Parchís taleguero, cuando aún no habían sido
campeones ni Borussia ni Chelsea
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Cuando empezó a llegar ese alud de fútbol decisivo que se desata en mayo y que me suele pillar en plena Feria cordobesa, decidí retirarme a mi cuartel monjil de Barbate -de repente y próxima mi jubilación he encontrado un horario que me va a permitir pasar largos periodos mirando a Marruecos- para ver los partidos a solas, sin internet, sin prensa y casi sin tele, pero sobre todo sin gente, ese concepto podémico que uno no sabe bien que quiere decir.
Tanto en la final de Copa de España como en la de Europa quité la voz del televisor y sólo en el salón de mi casa me dispuse a practicar el inútil ejercicio de buscar lo que faltaba a cada equipo. No voy a aburrir con mis desvaríos, pero a Émery le pedí que sacara a Konoplianka, para mí uno de los mejores fichajes de toda la Liga a principios de temporada, con el convencimiento de que iba a ser la noche de la consagración del ucraniano. A mí, Konoplianka me parece un crack sin explotar, pero como se empeña de continuo en no encender la espoleta, lo normal es que pasara lo que pasó ante su inhibición. Que con dos genialidades de ese diablo que es Messi su equipo se llevara un título al que estaba obligado por presupuesto y contrastada calidad. Normalidad prevista y alborozo culé al que le faltaba azúcar ante la posibilidad de una nueva Copa de Europa para el Madrid...
...Y pasó lo que ningún culé es capaz de soportar, sin olvidar lo que tampoco ningún madridista imaginaba en el mes de febrero. El Real Madrid campeón de Europa; el triunfo del general Zidane, una especie de Augusto, que estuvo en el lugar oportuno el día señalado por sus hados protectores; la subida a los altares de dos centuriones -Ramos y Cristiano- a los que una aparente debilidad les hizo más queridos en la batalla definitiva, pero sobre todo pasó lo que hace grande e incomparable al fútbol, conforme entendemos los yonquis irreductibles de este deporte. Pasó un tren durante casi dos horas repartiendo emoción a corazones entregados.
“Este partido es de Carrasco”, me decía, como una semana antes decía de Konoplianka. Me extrañó que el belga no saliera desde el principio. Para los atléticos, Simeone es como Papa antiguo que nunca se equivoca. Yo también lo creo, pero me da que salir con Carrasco hubiera intimidado y, dependiendo del resultado, pues ó Augusto para defender ó Correa para revolucionar. Cosas mías, que conste, desde mi inclinación en favor del Atlético de Madrid, pero la verdad es que el partido pudo ser de cualquiera de los dos. La lotería de los penaltys y ese principio de que dinero llama dinero eligió al Real Madrid. El Atlético acrecienta su leyenda de esforzado perdedor y los indios de su tribu seguirán siendo por los siglos de los siglos los mas orgullosos. Tanto, como los del Liverpool o así.
Once copas de Europa son una barbaridad. Admitido queda que la presente se ha conseguido con una gran dosis de fortuna, no del todo cierto que favorezca a los audaces, pero hay que reconocerle al Real Madrid ese estar ahí hasta el último minuto con capacidad para desmontar de un plumazo o de un penaltazo las tesis futbolísticas más sofisticadas.
Enhorabuena al Madrid, al Sevilla, al Barça... y al Glorioso Alavés.