Pica, y no en Flandes
Su tumba son de Flandes las campañas
Y su epitafio la sangrienta luna
José Ramón Márquez
Ya estamos a falta de cuatro años para conmemorar el centenario de aquel 16 de mayo en que el toro Bailador de la viuda de Ortega segó la vida de José Gómez Ortega, el Rey de los toreros, en Talavera de la Reina. Hoy, una vez más, Madrid ha vuelto a recordar al Coloso de Gelves con el minuto de silencio con el que la afición de la Corte vuelve a pedir perdón a Gallito, consternada por la manera en que lo maltrató el día antes de la última corrida de su vida.
Hoy, en Madrid, lunes de novillada, en nada parecido al lunes de la semana pasada. Hace siete días se vinieron a Madrid tres novilleros mimados a cumplir el mero trámite de su presentación en Madrid previa a su alternativa en Nimes. Sobre eso aprovecharemos para decir que si la presentación en Madrid de los tres pasó sin pena ni gloria, por lo leído, la alternativa de Nimes, lo mismo. La diferencia más notable con la novillada de hoy ha estado en el toro, como siempre. Como contrapunto a los becerretes indecorosos y asardinados con que pretendieron colarnos a Lorenzo, Marín y Varea, hoy soltaron una novillada bien hecha, pareja y con tela que cortar, como luego se verá.
Al final lo de la diversidad de encastes por la que claman tantos buenos aficionados va a acabar como el rosario de la aurora, porque hay que ver la diversidad que están dando las derivaciones de la juampedritis cuando se les va de las manos a los ganaderos. Hoy, sin ir más lejos, la corrida anunciada era la del Montecillo; sí, la de Paco Medina, que juampedrea como la que más en los papeles, pero que luego no da el punto juampedritis ni en tipo ni en comportamiento. La novillada que soltó don Paco Medina Aranda hoy en Madrid fue extraordinariamente variada, con un notable fondo de mansedumbre, pero también de imprevisibilidad, toros cambiantes de los que cuando menos te lo esperas te ponen los pitones en el pescuezo o te arrean una cornada de la que nadie se entera hasta que empieza a chorrear sangre por la pierna del matador. Los que buscamos en las plazas el toro difícil, el que tiene mala leche y hace que los toreros tengan que cavilar lo suyo más que la suprema entrega de aquellos que aran el ruedo con las narices tuvimos hoy una ocasión óptima de disfrutar con las prendas de don Paco, que ya lleva veinte años con el ganado, desde que tomó antigüedad. Cómo será la cosa, que estos no son tontos, aunque nos lo parezcan, que en el programa ya ponen sobre la pista de que algo está cambiando cuando avisan de que si bien “...este encaste conserva la cualidad de ir a más. Se arranca pronto y galopando con alegría y fijeza...”, ahora meten una nueva jaculatoria: “...algunos de los muy numerosos criadores que le compraron ganado [a Juampedro] han conseguido desarrollar un tipo de toro con características físicas y de comportamiento diferentes...” Más claro, agua. Que se les va de las manos y que esto no hay quien lo controle. Que por mucho que digan, don Paco Medina no se compra un remix de juampedros artistas para acabar echando esta corrida en Madrid, por más que algunos la hayamos disfrutado de lo lindo, que a los toros hay que ir siempre sin prejuicios. Bueno, pues ante el aluvión de estacazos que le esperan a don Paco Medina por lo que ha soltado en Madrid, vaya desde aquí un saludo, porque lo complicado de sus toros, las oleadas de sus embestidas y lo imprevisible de su manso comportamiento nos dieron una tarde entretenida y llena de lances. Si acaso le animamos al ganadero a que profundice un poco en la fuerza del ganado, que no se cayó de manera indecorosa, ni mucho menos, pero que vemos que puede empujar más en el caballo, aunque sea a base de arreones. Hoy hasta derribaron, que eso es ya un hito.
Los novilleros que se anunciaron con los pacomedinas fueron Filiberto, Juan de Castilla y Luis David Adame, de Aguascalientes, nuevo en esta Plaza. Por diversas circunstancias Filiberto y Adame sólo pudieron matar uno de los de su lote, por lo que a Juan de Castilla le quedó la papeleta de dar cuenta de cuatro novillos.
Filiberto, que ha nacido ciento veintiséis años menos un día antes que Joselito, revalidó cum laude la impresión que nos dejó en su presentación en Madrid en otoño del pasado año. El hombre no se ha apartado de su guion, de ese hare krishna del toreo moderno de no cruzarse ni cargar la suerte, de aprovechar todas las ventajas evidentes que se derivan del toreo ejecutado de manera rectilínea, de estar siempre por las afueras y de no arriesgar un alamar. Su toreo -es un decir- necesita de un bovino muy corretón y juguetón, ese paso adelante en el toro artista que sería el toro perruno, aún más mascota que el otro, para que el movimiento del animal persiguiendo la muleta y provocado por los toques del torero se convierta en una especie de tiovivo que encandila a los públicos más acríticos y acomodaticios. El único toro que mató, al que dejó crudo en el caballo, era un manso trotón al que había que sujetar y demostrarle un poco de mando, pero eso no se concibe en esta tauromaquia de persecución, por lo que el bicho se iba de acá para allá, donde le dio la gana llegando a dar una vuelta y media al ruedo, que los homenajes hay que recibirlos en vida y no cuando la has palmado. Luego Filiberto pasó un quinario con la cosa de la espada y, si no llega a ser por la dilatación del continuo temporal, demostrada de manera empírica en Las Ventas mucho antes que en el acelerador de partículas del CERN, el novillo se le hubiese ido vivo sin remisión. En los líos con el estoque se cortó el hombre los tendones y pasó a la garita de Padrós a recibir atención facultativa.
Luis David Adame, como indica su apellido, es hermano de Joselito Adame. Su presentación con caballos tuvo lugar tal día como hoy hace un año y ahí le tenemos ya desfilando en Las Ventas a sus dieciocho años, a la misma edad que Gallito había echado del torero y humillado a Ricardo Torres Bombita. Su primera carta de presentación fue una fantasía de capote (¿rogerinas?... yo qué sé) muy estética y mejicana. Entendió el matador que al novillo la bastaba con una vara y un chicotazo, él sabrá por qué. Brindó a sus hermanos en la fila 1 del 10 y se dispuso a mostrar a la cátedra sus habilidades principiando, ¿cómo no?, con la pedresina nuestra de cada día. Luego llega ya el trasteo insustancial basado en los tres mandamientos: no te cruzarás, por fuera torearás, con el pico citarás. Lo de todos los días, vamos. En un momento en que está totalmente descubierto en medio de un pase el toro le ve y hace por él pegándole una cornada en la corva de la que empieza a manar sangre. Continúa el mejicano su labor, sin mirarse, en el mismo registro que antes, pero con más eco popular. Al tumbar al novillo de pinchazo y estocada baja, tras las consabidas dilaciones y pérdidas de tiempo del equipo de las mulillas (de Calderón), el presidente don Jesús María Gómez que no tenía ganas de complicarse la tarde, sacó el moquero para darle la ya consabida “audite doloris” o, como dice el sabio refrán: “Si hay revolcón, oreja al esportón”. Pasó al chiscón de Padrós para no salir.
El papelón le quedó a Juan de Castilla, que se encontró con tener que matar cuatro, a la misma edad en que Joselito mató 251 toros en una temporada. Lejos de venirse abajo, Juan de Castilla aceptó con decisión el reto saliendo airoso de una prueba tan significada, especialmente por las condiciones del ganado. Su primero, otro manso del que no te podías fiar, le pegó una voltereta sin consecuencias y dos avisos descomunales cuando menos se lo esperaba. La faena resultó despegada y acomodada a lo que él trajese pensado del hotel, a fin de cuentas era el segundo de la tarde y él no sabía lo que le esperaba. Lo tumbó de una estocada ni buena ni mala. Cuando no se corrió turno en el cuarto ya sabíamos que Filiberto no volvería. El bicho se echa al inicio de la faena y ésta discurre con más pena que gloria sin que ni el toro ni el torero pongan la necesaria emoción. La emoción llega en el quinto, Fandanguero, número 28, con una embestida violenta y vibrante, con mucho que torear, especialmente por el derecho. Juan de Castilla va confiándose con el animal y descubre el pitón izquierdo. Ahí la faena cobra vuelo e intensidad, pues el novillo pide colocación y el torero cobra dos naturales en la raya de adentro de encaje y dominio. Gran disposición la del torero, en novillero, no dejándose ganar la partida. El sexto le achucha mucho con el capote, comiéndole el terreno desde los medios hacia adentro, el del kevlar lo arregla con un puyazo y un chicotazo, y los de los palos se las ven para clavar. Otro manso con dificultades. Juan de Castilla, todo decisión, le saca al toro tres tandas, cerrado en el tercio, antes de que el toro se pare y se ponga a la defensiva. Le tira un espeluznante gañafón que no hace presa y el torero no renuncia a jugársela sabiendo que el toro no tiene ni medio pase. Emocionante final de pura decisión. Lo tumba de un espadazo y firma una interesante tarde, certificando su progresión. Donde hace meses sólo se vio valor hoy ha habido más fundamento y, desde luego, la entrega que se pide a un novillero.
Sol y sombra
Anís y coñá
Silencio por Gallito
Uno, dos y tres
La afición
El honor de la divisa
La roja insignia del valor
De frente por detrás
Primeros auxilios
Atasco en la M30
El ojo de Zaius
Recuerdos de NYC