y si alguna vez le hubiesen dicho que su nombre sonaría a verbena con organillo, a Valdepeñas con aceitunas, a ‘barbián’ y a ‘chipén’, no alcanzaría a comprenderlo.
En lo peor de las batallas, cuando ya todo parecía perdido, surgía San Wenceslao y sacaba del apuro a los suyos.
GOLES E IMPUESTOS
Al Clásico se llegó hablando más de impuestos que de goles, que es la verdadera especialidad de Messi y Cristiano, de modo que el espectáculo se presentó como si fuera un partido a beneficio de la Agencia Tributaria, ese Leviatán de nuestro tiempo que nos ha de devorar a todos. “Hacienda somos todos”, cantaba la hinchada culé, que ya es cantar. En la guerra política del momento entre el Consenso (subir impuestos) y el Populismo (bajar impuestos), gravar los goles (¡gravar la felicidad del pipero!) es una idea que ponemos sobre la mesa, ahora que la democracia de partido único parece haberse quedado sin imaginación para inventar nuevas gabelas. A cambio, desgravaría el fútbol “empanado” de Benzemá, que juega como si tratara de quitarse un chicle de la suela del zapato; el enfurruñamiento, como de niño de la trona, de Isco en el cambio; o la perfidia zidanesca de poner a Mariano (¡Mariano!) a meter goles en Barcelona.