El chu-chú, que dicen los reventas
José Ramón Márquez
Hoy por la mañana pusieron el azulejo en el desolladero que proclamará urbi et orbe a la corrida de Juan Pedro Domecq como la mejor corrida de la Feria 2015 en la particular apreciación de un jurado. El desolladero era un sitio de postín y señorío hace años. Yo estuve muchos años entrando a los toros por ahí, tradición heredada de mis mayores, hasta que se adueñaron de él las cámaras de televisión y el faranduleo que siempre mosconea alrededor de ellas y el sitio se hizo poco grato. Hace muchos años que no entraba por esa puerta y hoy entré por ella, acompañado de una dama natural de La Habana a la que quería mostrar la pared que van alicatando, y lo que vi fue el pobre patio del desolladero convertido en zoco moruno o templo lleno de mercaderes, con una taberna en la esquina sin asomo de postín ni de señorío ni de ná.
Acaso para homenajear a los toros del azulejo, programaron la corrida de la misma ganadería que los del azulejo, colgándose en las taquillas el cartel de “No hay billetes” por vez primera en la Feria. Junto a los toros de Juan Pedro, los originales, se anunciaron Alejandro Talavante, Andrés Roca Rey y Posada de Maravillas, cuyo nombre real desconocemos y que venía a confirmar su alternativa.
Por circunstancias de la vida sólo pude ver los tres primeros, y bien que lo siento, puesto que los toros es mi espectáculo favorito. Podría haberme ido al video y colar a los sufridos lectores de estas letras una crónica como si tal, que sabemos de críticos de los de la prensa seria que lo han hecho y lo hacen, pero como sostenemos de manera firme que sólo ve los toros de verdad quien los ve en la Plaza, pues hoy haremos la reseña de la media corrida que vimos.
El primero era un grandón con unas dosis de tontería innata muy del encaste y con unos curenifundas de mucha categoría. A tonto no le ganaba nadie, eso desde luego. Su paso por el mundo del jamelgo fue de una irrelevancia atroz, justificando plenamente a aquellos que claman por la desaparición de la suerte de varas, perfectamente innecesaria en este tipo de toros. Llamaba la atención acordarse de las complicaciones, la inteligencia, la capacidad de aprender de los santacolomeños del día anterior, en relación a la bobería inocua de este subproducto a medio camino entre el choto de engorde y el buey de carreta, de cuando había carretas de bueyes. El pobre, para más befa recibió en su bautismo en Lo Álvaro, el año 10, el nombre de Danzarín, y le pusieron el número 87 como podían haberle puesto el 69 o el 666. Con éste se doctoró Posada y sus principales maravillas, en concreto, fueron los ciento y un enganchones que consiguió y los kilómetros que recorrió correteando entre pase y pase sin un atisbo de gusto, clase o interés. Remató su trasteo entrando a matar tres veces de manera deplorable en las que perdió muleta y espada, ambas al suelo las tres veces, hasta cobrar una media estocada baja tirando la muleta. No es torero que tenga aprecio por sus herramientas de trabajo, eso es lo que más claro quedó.
El segundo, de febrero del año 11, atendía por Desenvuelto, número 179. Toro de nula presencia y decencia. Era un ser aburrido, plúmbeo, uno de esos que cuando le preguntas “¿Cómo estás?” te cuenta pormenorizadamente cómo está. Un palizas. Talavante lo recibió por verónicas a pies juntos: “Mi abuelo llamaba a eso el pase del pegolete”, dice Vicente Palmeiro detrás de mí, y no queda otra que reconocer el acierto del viejo aficionado para nombrar con propiedad las cosas. En los quites Roca respondió a Tala con una fantasía hispanoamericana de capote, muy linda de ver. Luego, la faena de muleta comenzó con un pase cambiado por detrás (me temo que el tándem Tala-Roca van a dar esta temporada más pases por detrás casi que por delante) antes de comenzar su trabajo en el que hubo mucha arena y muy poca cal. Hubo dos momentos fugacísimos en que Talavante se quedó en la posición de torear de verdad que nos hacen mantener viva la esperanza de que algún día Talavante sea capaz de componer una faena basada en los argumentos auténticos del toreo. El resto fue un barullo de pases hasta que viendo que nadie le hace caso, corta la faena. Lo mata de media desprendida.
Roca Rey sorteó como primero de su lote un toro escuálido llamado Marc, número 154: capa castaña y poca presencia. El toro era de condición correteadora y perruna, ideal para hacer con él lo que a uno se le ocurra y ahí estuvo Roca recibiendo los bramidos de los Isidros mientras el toro no se paró y siguió los vuelos de la muleta, por más que nadie echase cuentas de su ventajismo y de su mala colocación con un toro tan boboide como Marc. Cuando el animalito, exhausto, comenzó a pararse se enfriaron los ánimos y cuando Roca quiso empezar a torear a la plaza con sus pases por el bulla, hubo bastantes que se lo afearon a base de silbidos. Terminó la cosa a base de arrimón cuando el toro ya no se movía, pero ni con ese chantaje emotivo consiguió apoyos firmes en su tarea. Mató de dos pinchazos y estocada baja. Hoy, al menos, no nos metió el susto en el cuerpo con la estocada a topacarnero del otro día.
En ese momento abandoné la Plaza, y el que quiera saber qué pasó a partir de ahí, debe acudir a otro sitio. Pido disculpas por ello.
Lleno con Rey e Infanta
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Roca y Facundo