José Ramón Márquez
Le pregunto a Sergio Ariza, que él tiene buena memoria para estas cosas, que si él recuerda cuándo fue la última corrida de Cuadri que nos gustó y me dice que la de hace cinco años, la del 2011, o sea que llevamos un lustro ayunos de Cuadri, que aunque hayan salido toros sueltos, don Fernando Cuadri no nos ha dado el gusto de ponernos frente a una corrida entera que nos acierte en el centro de la diana. Y es verdad que cinco años no es nada, pero es que ahora mismo no vemos los mimbres con los que Cuadri pueda traernos una corrida de las que te dejan el buen sabor para toda la temporada. Como todo el mundo anda con lo del peso -me parece a mí que eso es algo que ponen en marcha los troleros de la TV, el Gasolino , el Fenicio y el Temple- vamos a recordar que la corrida del año 11 tuvo un promedio de 590.83 kilos, con un toro, Podador, número 12, de 631 kilos, y que la de hoy ha dado en la báscula venteña un promedio de 575.3, con un Jabato, número 7, de 627 kilos. Con esto se descubre fácilmente a los que, interesadamente, berrean por esos medios de Dios o más bien del diablo que si los toros gordos, que si el tipo, que si así no y demás monsergas orientadas de manera harto interesada en rebajar, al precio que sea, el volumen del toro en Madrid, que es otra de sus grandes cruzadas. El corridón serio y complicado del año 11 era de promedio una arroba y cuarto más grande que la del día de hoy.
La cuestión no va de peso, ni mucho menos, como puede ver cualquier observador imparcial. La cuestión trascendente es que Cuadri ha echado hoy en Madrid algo que no ha llegado a interesar a nadie, pesase lo que pesase, porque los toros eran planos como un tema musical interpretado por Ray Conniff o por los Indios Tabajara, ni una nota más alta que otra, ni un momento de efusión, ni un sobresalto: música de aeropuerto y toros de aeropuerto los que se vinieron desde Trigueros, lo mismito que el que se viene a echar unos días a la capital, a visitar la de El Bosco en el Prado, una hamburguesa en el Goiko Grill y una copa en el Ramsés. Las señas de identidad de los Cuadri ahí están: la divisa amarilla y morada, la hache en el anca, los números y otras marcas ganaderas delineadas en el costado como si fuesen obra de un rotulista, la presentación esmerada, el lustre de la buena crianza, el tipo zootécnico hondo y badanudo, cortos de manos y no muy cornalones, todo lo que constituye Cuadri ahí estaba, menos lo principal, la casta, la acometividad, la pelea en varas, la embestida vibrante, lo que les hace imprescindibles.
Y bien es verdad que el más atento aficionado puede vislumbrar un ligero cambio cualitativo en el comportamiento de los Cuadri, porque hoy se han movido más y no se han quedado tan parados (ahora para que se vea que estás en la pomada en vez de “parados” hay que decir “agarrados al piso”) como los de estos años atrás. Digamos sobre este particular que tampoco se han caído, como que tampoco han conseguido tumbar a ningún penco y que han ofrecido sus embestidas de ONG a quien las quisiese aprovechar. Decepción de Cuadri en Madrid que no ha sido capaz de poner sobre el blanquecino arenal de Las Ventas un solo toro que redimiese la tarde presentando unas credenciales de fiereza, agresividad o simplemente casta. Los Cuadri fueron al caballo a dejarse pegar, sin celo ni acometividad, fueron a banderillas porque había que ir y después fueron a los trapos que había por allí, sin alma, y nunca llegó a haber algo en cualquiera de ellos que hiciese concentrarse en lo del ruedo, porque ya desde el primero se vio que la cosa no iba a pintar nada bien. Las gentes, viendo como iba la tarde, se dedicaron a charlar de sus cosas, unos de temas relacionados con la oficina, otros a responder los correos electrónicos desde el teléfono movil, otros siguieron con la conversación sobre la impresionante e imborrable tarde de Moreno Silva, unos enamorados se pusieron a hacerse arrumacos y unos orientales, contra la costumbre ancestral de su raza, se tragaron la corrida entera adobada con dos botellas de litro y medio de calimocho, para demostrar patentemente su ansia por integrarse a marchas forzadas en la cultura española.
La terna, la habitual. Encabo, Robleño y Pinar.
Encabo, que ahora anda metido por la parte de la Alcarria en un supuesto Centro de Alto Rendimiento Taurino (áteme esa mosca por el rabo), hoy estuvo por la Plaza en el registro del Bajo Rendimiento, tan bajo que casi ni hubo rendimiento. La cosa buena es que lleva con él a Otero y a Diego Valladar; la cosa mala, que no rinde. No sé qué enseñanzas ni qué plan de estudios seguirán en el Centro, pero lo que Encabo pueda predicar a sus alumnos de éste y el otro lado del Atlántico en el Centro del Rendimiento debe ser todo en el plano puramente teórico, mucha pizarra y mucha tiza, visto lo visto. Se le ha puesto el pelo cárdeno. Sus dos toros tenían quince embestidas cada uno que Encabo ni supo ver ni aprovechar, y se puso pesadísimo. Mató de pena y dio dos sainetes con el descabello.
Robleño es, digamos, el Caso Robleño para que lo estudie Iker Jiménez junto al Misterio de Fátima y las desapariciones del Triángulo de las Bermudas. De hecho ya somos unos cuantos los que empezamos a pensar que esos triunfos que le cantan en la Francia torista son puras invenciones, porque no es normal que haya dejado los dos tostones de faenas que ha dejado en Madrid un tío del que dentro de una semana, más o menos, vamos a tener que leer que ha estado hecho un jabato en un ignoto pueblo francés. Lo mismo nos lo tragamos, pero la cosa de que no haga nada en Madrid mas que ponerse en plan pelmazo una vez tras otra nos está abriendo poco a poco los ojos a algunos. Y lo de pelmazo no lo digo a humo de pajas, que en su primero le hemos contado los pases y ha dado 49, por si alguien dice que el toro estaba parado, antes de meterle al toro una estocada chalequera censurable de principio a fin. En su segundo desistimos de la cuenta por estar enfrascados en conversación sobre las lorzas de Xicomecoatl, el cacique gordo de Cempoala.
Y Rubén Pinar, el hombre que va cumpliendo años a lo tonto y ya tiene casi 26, que hay que ver lo rápido que pasa el tiempo. Rubén Pinar practica desde sus orígenes la sujeción a la ortodoxia julianera, fuente de dolor y rechinar de dientes para el aficionado. Pinar es juliano por revelación y su fe en dicho estilo es inasequible al desaliento. En eso se ve que no es persona versada en la historia del toreo, donde se demuestra de manera palmaria que cada cual debe buscar su propia expresión o está condenado a no llegar a nada. Él persevera en sus modos ajulianados y se pone a dar pases a sus dos toros sin plan, sin orden, a lo que vaya saliendo: San José si lleva barba y si no, la Purísima. Los que quedábamos en la Plaza tras la estampida que hubo al doblar el quinto, sólo esperábamos que la cosa se acabase cuanto antes y cuanto antes poder empezar a olvidarnos de esta corrida de Cuadri y de los tres que vinieron a matarla, o más bien a matarnos de aburrimiento a los que nos habíamos dejado los cuartos en la taquilla. Creyendo que comprábamos oro habíamos comprado hoja de lata. Lo de los quince pases de Encabo vale también para Pinar.
Es de justicia reseñar lo bien que bregó Javier Ambel al tercero.
Le pregunto a Sergio Ariza, que él tiene buena memoria para estas cosas, que si él recuerda cuándo fue la última corrida de Cuadri que nos gustó y me dice que la de hace cinco años, la del 2011, o sea que llevamos un lustro ayunos de Cuadri, que aunque hayan salido toros sueltos, don Fernando Cuadri no nos ha dado el gusto de ponernos frente a una corrida entera que nos acierte en el centro de la diana. Y es verdad que cinco años no es nada, pero es que ahora mismo no vemos los mimbres con los que Cuadri pueda traernos una corrida de las que te dejan el buen sabor para toda la temporada. Como todo el mundo anda con lo del peso -me parece a mí que eso es algo que ponen en marcha los troleros de la TV, el Gasolino , el Fenicio y el Temple- vamos a recordar que la corrida del año 11 tuvo un promedio de 590.83 kilos, con un toro, Podador, número 12, de 631 kilos, y que la de hoy ha dado en la báscula venteña un promedio de 575.3, con un Jabato, número 7, de 627 kilos. Con esto se descubre fácilmente a los que, interesadamente, berrean por esos medios de Dios o más bien del diablo que si los toros gordos, que si el tipo, que si así no y demás monsergas orientadas de manera harto interesada en rebajar, al precio que sea, el volumen del toro en Madrid, que es otra de sus grandes cruzadas. El corridón serio y complicado del año 11 era de promedio una arroba y cuarto más grande que la del día de hoy.
La cuestión no va de peso, ni mucho menos, como puede ver cualquier observador imparcial. La cuestión trascendente es que Cuadri ha echado hoy en Madrid algo que no ha llegado a interesar a nadie, pesase lo que pesase, porque los toros eran planos como un tema musical interpretado por Ray Conniff o por los Indios Tabajara, ni una nota más alta que otra, ni un momento de efusión, ni un sobresalto: música de aeropuerto y toros de aeropuerto los que se vinieron desde Trigueros, lo mismito que el que se viene a echar unos días a la capital, a visitar la de El Bosco en el Prado, una hamburguesa en el Goiko Grill y una copa en el Ramsés. Las señas de identidad de los Cuadri ahí están: la divisa amarilla y morada, la hache en el anca, los números y otras marcas ganaderas delineadas en el costado como si fuesen obra de un rotulista, la presentación esmerada, el lustre de la buena crianza, el tipo zootécnico hondo y badanudo, cortos de manos y no muy cornalones, todo lo que constituye Cuadri ahí estaba, menos lo principal, la casta, la acometividad, la pelea en varas, la embestida vibrante, lo que les hace imprescindibles.
Y bien es verdad que el más atento aficionado puede vislumbrar un ligero cambio cualitativo en el comportamiento de los Cuadri, porque hoy se han movido más y no se han quedado tan parados (ahora para que se vea que estás en la pomada en vez de “parados” hay que decir “agarrados al piso”) como los de estos años atrás. Digamos sobre este particular que tampoco se han caído, como que tampoco han conseguido tumbar a ningún penco y que han ofrecido sus embestidas de ONG a quien las quisiese aprovechar. Decepción de Cuadri en Madrid que no ha sido capaz de poner sobre el blanquecino arenal de Las Ventas un solo toro que redimiese la tarde presentando unas credenciales de fiereza, agresividad o simplemente casta. Los Cuadri fueron al caballo a dejarse pegar, sin celo ni acometividad, fueron a banderillas porque había que ir y después fueron a los trapos que había por allí, sin alma, y nunca llegó a haber algo en cualquiera de ellos que hiciese concentrarse en lo del ruedo, porque ya desde el primero se vio que la cosa no iba a pintar nada bien. Las gentes, viendo como iba la tarde, se dedicaron a charlar de sus cosas, unos de temas relacionados con la oficina, otros a responder los correos electrónicos desde el teléfono movil, otros siguieron con la conversación sobre la impresionante e imborrable tarde de Moreno Silva, unos enamorados se pusieron a hacerse arrumacos y unos orientales, contra la costumbre ancestral de su raza, se tragaron la corrida entera adobada con dos botellas de litro y medio de calimocho, para demostrar patentemente su ansia por integrarse a marchas forzadas en la cultura española.
La terna, la habitual. Encabo, Robleño y Pinar.
Encabo, que ahora anda metido por la parte de la Alcarria en un supuesto Centro de Alto Rendimiento Taurino (áteme esa mosca por el rabo), hoy estuvo por la Plaza en el registro del Bajo Rendimiento, tan bajo que casi ni hubo rendimiento. La cosa buena es que lleva con él a Otero y a Diego Valladar; la cosa mala, que no rinde. No sé qué enseñanzas ni qué plan de estudios seguirán en el Centro, pero lo que Encabo pueda predicar a sus alumnos de éste y el otro lado del Atlántico en el Centro del Rendimiento debe ser todo en el plano puramente teórico, mucha pizarra y mucha tiza, visto lo visto. Se le ha puesto el pelo cárdeno. Sus dos toros tenían quince embestidas cada uno que Encabo ni supo ver ni aprovechar, y se puso pesadísimo. Mató de pena y dio dos sainetes con el descabello.
Robleño es, digamos, el Caso Robleño para que lo estudie Iker Jiménez junto al Misterio de Fátima y las desapariciones del Triángulo de las Bermudas. De hecho ya somos unos cuantos los que empezamos a pensar que esos triunfos que le cantan en la Francia torista son puras invenciones, porque no es normal que haya dejado los dos tostones de faenas que ha dejado en Madrid un tío del que dentro de una semana, más o menos, vamos a tener que leer que ha estado hecho un jabato en un ignoto pueblo francés. Lo mismo nos lo tragamos, pero la cosa de que no haga nada en Madrid mas que ponerse en plan pelmazo una vez tras otra nos está abriendo poco a poco los ojos a algunos. Y lo de pelmazo no lo digo a humo de pajas, que en su primero le hemos contado los pases y ha dado 49, por si alguien dice que el toro estaba parado, antes de meterle al toro una estocada chalequera censurable de principio a fin. En su segundo desistimos de la cuenta por estar enfrascados en conversación sobre las lorzas de Xicomecoatl, el cacique gordo de Cempoala.
Y Rubén Pinar, el hombre que va cumpliendo años a lo tonto y ya tiene casi 26, que hay que ver lo rápido que pasa el tiempo. Rubén Pinar practica desde sus orígenes la sujeción a la ortodoxia julianera, fuente de dolor y rechinar de dientes para el aficionado. Pinar es juliano por revelación y su fe en dicho estilo es inasequible al desaliento. En eso se ve que no es persona versada en la historia del toreo, donde se demuestra de manera palmaria que cada cual debe buscar su propia expresión o está condenado a no llegar a nada. Él persevera en sus modos ajulianados y se pone a dar pases a sus dos toros sin plan, sin orden, a lo que vaya saliendo: San José si lleva barba y si no, la Purísima. Los que quedábamos en la Plaza tras la estampida que hubo al doblar el quinto, sólo esperábamos que la cosa se acabase cuanto antes y cuanto antes poder empezar a olvidarnos de esta corrida de Cuadri y de los tres que vinieron a matarla, o más bien a matarnos de aburrimiento a los que nos habíamos dejado los cuartos en la taquilla. Creyendo que comprábamos oro habíamos comprado hoja de lata. Lo de los quince pases de Encabo vale también para Pinar.
Es de justicia reseñar lo bien que bregó Javier Ambel al tercero.
Villatrolas de Abajo
El vellocino de Zaius
Villatrolas de Arriba
Las Cosas del Temple
-Con estos vellosinos tan gordos los toreros no podemos torear
-Con estos saltillos tan flacos los toreros no podemos torear
25
The Woman in Red
Andanada
Paseíllo
Los pobres del Palko de Karmena
Fernández el de la Cifu en su nido
Nostalgia de mejores tiempos
La juventud real
La juventud oficial
Encabo
Pinar
Robleño
Calderón, asesor del tiro de mulas, de lo que dependen las orejas venteñas
Calderón
Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta
medroso esparce hasta el segundo oriente.
El viento con suspiros se levanta;
présaga España su desdicha siente:
y en tanta confusión, en pena tanta
Filipo al fatal golpe está obediente:
¡Oh justo llanto, oh justo sentimiento!
Tema España, el sol llore, gima el viento.
y en vez, España, de funesto luto,
fiestas publica, que te ensalce cuanto
te oprimió de los ojos el tributo;
pues ya Madrid piadosa a Isidro santo
vuelve a sus campos a coger el fruto
que sembró de piedad y desengaños
al fin dichoso de quinientos años.
Ya más gloriosa con humilde celo
vuelve, piadosa al Labrador divino,
a ver el prado, el río, fuente y suelo,
donde a la tierra y cielo abrió camino,
porque de nuevo en ella obligue al cielo,
en tanto que su Rey sujeto es digno
a su piedad, volviendo a su porfía
Sol a España, al sol luz, a la luz día.
cuanto por más piadosa te señalas,
vuele tu fama al viento licenciosa;
sirviendo a tu piedad de amor las alas,
vive, ¡oh! más que la muerte poderosa,
pues no sólo el arado al cetro igualas,
pero aun exceden por divinas leyes
tus pobres labradores a tus reyes.
Seña de "¡A mí que me registren!"
A San Isidro
Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.
Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.
Muermo velazqueño
Un Nota I
Un Nota II
Un Nota III
Un Nota IV
Un Nota V
El campo
De capa y espada
La Prensa, el Cura y el Emprendedor
Ambel
Padre Pinar
Deje de mi pluma el vuelo,
mi torpe acento el canto,
mi voz aliento tanto;
que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo;
y es bien que a tanto empleo se presuma
suave voz, dulce acento y veloz pluma.
Rosco, ogro del 7, o heptaogro, que como aficionado ya sólo vive
para el arte de Manzanares y Conchi Ríos
para el arte de Manzanares y Conchi Ríos