Empieza la Feria
José Ramón Márquez
Llegaron las lluvias, lo cual es el inequívoco síntoma de que empieza la Feria de San Isidro, y esas lluvias que son tan gratas para los alérgicos, pues hacen desaparecer los pólenes, son el come-come para los aficionados que desde hoy y durante el próximo mes nos tiraremos la mañana mirando al cielo, por si viene agua. Y eso que bajo la amable cubierta de la andanada siempre parece que llueve menos que lo que les parece a los del tendido, que con cuatro gotas que caigan ya están sacando los paraguas y armando el cisco.
Hoy, para abrir la Feria del año dieciséis, la depauperada empresa que (aún) gestiona la Plaza de Las Ventas decidió componer el cartel basándose en el precepto de “si quieres arroz, Catalina”, y en orden a ser fieles a tan alto mandato estimaron que nada mejor podía hacerse que traer en el papel de toro a esos subproductos bovinos que agrupamos bajo el nombre genérico de lisarnasios. Parece que fue ayer cuando veíamos palmarlas al último de los nefandos lisarnasios del año 15 y ya los tenemos aquí de nuevo: hoy, una de Valdefresno, dentro de unos días otra del Puerto de San Lorenzo, y uno de estos lunes una novillada de La Ventana del Puerto y el Puerto de San Lorenzo; vamos, que a los Fraile les han vaciado el convento de semovientes, que 18 bichos son muchos bichos, con lo que se comen. En vez de traer el Partido de Resina, y por lo menos dejarnos ver al toro guapo, se han mercado sí o sí 18 lisarnasios, negros como sus almas, y al que no le guste que no venga.
El que abrió Plaza y Feria se llamó Buscavisperas, número 95, y lo mismo podía haber llevado el 95.000, pues más o menos esos son los que debemos llevar vistos de estas frailunadas. Conviene decir ahora que, a estas alturas de temporada, ya no hubo Valdefresnos suficientes con los que completar una corrida completa y tuvieron que echar mano de otro hierro frailuno, para ir rematando el encierro, trayendo uno de Hermanos Fraile Mazas, que es una ganadería de unos nietecillos sacada, tal y como el Señor sacó a Eva de la costilla de Adán, del tronco seminal de Valdefresno, de ese valle y de ese fresno que son una inmortal evocación del clásico: “Cuando te miro, o fresno / assí al helado soplo del Aquilón...” , entendiéndose en este caso particular que el Aquilón sería el mismo don Nicolás Fraile, ganadero que contra viento y marea mantiene esta execrable vacada sin tomar la decisión de eliminar lo anterior.
Además del remiendo de los nietecillos, ganadería sin antigüedad, el Aquilón mandó a La Monumental una escalera de tamaños, gorduras y disparidad de la que su nota más característica sería el más deplorable descaste, con los toros huyendo de los capotes y buscando la puerta que pudiera llevarles de vuelta a Tabera de Abajo. Bueno, pues si sumamos descaste con falta de fuerzas ya tenemos despejada la ecuación de la parte ganadera en esta primera de feria. Que el primero fuera un obeso, de esos de obesidad mórbida, que parecía que en vez de criarlo a base de habas lo habían criado a base de Doritos, que el quinto fuera un grandón desatalentado más tonto que Pichote, como el que hace de bobo en el tocomocho, que el tercero fuese una sardina de las que van en aceite vegetal, no de las de oliva, son meros apuntes golosos para quien quiera comprobar bien a las claras que los fresnos que Aquilón mandó a Ventas proclamaron a gritos la calidad de su ganadero como tal: ganadero escalero.
Y en la parte “artística” los Choperón nos prepararon, para ir abriendo boca, un cartel low cost a base de Miguel Abellán, Daniel Luque -cuyo padre me invitó en cierta ocasión a un aromático café- y Fortes... sí, como suena, Fortes. Y lo mismo que Leandro se quitó el Marcos y se quedó en sólo Leandro, ahora Jiménez Fortes se ha quitado el Jiménez y ya es sólo Fortes. Simplemente Fortes.
De Abellán nos despedimos el pasado lunes en la misma Plaza, hace cuatro días nada más, por lo que le tenemos demasiado reciente. Hoy hemos observado en él dos circunstancias dignas de ser reseñadas: por un lado, que no vestía de blanco, y por otro, que hoy había vuelto a dejarse los pelos a su aire, con sus rizos y sus greñas, abandonando la gomina que lució el domingo. Estas dos curiosas circunstancias son las que hicieron que la comparecencia de Abellán no tuviese el aire de un auténtico día de la marmota, porque en la parte del toreo la cosa era como una continuidad cansina de lo del lunes pasado, como si llevásemos sentados en la piedra cuatro días viendo la misma matraca del cite picotero y ventajista, de la aplicación de los preceptos bíblicos “no te cruzarás”, “no matarás” y “el viaje aprovecharás”. Cuando la bobería fresnil y lisarnasia de su segundo le permitió enhebrar unos pases con otros hubo ciertos conatos de ovación por las inocentes gentes que creen que eso es torear, pero como el sandio de Trasquito, número 109, se medio paró, se produjo la falta de cohesión en los mantazos y la gente en seguida perdió el entusiasmo, lo mismo que el matador perdió la muleta las dos veces que entró a matar, o más bien la soltó adrede por lo que pudiera pasar.
Luque llegó muy bien preparado con su capote, que de ese capote sale una tienda grande para meter dentro ampliamente a Toro Sentado y a media tribu. Hay que decir en honor a la verdad que de tantísimas veces como le hemos visto hoy ha estado lo mismo que siempre, o sea que se mantiene fiel a lo suyo, que se va a buscar el confort de los amables tendidos del 5 y el 4 donde su tauromaquia es vitoreada con frenesí ante el estupor del resto de la Plaza, que aprovecha todas las ventajas que es capaz de concebir, que al terminar el muletazo tira al toro de cualquier manera, como quien lanza un canto, que ansía las cercanías del ¡uy!, que tanto impresionan al público más impresionable, que su tauromaquia incluye de manera canónica la tundidera de los invertidos y que, como signo de abandono o de tránsito estético, hay un momento en que arroja lejos de sí la espada y da los pases sin esa ayuda. Con lo del ir y venir de su primer fresno, “Cantarero”, número 17, medio vendió la burra y hubo unos cincuenta más o menos que sacaron el moquero y, con la cosa de la interesada lentitud del equipo de mulillas, casi se lo ponen a huevo a Joselito Calderón para su tema. Su segundo fue el grandullón de Cordobán, número 56, que sirvió para mostrar a quienes nunca lo hayan visto lo que es una capea en toda regla, con los lances propios de ese pueblerino juego del toro, antes de volver grupas el matador en busca del confort de los amables tendidos 4 y 5 para culminar su obra, que no obtuvo más eco que el que salió de ellos.
Y luego Fortes, que venía de aquel espeluznante cornadón y por eso mismo le vamos a dejar en paz hoy. Sólo diremos, en lo bueno, que al menos ninguno de sus toros le tuvo con los pies por alto y, en lo malo, que a estas horas, cuatro horas después de acabada la corrida, no somos capaces de recordar nada de lo que haya hecho el malagueño.
A la salida de los toros nos dicen que en Jerez han indultado un novillote al que no se picó. Y no es eso lo malo, lo peor es que el animalito se llamaba Tonteras. El signo de los tiempos.
Abellán, Luque, Fortes
El primer fresno
El daño que estos hacen no es para dicho
Abellán y la barandilla de Fernández
Abellán pierde la herramienta
La grada del 6, de luto porque Florencio
los ha abandonado
Tríptico de las cosas tiradas
Fortes, tabaco y oro
Hasta pronto, lisarnasios