Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Se cumplen cuarenta años del topless de Josefa Flores, Marisol, que, a falta de otra cosa, fue saludado como la Libertad de Delacroix por la propaganda de la Santa Transición, que nos vendía que el topless de Marisol era el tránsito del “Ha llegado un ángel” de Luis Lucia al “Ha llegado la democracia” de Adolfo Suárez.
La mamandurria española de estos cuarenta años (ni dos mil militantes tenía el PSOE) no se entendería sin aquel topless marisolero, entre los senos discretos y elegantes a lo Goya y los senos como peritas sanjuaneras a lo Watteau del libro de tetas de Ramón, con tantos y tantos tamaños de copa por talla, si bien los del estilo Marisol nos resultaban lucios, radiosos, rimbombantes, luníferos, ambrosinos, ledos, donosos y que, como compuestos de palabras llenas de ternura, trasmanaban ternura.
–Los senos del estilo estarán pimpolleciendo siempre porque son por naturaleza pimpolludos.
A los joveznos nos pasó con el topless de Marisol lo que al hijastro de una amiga rica de Santayana un día que vio por casualidad a su madrastra frente al largo espejo de su tocador y exclamó (“eran los tiempos de pechos exuberantes y polisones”, aclara el filósofo):
–¡Pero mamá, eres toda altos y bajos!
La mujer, que era bajita y regordeta, le dijo que era poco amable, y él contundentemente contestó: “No soy poco amable, me gustan”. (Pero de esta escena doméstica Santayana dedujo que su experta amiga valoraría los altos y los bajos en su persona, al igual que los altos y nunca los bajos en su fortuna.)
El topless de Marisol envolvía una entrevista con Tierno, un vendedor de senos que estaba en todas (ahí está el seno-culo de luna de Susana Estrada) y que nos vendía socialdemocracia con seudónimo en los cuadernos de la CIA, pero entonces no lo sabíamos.
Entonces uno creía en todo lo que se vendía en el kiosko, y de todo (primeros números de periódicos, discos, comics) fui deshaciéndome en mudanzas y contenedores, menos de aquel “Interviú” de Marisol.