jueves, 2 de junio de 2016

La de Beneficencia. Puertas giratorias de Manzanares y Simón en el aniversario de Victorino'82, con Ruiz Miguel, Palomar y Esplá

Las pipas

José Ramón Márquez

Yo en las corridas de Beneficencia, ya lo he dicho más veces, siempre tengo un recuerdo para don Javier Maldonado (q.D.g.), viejo y añorado aficionado de la delantera de la andanada que tenía por norma no venir nunca a ellas. “Se llena la Plaza de gente con entradas regaladas de la Diputación”, decía. Y nunca venía.  Ni aunque el cartel fuese el de los triunfadores de la Feria, ni aunque viniese Paco Camino en solitario y desinteresadamente, y no este contubernio de carteles que hacen ahora, pura cocina de logreros, el viejo don Javier nunca venía.

Ayer hubo insensatos (¿interesados?) de los revistosos del puchero que decidieron jugarse su inexistente prestigio por decir que Las Ventas era una Plaza de talanqueras por el mero hecho de haber echado una corrida durísima y complicadísima. No se avenían las condiciones de los toros de Moreno Silva a las febles tauromaquias contemporáneas y ésa era la razón por la que, desde los desprestigiados púlpitos mass mediáticos, se clamaba por la extinción de la vacada y el ostracismo del ganadero. Allá penas. Dijeron que eran toros decimonónicos, como si eso fuese un insulto. Hoy pensaba en don Javier Maldonado cuando bajaba por la calle de Alcalá, en las pocas ganas que tenía de ir a Las Ventas a causa de lo que nos esperaba ahí abajo: la tauromaquia del siglo XXI, la que se basa, justamente, en la inexistencia del toro.

Y no nos equivocamos ni un palmo. La corrida que mandó el ganadero don Victoriano del Río, esa ganadería cuyo punto de mira está puesto en las tres últimas letras del nombre de pila del amo, esa excrecencia bovina, tonta, sin conocimiento y perruna que ofende al toro de lidia con su mera existencia, esa negación de cualquier grandeza ganadera en aras del más ruin y bajo servilismo a los intereses de los toreadores, monas travestidas de toros haciendo como que embisten, embestida de la nada y hacia la nada, embestida sin otro sentido que ayudar a un tío a ponerse chulángano sin  que pase miedo es, al parecer, lo del siglo XXI, que ya nos da la pauta para proporcionarnos la certeza absoluta de que nunca llegará a haber la del siglo XXII.

Pues bien, ante la presidencia de honor del Rey emérito, que se ve que el Rey vigente tenía cosas mejores que hacer, y bajo la presidencia del inspector jefe de policía, sociólogo y poeta don Julio Martínez Moreno, se dio la corrida de Beneficencia de marras (a beneficio de qué o de quién) en la que se anunciaron Sebastián Castella, José María Dolls “Manzanares III” y Alberto López Simón; pero la Plaza era para uno un aluvión de recuerdos del día anterior, de la intensidad de las emociones vividas en ese mismo ruedo, de los complicadísimos lances, de la torería maciza de los que la pusieron sobre la arena y del respetabilísimo pavor de los que también lo pusieron sobre la misma arena, prueba de fuego definitiva para hombres vestidos de príncipes asiáticos que, armados de percales, se enfrentaron a las furias del infierno. Hoy no. Hoy la cosa iba del buen rollito de la sociedad del bienestar, uno mete un derechazo como el que cobra un subsidio, otro pega un invertido como el que se va a urgencias porque le pica el sobaco y otro se alivia en banderillas como el que recibe un piso de VPO, todo en plan infantiloide, como corresponde a la sociedad esta, con toros que no quieren coger y con toreros que persiguen e incluso consiguen el triunfo a costa de no torear, Bartlebys del toreo: “Preferiría no hacerlo”.

De Sebastián Castella, después de lo visto y de enaltecer una vez más la circunstancia de que tuviese la hombría de anunciarse con los de Adolfo en la Feria, no queda nada. “Rien” se dice “nada” en francés y “marmotte” es la palabra que se emplea para “marmota”, porque Castella hoy era Bill Murray con el despertador que marca las 5:59, con el “I got you, babe” de Sonny and Cher, en una continuidad exasperante de los mismos modales desprovistos de interés con los que nos ha obsequiado en sus anteriores despertares, pero mientras que Bill Murray aprovecha su extraña peripecia en Punxsutawney para aprender francés, entre otras cosas, bien podía Bill Castella haber aprovechado para dejar constancia de algo, de lo que fuese, tras su infecundo paseo por Las Ventas, y no haberse dedicado a reiterar cada vez la mera repetición tediosa de lo mismo, incluidas esos deplorables pases invertidos que sólo sirven para hacer aún más de menos al toro, señalando su condición tonta, abotargada y falta de inteligencia.

De López Simón sólo vi el primero, con Las Ventas echada a perder entre los cubatas, los gintonic y el público de aluvión. Se pegó una hartada a trapacear con el Victoriano en las mismas trazas que siempre, si bien es verdad que se medio quedó y sacó algún muletazo estimable por la derecha en la parte final de la faena. Faena sin construcción, dicho sea de paso, muy por debajo de las condiciones estúpidas y colaboracionistas del toro, faena que se desarrolla en diversas partes de la Plaza, empieza frente al 5 y termina frente al 9, y que se remata con un trompazo del torero al entrar a matar que desata el delirio de la talanquera a pedir orejas, así como la insania del poeta don Julio Martínez, ayudado por la canalla complicidad de los mulilleros, en darlas como si estuviésemos en las fiestas patronales de El Boalo. Si la primera la da el público, como dicen por ahí, la segunda es la del Presidente, en este caso el policía sociólogo, que debería explicar perfectamente en virtud de qué criterio sacó el pañuelico blanco o, mejor aún, presentar su dimisión mañana mismo y librarnos de su poco grata presencia por manifiesta incompetencia para el desarrollo del cargo que detenta en el palco de la Primera Plaza de Pueblo del Mundo. Vergonzoso regalo barato, barato el del poeta y justa censura de parte de la afición en una ruidosa división de opiniones.

¿Y Manzanares III, qué? Pues pongamos lo primero lo óptimo y luego lo otro. Lo inolvidable, lo que ha de permanecer mucho tiempo son las chicuelinas que le recetó a su segundo, donde presentó la misma manera de torear que su padre en ese lance que está siempre en el filo del torero bufo. Muchos jóvenes aficionados hoy habrán visto torear por chicuelinas por primera vez cuando Manzanares III echa el capote hacia adelante, trayéndose toreado al toro casi como para dar una verónica rematándolo en la chicuelina ceñida. Pero no es lo importante el ceñimiento, sino que el toro llega al embroque toreado y no corriendo a su libre voluntad, que es la chicuelina común, la de los rocarreyes, el Llapisera y los toreros bufos. Manzanares III marca en ese lance una emotiva continuidad dinástica con Manzanares II y nos trae por segunda vez en este mes largo la verdad del toreo de capa, junto a las espléndidas verónicas de Ponce en la Feria. Lo otro inolvidable es un prodigioso cambio de manos en las postrimerías de la faena también a su segundo, delicado cambio de manos como de encantador, movimiento continuo que no sufre parón alguno durante su ejecución, que empieza con la derecha y termina con la izquierda como si no hubiese cambiado de mano, pura  magia. Entre lo óptimo también la concepción de faena: Manzanares III organiza con orden y sentido la faena, que no es una sucesión de pases, sino un conjunto ensamblado y uniforme en el que el matador controla los tiempos de manera muy adecuada. Luego estaría lo macizo del toreo, donde al alicantino le falta lo justo para que la faena sea inmensa. Él está en el límite de lo admisible, en el límite de la ventaja y desde ahí, sin invadir el terreno donde el torero se hace enorme, aplica su ecuación compuesta de su estética natural y de su oficio para componer una faena de buen tono pero que queda un tanto por debajo de las posibilidades del torero como para levantarnos de los asientos entusiasmados, porque lo que contiene de estética es lo que adolece de hondura. Mata al toro de una estocada al encuentro y la talanquera llega hasta a pedir el rabo (cola en Sevilla) Y bien mirado, si a López Simón le habían dado dos orejas casi por nada ¿por qué no darle a Manzanares el rabo y las patas  del animal? Por cierto que el animal, del que nada se ha comentado, era tal y como se lo puede imaginar hasta el que menos toros haya visto en su vida.

“Triunfo histórico” dirán de esta tarde en que Madrid vuelve a ser pueblo, ya que todo en nuestros días es histórico, pero hoy, burla burlando, se cumplían 34 años de la corrida del 82  de Victorino con Ruiz Miguel, Palomar y Esplá, que ya sé que las comparaciones son odiosas, pero que lo dejo ahí por si alguien quiere cavilar sobre eso.


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