viernes, 15 de julio de 2016

¿Y la Oposición?



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Por su inexistente cultura política, el españolejo apenas puede refrenar una voluptuosidad obsesionante: arrojar ingleses desde el campanario de Manganesa de los Polvorones.

Ya no le gusta el referéndum, pues se puede perder, a poco que un pueblo bravo (con sentido no del Estado, sino de la Nación), como el inglés, vote en contra del tinglado del general Marshall para los vencidos (Inglaterra fue vencedora).

Ya no le gusta la democracia representativa, pues, allí donde existe, Estados Unidos y Francia (que, aunque mal, se la copió), pueden salir los populistas (?) y votar a Donald Trump o a Marine Le Pen, obligando al editorialista del periódico global a agotar el “stock” de tópicos crujientes contra el fascismo.

Y ya no le gusta la Oposición, pues impide a Rajoy ser Presidente en regla, que en su caso tampoco se diferencia mucho de serlo en funciones, razón por la cual Rajoy, que es más listo que sus partidarios (¡y que sus adversarios, a los que tiene bailando como osos sobre la plancha caliente de la partidocracia!), iría embalado por las terceras elecciones, dado que una democracia (o un teatrillo de ella) sin Oposición, que eso significaría, estéticamente, la abstención (“¡por España!”) de Snchz, es como un coche sin ruedas en mitad de la Cañada Real. Ni Romero Robledo se atrevió a tal cosa.

La tentación de un gobierno sin oposición es alemana. El tradicional Estado funcionarial alemán, que dice Schmitt.

Un doble velo ocultaba el funcionalismo puramente estatal del funcionariado: por un lado, la legitimidad monárquico-dinástica, y por el otro, la descentralización federal.
Los “länder” que quiere Rivera, con ese franquismo de domingo por la tarde que desprende, y los cantones a que aspira Snchz, con su maragallismo de lunes por la mañana en pleno tabarrón catalán.

María Soraya con lo de que el PP ganó las elecciones es como Michel con lo de que la Quinta del Buitre no perdió con el PSV que lo eliminó (1-1 y 0-0) en el 88.