Abc
Fútbol es fútbol… menos cuando juega el Barcelona, que entonces es tabarrón, el tabarrón catalán y sus fantasías ruritanas (¡Ruritania para los ruritanos!): “Espanya ens roba”, “derecho a decidir” y, por supuesto, la “estelada”, que nuestras abuelas llamaban “la cubana”, prohibida como “agit-prop” por la delegada del gobierno en Madrid, pero permitida por un juez de lo Contencioso-Administrativo también en Madrid, sede de la final de la Copa del Rey (“¡vuestra copita!”, que decía el marido de Sakira a los jugadores del Real Madrid).
El tabarrón catalán es un negocio de “hestetas” (con la “h” de Cortázar) del fútbol y de la política, que para ellos es lo mismo, y cuyo símbolo es Guardiola, el D’Annunzio de Sampedor.
¿A qué vienen las “esteladas” o “cubanas” en una final de fútbol con el Sevilla?
En España no hay constitucionalitas, y si los hay, se lo callan, como hacen, según Borges, los monos con el habla: ellos saben hablar, pero se callan, para que no los pongan a trabajar. Los constitucionalistas que pudieran saber constitucionalismo se lo callan, para poder hacer carrera. En el asunto de las “esteladas” o “cubanas”, que es por lo que será recordada esta final, los constitucionalistas que han salido a relucir venían, no de la “Teoría de la Constitución” de Schmitt, sino del editorial del “As”, el periódico de Prisa, uno de cuyos jefazos, sin caer en lo ridículo que puede ser mentar la soga en casa del ahorcado, motivaba la decisión de la delegada del gobierno de prohibir las “esteladas” o “cubanas” en el hecho de tener un padre… falangista.
De parte de la delegada del gobierno estaban los abogados del Estado, o lo que quede de él, los mismos que no tuvieron tiempo de recurrir en su momento la decisión del parlamento catalán de oficializar, para su juego de banderas, la “estelada” o “cubana”, con lo que al pobre juez de guardia no le quedaba otra que dar por buena la bandera de Maciá (el coronel Sanders del catalanismo “fried chicken”) en la “rave” independentista de los culés en el Manzanares.
–Su exhibición está protegida por la libertad de expresión consagrada en la Constitución, que tanto costó –escribe el lugarcomunista global.
Hay que ser pipero (el cinismo es otra cosa de mayor inteligencia) para decir eso sin descomponerse de risa, pero ya que andamos por la senda constitucional conviene recordar que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, no un juzgado de lo Contencioso-Administrativo, prohibió en diciembre una conferencia del abogado Antonio García-Trevijano en Barcelona, no porque fuera a pedir la República, sino porque iba a defender la unidad de España, pero ningún Vidal-Folch de feroz, aunque anónima, lucha antifranquista salió entonces enseñando las facturas de la Constitución “que tanto costó” (?) ni sexando la militancia política de los padres de los jueces, los más altos de una región con un Estatuto con más de doscientos artículos (frente a los siete de la Constitución de los Estados Unidos de América) y que se agarra a este chusco episodio de las “esteladas” o “cubanas” para proceder a la “desconexión” con España, haciendo suya aquella metáfora cruel de Julio Camba sobre el Estado como central hidroeléctrica.
Fútbol es fútbol... menos cuando juega el Barcelona.
UN ELEMENTO DE ORDEN
El independentismo catalán es pactista, y eso significa que, para él, los principios son lo secundario. Cada día, un principio, y a cada principio, una bandera. Cuando la revolución del Alto Llobregat en enero del 32, primer golpe de Estado contra la República, Ruano pasó como enviado especial por Figols, cuyo vecindario no sabía ya con qué bandera quedarse: en abril del 31 quitaban la que estaban acostumbrados a aplaudir e izaban la republicana. Nueve meses después, se la cargan y levantan la roja. Luego, la blanca. Luego, otra vez la republicana… “Y después de tanto cambio, ¿sabe usted cual es la española?”, preguntaba el reportero a un vecino, que le respondió: “Hombre, yo, la que me digan. Yo soy un elemento de orden.”
El independentismo catalán es pactista, y eso significa que, para él, los principios son lo secundario. Cada día, un principio, y a cada principio, una bandera. Cuando la revolución del Alto Llobregat en enero del 32, primer golpe de Estado contra la República, Ruano pasó como enviado especial por Figols, cuyo vecindario no sabía ya con qué bandera quedarse: en abril del 31 quitaban la que estaban acostumbrados a aplaudir e izaban la republicana. Nueve meses después, se la cargan y levantan la roja. Luego, la blanca. Luego, otra vez la republicana… “Y después de tanto cambio, ¿sabe usted cual es la española?”, preguntaba el reportero a un vecino, que le respondió: “Hombre, yo, la que me digan. Yo soy un elemento de orden.”