jueves, 19 de mayo de 2016

El triunfo de Émery

Una pregunta tonta:
¿Valdrán tres Europa Leagues como una Champions?


Francisco Javier Gómez Izquierdo

     Los entrenadores de fútbol, más que los futbolistas, están sometidos a una vigilancia de sus tácticas por críticos en ocasiones tan injustos e indoctos que he comprobado que su salvación está en llevarse estupendamente con el periodismo local: tomar unas cañitas con fulano, regalar una camiseta al niño de mengano, y si se es medianamente listo, contar por lo bajinis y con carácter confidencial que el delantero centro es caprichoso y faltón en el vestuario, “...pero que no salga de aquí”.

   Así, hay entrenadores que caen bien y entrenadores que caen mal. Émery cae siempre mal de entrada y nunca me he explicado por qué. Bueno, sí. Un sanedrín de sabios valencianos lo acusó de no ganar nunca al Real Madrid ni al Barcelona y que en cada partido contra ellos ensayaba una variante condenada al fracaso. Con esa etiqueta llegó a Sevilla y no se me olvida que incluso el año pasado, el bueno de Unay, hubo de soportar la mofa madrileña y sevillí de inventarse a Iborra como delantero centro en el Bernabéu.  Ayer, uno de esos sevillistas pintureros que viven en Córdoba, médico para más señas, se escandalizó al ver en el mismo equipo a Coke y Mariano y mudó la favorable opinión que bajo mi influencia había consolidado sobre Émery: ”.. en el fondo es un amarrategui que se c.. ante un equipo grande”. No les cuento cómo acabó el médico hora y media después.

     La clave estuvo en Coke, el lateral que jugando en el Rayo era más a su equipo que Messi al Barça. Émery ha encontrado en el vallecano al sustituto de Aleix Vidal y castigó a Klopp por donde menos sospechaba. Por el costado de Clyne, un portento al que creo le falta leer los partidos correctamente.  Los hombres de Émery sobrevivieron al derroche de intensidad  y al tradicional “sudar la camiseta” inglés que en la final de ayer sólo duró cuarenta y cinco minutos con una única herida. Nos pareció mortal, pero el míster palangana suturó a la tremenda. En veinte segundos operó y dio el alta a un Sevilla que a partir de entonces no tuvo rival. Inexplicable la zozobra mental y el derrumbe físico del equipo de Klopp, un entrenador que al contrario que Émery a todo el mundo cae bien.
   
 Nosotros, los aficionados, también opinamos de fútbol conforme nos caiga tal o cual jugador, entrenador o equipo y los convertimos en buenos y malos a capricho y sin ningún rigor, pero nosotros tenemos perdón porque somos aficionados y en el caso de ayer en Sevilla ¿qué nos puede decir uno de esos béticos acérrimos que no tenga disculpa? El dolo -o la culpa- está en el crítico que vende opinión al vulgo.

    Nunca me cayó bien el Sevilla, pero desde que está Émery lo miro con benevolencia. No voy a recordar su trayectoria en Lorca, Almería y Valencia, pero no está de más recordar que es el primero que acude a la Ciudad Deportiva, el último que la abandona y uno de los más infatigables investigadores futbolísticos. Prolífico inventor de jugadas a balón parado, “el pan de los pobres” que diría David Vidal, pasa por novato bachiller cada vez que explica sus teorías y a mí me sienta mal ver cómo sonríe displicente la recua periodística que le difama. ¿Y este Villa que tiene de ayudante quién es y qué ha hecho?, leí hace dos años. Por eso es grande Émery, hijo y nieto de futbolistas, descendiente de uno de los fundadores del fútbol en España. Por pedir consejo del que sabe y trabaja. De Pablo Villa, por ejemplo, otro entrenador que nunca caerá bien.