martes, 31 de mayo de 2016

Rasurados

Aquella otra renovación vital, fresca, carnosa y mofletuda

Hughes
Abc


En el anuncio de Ciudadanos todos los hombres, hasta nueve, llevan barba. Están en un bar (dónde, si no) y alguien les habla en la tele. Suena prometedor. Levantan la mirada y es un hombre afeitado, de mejilla sonrosada incluso. Es Albert Rivera.

El anuncio parece que quiere decirnos algo. Son españoles que comparten hastío y barba como un símbolo de hartazgo, la sombra facial de los problemas. En ellos predomina una barba moderada, claramente rajoyita. Unas barbas medrosas. Todos llevaríamos una igual, quizás un vestigio de barba sociata o pura corrección «hipster». ¿Pero por qué llevamos barba? ¿Qué nos impide cambiar? ¿Miedo de nuestro propio careto? Un día la dejamos y la costumbre hizo el resto. Hasta que aparece un líder perfectamente rasurado. Rivera vuelve a ofrecer el atractivo del adán, político lampiño a cara descubierta. Rivera está pulsando por lo bajini una renovación vital, fresca, carnosa y mofletuda.

En 1927, Salaverría se extrañanaba en ABC de algunas opiniones contrarias a la barba. Para Nietzsche eran propias de épocas decadentes; Mussolini fue más lejos: «Soy enemigo de las barbas. El fascismo lo es también. Mirad los bustos de los grandes emperadores y los veréis todos afeitados: César, Augusto (...) Las barbas fueron generales en el antiguo régimen decadente que el fascismo viene a reemplazar con la juventud de las caras rasuradas».

¡Nuevo suarismo del rasurado! ¡Nuevo Pacto ante el espejo!

Dos ismos


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La tauromaquia produce lenguaje (es decir, pensamiento), pero el fútbol sólo produce música (del bombo de Manolo a las vuvuzelas de Madiba) en forma de himnos.

Según qué pasara en Milán, estábamos condenados al “boom” de uno de estos dos ismos: probrismo, si ganaba el Atlético, o rastacuerismo, si ganaba el Madrid.
Pobrismo es la chapa social en plan Blas de Otero del taxista que le dices a la Puerta del Sol y te dice que si le puedes indicar, que es nuevo en el taxi, y en el trayecto te recita la “Rerum novarum” de León XIII con voz saliendo de un odre, remedando al padre Ángel.

Y rastacuerismo, palabra que encantaba a Pío Baroja, es como los franceses llamaban al nuevo rico argentino o “arrastracueros” (señorito venido a más con la venta de cueros para la guerra del 14), y son esos mariposones del famoseo que se suben al carro de la Oncena (o de la Onceava, como dicen los nuevos académicos y el viejo Javier Solana). Por ejemplo, Richard Gere, en quien mi Emilia Landaluce, que es madridista manchesteriana (eso incluye a Hume, Smith y Mourinho), cree ver a Manuela Carmena con el peinado de Emma Penella.
A mí Richard Gere me parece el Arturo Fernández (¡Chatín!) de Filadelfia, cuna de la Constitución federal (la única constitución democrática que conocemos) de los Estados Unidos de América, que, por cierto, no tuvieron su primer himno hasta más de cuarenta años después de la Declaración de Independencia, ahora que en Madrid las Orejonas se acumulan y el “richardismo”, otro ismo nuevo, para celebrarlo, se nos vuelve verbalista y filarmónico, de modo que, a este ritmo copero, yo iría pensando en acogerme al palo del flamenco, que es la música de la hombrada para los guiris, y para los músicos, la de los que no saben solfeo.

El “richardismo” es este esperar a hacerse viejo para irse a vivir, en vez de a una autocaravana en las Rocosas, como los abuelos de Beavis y Butt-head, a un alquiler en Madrid y hacerse del Madrid… mientras gane.

Vigesimosegunda de mi Feria. Adolfos de todo un poco, con Rafaelillo casi en Machaquito


 Adivinanza
¿Cuál de estos dos tiros de mulas calderonas (de Calderón)
 privó de oreja a Rafaelillo por acudir al arrastre al galope tendido?


José Ramón Márquez

Si hay que decir que la corrida de Adolfo Martín Andrés, ganadero de Galapagar, no nos ha gustado se dice y no pasa nada. En esto, como en tantas otras cosas, conviene matizar lo suyo, porque no es lo mismo decir que no te ha gustado la de Adolfo a decir que no te ha gustado la del Vellosino, que son dos magnitudes distintas, lo que va del respeto a la irrisión. Conviene decir que hay aficionados muy adolferos que creen ver en él la pureza que perdió Victorino no se sabe cuándo y siempre esperan más de los adolfos de lo que la vacada o los conocimientos del ganadero pueden dar de sí. Creo que tampoco hay aquí un adecuado punto de comparación, porque Victorino es, sin lugar a dudas, uno de los ganaderos más importantes de la historia, y Adolfo no. Tampoco pasa nada por ello, Adolfo ha soltado en Madrid toros muy estimables, que avalan con suficiencia el interés con el que se le espera, y Victorino echó la corrida del 82 con la que dejó el listón a un nivel que nadie ha conseguido superar.

Viene a cuenta este contrapunteo entre el tío y el sobrino por cuanto lo que ha construido la seña de identidad de ambas ganaderías, la de la A y la corona y la de la V en un panal, ha sido la casta, la fiereza, la indoblegable inteligencia de sus toros, la emoción durante los tres tercios, lo imprevisible de las intenciones que se podían encontrar tras esas miradas huecas, y eso es precisamente  lo que más se echa de menos en ambas vacadas, como si la dirección ganadera en las dos casas se estuviese escorando hacia esa mal entendida visión de la bravura que consiste en que el toro se deje hacer de todo sin protestar, sin aprender, sin decir “¡aquí estoy yo!”. La corrida de Adolfo del año pasado en San Isidro tuvo un toro, Baratero, que es el que salvó los muebles del meter miedo, del susto y de la emoción, con el que Manuel Escribano obtuvo un triunfo merecido y ganado a pulso; en otoño del 14 fue Madroño el que trazó la línea para que la cruzase quien se atreviese a ello -en aquel caso, nadie-; hoy, nos ha faltado al menos uno equivalente a alguno de aquellos que nos echase a los labios un poco de esa miel que tan poco dulce resulta a los que se tienen que poner en el ruedo. Sin embargo, como prueba del respeto que infundía el ganado señalaremos que hoy no ha habido rocareyes con el capote, ni pedresinas, ni invertidos, ni manoletinas, ni bernardas, o sea que algo había ahí que decía: “ten cuidado”.

De entre los seis toros ha habido de casi todo, el primero atacado de kilos blandeó de manos y entró tres veces al kevlar; el segundo, muy en tipo de la casa, se metió tres pechazos consecutivos contra los burladeros del 6, del 9 y del 1 y cumplió en sus dos entradas al penco; el tercero, un cinqueño pasado con tipología de zambombo; el cuarto, un toro muy de la casa, cornipaso, estrecho de sienes, largo y alto que también entró tres veces al vis-a-vis con el jaco; el quinto, noblote y al gusto del toreo moderno; el sexto, también estrecho de sienes, fue el de más peso y cumplió en varas. Hay que decir que se ha picado de manera inmisericorde, que eso se debe reseñar, y que se hubiesen agradecido unas lidias más ordenadas. Bregando estuvo de lo más pulcro José Chacón. De entre los picadores ninguno que reseñar por lo bueno, si acaso José Manuel Quinta en el sexto, y eso que teníamos en la Plaza al merecedor del premio al mejor picador de la Feria de Abril, Chicharito, que yo le vi picar y puedo dar fe de que los del jurado que da esos premios deberían emitir los votos antes de los gin-tonic. El primero y el quinto eran de los famosos Aviadores de la casa y es por ello que hoy podríamos decir en resumen que la cosa ganadera fue de mayday, mayday.

En la cosa de los coletudos -postizudos- Rafael Rubio “Rafaelillo”, Sebastián Castella y Manuel Escribano.

Rafaelillo en su primero se equivoca de plano con el toro. El animal tendría sus doce o catorce muletazos, bien lo sabe el murciano, y ésa es la faena que había que hacerle: tres series y, antes de que el bicho se viniese abajo, un espadazo. No hacía falta, y nadie se la habría reclamado, una faena larga que sólo sirve para que se vaya viendo perfectamente cómo se van esfumando las posibilidades de hacer nada de interés. Con el toro tundido a pases y pasado, más que pasado, de faena, la cosa de igualarlo para la muerte se demoró más de lo necesario y le costó lo suyo a Rafaelillo dejarle la espada dentro después de dos pinchazos. Su segundo, Malagueño, número 7, era un toro que movía a equívoco, pues su seriedad y su trapío imponían un respeto enorme, aunque el toro no fuese ni mucho menos una alimaña. El animal no albergaba en su cabeza lo que se dice intenciones asesinas, aunque sí que planteaba problemas. A este toro lo recibe Rafaelillo con un capoteo de mucho dominio y mando rematado con una media que podía haber firmado Machaquito. Rafaelillo ve muy claro desde el principio el registro de valor y de pundonor en el que debe basar su trasteo y consigue construir una faena emocionante, puede decirse que sacados los muletazos de uno en uno, en la que busca la rectitud del toro, aguanta las pavorosas miradas de Malagueño y sus parones, se muestra muy firme en dejar puesta la muleta en la cara del toro y está atento a sus medias embestidas para salirse ágilmente de la suerte cuando el animal alza la cabeza en mitad del muletazo. Consigue confiarse con el toro y entonces le saca algunos naturales de gran emoción. Se adorna a la antigua, rodilla en tierra acariciando el pitón y deja un pinchazo y una estocada desprendida bastante eficaz. El toro, herido de muerte, se va hacia las tablas del 9 donde rueda. A este toro lo había banderilleado muy bien José Mora.

Castella es neotorero, tal cual. No es alguien en quien alguna vez hayamos visto otros planteamientos, otra actitud. Si censuramos al Julián, que hoy prefirió irse a Aranjuez a darse un festín con los cochinitos de Domingo Hernández, por no anunciarse con las ganaderías de respeto, hay que darle a Castella el crédito de estar esta tarde, igual que estuvo el año pasado, con los de Adolfo, que ni es juampedritis, ni es “eliminando lo anterior”. Vaya en ese sentido el aplauso a una llamada figura que hace lo que de ella se espera. El problema es que Madrid -los aficionados estos que nos echamos ahí la temporada entera- no recibe de buen grado el toreo ventajista planteado por las afueras, el exagerado cite con el pico o la postura de la alcayata y eso mueve a la censura, que es lo que le pasó a Castella. Y bien es verdad que él sólo torea así, pero también es verdad que eso en Madrid se tolera poco, especialmente si el toro se para y deja al torero con las vergüenzas de su ventajismo al aire, que es lo que le pasó en su primero, que se enfangó en una faena larguísima, de la que no se veía nunca el final, tirando de oficio. En su segundo, otro trasteo de largo metraje al bobalicón de Aviador I a base de templar, consiguiendo que el toro no tropezase la muleta, y de llevar al toro a una velocidad muy lenta pero sin buscar la posición que hace grande al toreo, la faena es como ver a un pastelero rellenando tartaletas con la masa pastelera, la misma cantidad de crema, ni una gota fuera, pero ni medio gramo de emoción o de pasión.

Escribano es el torero al que más veces llevamos visto este año. Se empeñó en sus pares de banderillas con todos sus peones tratando de aparcarle el toro y luego en una locura de pares al quiebro por los adentros que se inicia con el torero sentado en el estribo. Recibió a los dos a portagayola y en sus trasteos anduvo  vulgar y sin nada que decir, con toros que no se comían a nadie. Si le hubiese salido un barrabás, habría lucido mucho más, porque la fiera le habría servido para taparle sus carencias. El año pasado eso le valió una oreja, pero o no se enteran o no se quieren enterar y prefieren andar aperreados con los pastueños, que les dejan con las vergüenzas al aire a cambio de pasar menos miedo.

 En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía entonces
 ninguna forma; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad,
 y el espíritu de Dios se movía sobre el agua

 Entonces Dios dijo: «¡Que haya luz!»

 ¡...y sonido!
Sound System
(Nido de abejas que derraman su miel para el fenicio)

 El nido de las trolas

 Paseo

 Adolfo

 Herramienta

 Estaquillador
Grande alène dont se servent les cordonniers

 Voilà! Tiro de mulillas que privó a Rafaelillo de su orejilla

 Escribano a las 20:53
(No es un borrón, que es un barquillero)

 Recuerdos de Sevilla (y el rute)

 Soplón

 Así sí

 Escribano a las 21:07

Hasta el toro todo es Adolfo

Monacato futbolístico


Parchís taleguero, cuando aún no habían sido
 campeones ni Borussia ni Chelsea

Francisco Javier Gómez Izquierdo

       Cuando empezó a llegar ese alud de fútbol decisivo que se desata en mayo y que me suele pillar en plena Feria cordobesa, decidí retirarme a mi cuartel monjil de Barbate  -de repente y próxima mi jubilación he encontrado un horario que me va a permitir pasar largos periodos mirando a Marruecos- para ver los partidos a solas, sin internet, sin prensa y casi sin tele, pero sobre todo sin gente, ese concepto podémico que uno no sabe bien que quiere decir.

       Tanto en la final de Copa de España como en la de  Europa quité la voz del televisor y sólo en el salón de mi casa me dispuse a practicar el inútil ejercicio de buscar lo que faltaba a cada equipo. No voy a aburrir con mis desvaríos, pero a Émery le pedí que sacara a Konoplianka, para mí uno de los mejores fichajes de toda la Liga a principios de temporada, con el convencimiento de que iba a ser la noche de la consagración del ucraniano. A mí, Konoplianka me parece un crack sin explotar, pero como se empeña de continuo en no encender la espoleta, lo normal es que pasara lo que pasó ante su inhibición. Que con dos genialidades de ese  diablo que es Messi su equipo se llevara un título al que estaba obligado por presupuesto y contrastada calidad. Normalidad prevista y alborozo culé al que le faltaba azúcar ante la posibilidad de una nueva Copa de Europa para el Madrid...

     ...Y pasó lo que ningún culé es capaz de soportar, sin olvidar lo que tampoco ningún madridista imaginaba en el mes de febrero.  El Real Madrid campeón de Europa; el triunfo del general Zidane, una especie de Augusto, que estuvo en el lugar oportuno el día señalado por sus hados protectores; la subida a los altares de dos centuriones -Ramos y Cristiano- a los que una aparente debilidad les hizo más queridos en la batalla definitiva, pero sobre todo pasó lo que hace grande e incomparable al fútbol, conforme entendemos los yonquis irreductibles de este deporte. Pasó un tren durante casi dos horas repartiendo emoción a corazones entregados.

     “Este partido es de Carrasco”, me decía, como una semana antes decía de Konoplianka. Me extrañó que el belga no saliera desde el principio. Para los atléticos, Simeone es como Papa antiguo que nunca se equivoca. Yo también lo creo, pero me da que salir con Carrasco hubiera intimidado y, dependiendo del resultado, pues ó Augusto para defender ó Correa para revolucionar. Cosas mías, que conste, desde mi inclinación en favor del Atlético de Madrid, pero la verdad es que el partido pudo ser de cualquiera de los dos. La lotería de los penaltys y ese principio de que dinero llama dinero eligió al Real Madrid. El Atlético acrecienta su leyenda de esforzado perdedor y los indios de su tribu seguirán siendo por los siglos de los siglos los mas orgullosos. Tanto, como los del Liverpool o así.

     Once copas de Europa son una barbaridad. Admitido queda que la presente se ha conseguido con una gran dosis de fortuna, no del todo cierto que favorezca a los audaces, pero hay que reconocerle al Real Madrid ese estar ahí hasta el último minuto con capacidad para desmontar de un plumazo o de un penaltazo las tesis futbolísticas más sofisticadas.

     Enhorabuena al Madrid, al Sevilla, al Barça... y al Glorioso Alavés.

Martes, 31 de mayo

Valle de Esteban

-No piense usted, señor, que a esta miserable clase de personas voy a hacerles el honor de dedicarles una larga disertación.
Edmund Burke

lunes, 30 de mayo de 2016

La leyenda del hombre del albornoz verde


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Perder el ingreso a la Gloria por un gol en fuera de juego y dos penaltis contra los palos es para comer cerillas, y como no hay cerillas para todos los que esta vez iban con el Atlético, recurriremos a los libros de autoayuda de John Allen Paulos, “el matemático más ingenioso del mundo”, para explicar con números el milagro madridista de Milán a los dos años exactos del de Lisboa.

    J. A. Paulos estudia al hombre anumérico, u hombre incapacitado para manejar cómodamente los conceptos fundamentales de número y azar, es decir, el hincha atlético. El anumerismo lleva a la creencia en la seudociencia, cuya interrelación estudia nuestro ensayista.

    –Supongamos –nos dice J. A. Paulos– que el relato de Shakespeare es exacto y que César dijo “Tú también, Bruto” antes de expirar. ¿Cuál es la probabilidad de que hayas inhalado por lo menos una de las moléculas que exhaló César en su último suspiro? La respuesta es sorprendentemente alta: más del 99 por ciento.
    
Como la oncena del Madrid.

    De haber tenido esto en cuenta, y tratándose de la Copa de Europa y el Real Madrid, ningún atlético hubiera viajado a Milán. Pero viajaron muchos, si bien los más fatalistas (conozco a algunos) lo hicieron, después de haber sufrido lo de Lisboa, como aquel tipo (la historia también es de J. A. Paulos) que viajaba mucho y vivía preocupado por la posibilidad de que hubiera una bomba en su avión: calculó la probabilidad de que fuera así y, aunque ésta era baja, no lo era lo suficiente para dejarlo tranquilo.

    –Desde entonces lleva siempre una bomba en la maleta. Según él, la probabilidad de que haya dos bombas a bordo es infinitesimal.
   
 ¡Y esa probabilidad infinitesimal les tocó a los atléticos!

    Lo que mejor ejemplifica la pesadilla milanesa de los atléticos es la leyenda del hombre del albornoz verde: un recién casado, de viaje de bodas en Las Vegas, se despierta a media noche y observa que en la mesilla hay una ficha de cinco dólares; incapaz de dormir, se viste su albornoz verde y marcha al casino, apuesta a la ruleta y gana. Apuesta muchas veces al mismo número, y gana y gana hasta que el casino se niega a aceptar una apuesta tan elevada. El hombre va a otro casino, vuelve a ganar y se encuentra con cientos de millones de dólares. Decide apostarlo todo a un número. Y pierde. Aturdido, llega a su habitación, y su esposa le pregunta cómo le ha ido:

    –No ha ido del todo mal. He perdido cinco dólares.
    
¿Por qué el Atlético consintió apostarlo todo a la tómbola de los penaltis, si sabía que Juanfran tiraría al palo, una cosa que en el fútbol sólo ha estado al alcance de Cruyff, aunque él lo hacía aposta y para evitar conflictos de orden público, como en Burgos, cuando el penalti del árbitro Fernández Quirós?
    
El baño táctico de Simeone a Zidane en Milán llegó a ser espectacular, pero el Madrid, metido entre las faldas de Casemiro (¡todos los cisnes cobijados  en el pato feo!), se llevó su undécima Copa: es el único equipo europeo cuyos futbolistas podrían salir al Bernabéu como Bárbara Rey (y luego Norma Duval) salía en el Lido de los 70: desnudos y cada uno metido en su copa, aunque ni Lucas Vázquez ni Bale (¡ni Cristiano!) puedan competir en piernas con María García García o Purificación Martín Aguilera de “Una noche bárbara”. Como la de Milán.


CASEMIRO Y PÍNDARO

    Sergio Ramos metió el gol, arriesgó un penalti con la mano, hizo una entrada de expulsión y salió elegido mejor jugador de la final, por delante de Casemiro, que fue quien evitó el Waterloo del Madrid en Milán. Pero Ramos tiene prensa (de mejor central del mundo ha pasado a mejor central de la historia, y, aunque físicamente recuerde al Stalin seminarista, algún rapsoda lo confunde con Gramsci), y Casemiro, no, aunque empiezan a fijarse en él los Píndaros que asoman tras las victorias como los caracoles tras los nublos. A primeros de año, en Casemiro, que es feo (ese cierto aire a Claude Akins, el camionero de “En ruta”, cuando al madridismo oficial llega, qué pereza, Richard Gere), sólo confiaban Benítez y Hughes, pues el piperío sabía que lo trajo Mourinho y sólo tenía elogios para la “fiabilidad alemana” de Kroos.

Vigesimoprimera de mi Feria. Salve "Camarín", el toro de la Feria, y orejilla de los mulilleros de Justo Polo al torero que no lo toreó


 Después del Toro de la Vega, Las Ventas

José Ramón Márquez

Para que se comprenda la esencial diferencia que existe entre los toros y el balompié, ésta reside en que en el balompìé lo esencial es el resultado, especialmente si éste es el que conviene a los colores que cada cual apoya, mientras que en los toros el resultado es lo de menos; de hecho, la obsesión orejera como medida del triunfo -las orejas son los goles del toreo- constituye un galardón absurdo alentado desde los púlpitos periodísticos y audiovisuales, que al aficionado apenas le dice nada, pero que sirve a los públicos como explicación del triunfo al que creen haber asistido. Esto es algo que se nota bien cuando echas cuentas y, pongo por caso, nadie recuerda apenas nada de las tres puertas grandes de López Simón del año pasado -¿seis orejas?-, y cómo, sin embargo, permanece vivísimo e imborrable  el recuerdo de un simple cambio de manos de Pepe Luis Vázquez en la Feria de 1989. Eso en cuanto al resultado, y por lo que toca a la emoción, en el fútbol ésta estriba necesariamente en ir con uno de los equipos que contienden, mientras que en los toros la única posición decente es la de ser de aquél que lo hace, cuando lo hace.

Hoy, Domingo de Resaca futbolera, con la peor entrada de lo que llevamos de Feria en Las Ventas, se anunciaron los toros de Baltasar Ibán, divisa rosa y verde, como inicio del “ghetto torista”, que se ve que las ponen todas juntas para que la gente no pueda hacer comparaciones. Para dar cuenta de los ibanes contrataron a Iván Vicente, Alberto Aguilar y Víctor Barrio.

Los ibanes, según la Unión de Criadores, ya son encaste propio. Antes, también según la Unión, eran Contreras y algo de juampedro. Ahora también llevan algo de Pedraza al parecer, y algunos echan las culpas de lo que sale colorado precisamente a lo de Pedraza, cuando todo el mundo sabe que lo de Contreras da capas coloradas, castañas y tostadas. El lío. La cosa es que desde que le empezaron a dar cera al pobre de don Baltasar Ibán con que su ganado era pequeño, el hombre se empeñó, y luego sus herederos, en aumentar su volumen y así hemos llegado a esto de hoy, donde han salido a la arena uno de 606 kilogramos en la báscula de Las Ventas (a saber cuál sería su peso real en una báscula bien equilibrada de ésas en las que 1 kilo pesa 1 kilo) junto a otro de 484 kilogramos. Da igual, porque la cosa no estaba hoy en los números de la tablilla, sino en lo que decían esos animales desde que salían por la puerta de chiqueros, en su alta expresión que diría un cursi de esos que olisquean vinos. La cosa es que, más grandes o menos, los toros, desde que ponían la pezuña en la Plaza, infundían respeto, y eso es algo tan inusual que debe ser reseñado. No es que anduviesen a gañafones ni tirando cornadas al viento, pero tenían ese no-sé-qué de que estos no son como los de todos los días.

Luego hay además otros indicios, como por ejemplo que a estos seis de hoy les han atizado en varas lo que no está en los escritos, que les han destrozado las espaldas como si no hubiese un mañana y  como si todo lo que se fuese a picar en la vida fuese lo que hoy salió por la puerta de toriles; y luego, además, si el toro se emplea, y vive Dios que se han empleado, pues no hay nada como la inmunda carioca y taparles la salida para poder seguir mechando carne a placer y, sin embargo, los toros en pie y con la boca cerrada, y luego que vengan con que si son chicos o son grandes. Y después, a salir persiguiendo a los peones a la salida de los pares haciendo necesarios los quites y la adecuada colocación de los actuantes, y también las pasadas en falso, las tomas del olivo, los pares que son nones, los capotes por el suelo, la lidia inexistente: las cosas que trae la casta, que los toreros en eso son iguales que ese político demagogo y cargado de espaldas, que odian la casta.

La corrida de Baltasar Ibán fue un festín para el aficionado, el festín que se da en un espectáculo que se llama “los toros” cuando salen toros con sus cosas y su personalidad, cuando salen animales que son una incógnita ante la que el matador debe presentar sus conocimientos como aval para llevar a buen puerto su tarea. Recordando la inmundicia del otro día del Vellosino pensamos en lo que nos habría gustado ver al supuesto “poderoso” Julián con los ibanes, a ver cómo entre él y su cohorte de revistosos del puchero les explicaban a los pupilos del Cortijo Wellington dónde queda eso del poder.

Iván Vicente lleva en su cuadrilla de picadores a sus hermanos, Héctor y Jesús. Su primero llevaba el nombre mítico, Bastonito, y el número 35. Se arrancó con alegría y distancia al caballo que montaba Héctor y puso sus embestidas a disposición de su matador, que o no las vio claras o no supo qué hacer con ellas. Se pasa el rato yendo y viniendo y al final del trasteo deja más huella el toro que el torero.  Su segundo, Tesugo, número 21, el más grande del encierro, era un toro de gran presencia, cornidelantero, ofensivo. A éste lo picó Jesús de aquella manera. El toro se echa atrás al sentir el filo de la puya, pero eso no le quita de cobrar de lo lindo, más hacia la parte trasera que hacia el morrillo, donde nuestros abuelos decían que se picaban los toros. La faena no cobra vuelo, acaso porque Vicente no está por la labor de pelear con el animal, que él ha venido a otra cosa. Puesto por afuera, con mucho enganchón, se va pasando el tiempo y cuando le deja una estocada contraria y perpendicular y el toro no se echa decide, en vez de entrar a matar de nuevo, ponerse a descabellar no sé cuántas veces.

Alberto Aguilar tuvo enfrente al toro de la corrida y posiblemente al toro de la Feria, pues este Camarín, número 37,  ha desbancado por méritos propios al Malagueño de Alcurrucén como mejor toro de lo que llevamos de san Isidro. Fue Camarín un toro que cantó desde el principio sus condiciones, cuando en unas verónicas emborronadas  mostró su embestida alegre, viva y vibrante. Fue por dos veces al caballo con alegría, recargando en las dos varas que tomó, metiendo los riñones frente a la muralla de kevlar del penco y con alegría también acudió al cite de los banderilleros por ambos pitones. El toro era de cante. El toro va siempre a su aire porque Aguilar ni le obliga ni le somete ni le manda, desde unos especie de doblones por bajo, puro trapazo, en el principio, hasta la faena toda, Aguilar está siempre por debajo de las condiciones del Camarín,que se va al otro mundo sin conocer qué es el toreo. Cuando le entra a matar, estocada baja perdiendo el engaño, el toro comienza a perseguirle y ahí tienes al torero corriendo su particular sanfermín. Luego la picaresca: Lucas Benítez, que en vez de descabellar parecía que estaba haciendo una intervención de córnea, y los mulilleros a paso de tortuga, con parada incluida para arreglar ciertas partes de la cabezada de las mulas que se había descompuesto, propiciaron la incomprensible petición que fue atendida de manera vergonzosa por don Justo Polo, concediendo la oreja de la ineptitud a Alberto Aguilar, que ya sabemos que es pobre, pero que eso no le exime de no haber dado un solo muletazo como Dios manda. El toro fue desprendido con la fuerte ovación que se merecía. En su segundo pasó algo poco visto en los tiempos modernos: el toro va con fijeza y alegría a la muleta; en la segunda de sus tandas, el animal se echa encima a Alberto Aguilar y le zarandea lo suyo y, a partir de ahí, el toro, que se ha percatado del truco del toreo, ya no tiene un pase, vuelve grupas y se niega a ir al cite.

Víctor Barrio, me parece que siempre lo decimos, es muy alto. La faena a su primero un castaño de cuerna descarada, fue una exasperante sucesión de enganchones, sin que en momento alguno dijese algo de interés. En su segundo, el toro era el garbanzo negro de la corrida, aunque se empleó en el caballo y anduvo presto a las banderillas, y el torero era el mismo, con lo que todo queda dicho.

Paseo

Gitanas de capotes

Bastonito revisitado

Maneras de picar

Capotes y bufanda

La herramienta

Las alturas

Otra herramienta

Más herramientas

Las nueve del día después

Infanta de España bajo la lluvia

Lunes, 30 de mayo

Valle deEsteban

-Compárense las patas de pollo varicosas al desnudo de los caballeros de hoy con aquellos pantalones tres cuartos, modelo Capri, de las chicas en Vespa.

domingo, 29 de mayo de 2016

Domingo, 29 de mayo

Valle de Esteban

-Una nación no sale nunca del estado de naturaleza.
Emmanuel Sieyes

"Dadles vosotros de comer"

DOMINGO, 29 DE MAYO

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.» Él les contestó:

-Dadles vosotros de comer.

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: 

-Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Lucas 9,11b-17

sábado, 28 de mayo de 2016

Milán

Santiago Bernabéu, padre fundador de la Copa de Europa


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El derbi madrileño se ha hecho tan grande como, al decir de Cela, la tortilla de patatas o la palabra gilipollas, que nacieron en Lavapiés y son universales.

Cuando en Madrid se curraba, para lo más que daba un derbi era para unos chinos con Luis Aragonés o para una capea con Juan Gómez. Hoy, en Milán, como ayer en Lisboa, dos capitales españolas al fin y al cabo, se ventila una copa de Europa, la orejona, esa “milana bonita” que viene a satisfacer el hambre de acción que atormenta nuestras vidas contemplativas. En eso, el parado madrileño no se distingue del filósofo inglés, cuya única felicidad es el fútbol (en Inglaterra, Wittgenstein iba más lejos, y completaba el fútbol con películas del Oeste).

Una línea hiende a Madrid en dos porciones –decía De la Serna en su loa del paleto–: al Norte de esa línea están los pastores; al Sur, los labriegos.
Vikingos al Norte e indios al Sur, que defienden en Milán su prestigio balonero separados, ya no por la calle de Segovia, sino por el carácter. Capello, un Millán Astray del fútbol, ya ha dicho que el Atlético de Simeone tiene más carácter que el Madrid de Zidane, pero “carácter” viene de “barranco”, y los madridistas confían en que Zidane tire de chilaba y haga de Milán un Barranco del Lobo para el cholismo, que ahora es el ismo del populismo Benarroch.
Veo al Madrid de Zidane con mejor temperamento que carácter, y con mejor carácter que temperamento al Atlético de Simeone.

El carácter siempre ha gozado de mejor prensa que el temperamento. Para Pulitzer, si un redactor no tenía carácter, no tenía nada, igual que piensa Mourinho de los futbolistas. Pero ¿qué es carácter?

El misionero no siente una satisfacción más profunda por convertir al caníbal que la que siente el caníbal por comerse al misionero –era la forma de Pulitzer de plantear su duda.

Si, viéndose en Milán, Zidane sucumbiera a los cantos de los “hestetas” y adoptara la postura del misionero, sería devorado por el caníbal.

Vigésima de mi Feria. Otra frailunada (¡los Moiseses!) en una isidrada con casi más Frailes que Simones

Paseo

José Ramón Márquez

 Viernes casi de dolores en este tramo final de la Feria, víspera de la libranza que nos proporcionará la de rejones, último repecho antes de meternos en la cosa que más esperamos, la que empieza con Ibán y termina con Miura, la llamada “semana torista”, el apartheid de los toros ante los que jamás verás a Julián, la cuarentena de lo que debe ser eliminado.

Hoy nos prepararon otra frailunada. ¿Cuántas van? Ya hemos perdido la cuenta de la estampida de toros de los Fraile que llevamos vistos, hasta de sobreros. En Las Ventas vas al cuarto de baño y saliendo del retrete asoma un toro de los Fraile, que no saben ya dónde guardarlos, de tantos como tienen. Ya podían llamar a esto la Feria de los Fraile y abreviábamos. ¿Y por qué de tanto Fraile? Por lo económicos, imaginamos. Porque parece evidente, por lo que hemos visto de todo lo que han traído a Madrid en diversas formas y manifestaciones, por más que intenten travestirlos, debe  ser un producto de un precio altamente económico, visto el resultado. Lo mismo estos toros ni son ya de los Fraile, que igual son del Wang-Li o de alguno del Cobo Calleja, copias chinas y baratas que por fuera medio parece que imitan al toro de lidia y que cuando las bazuqueas un poco se les estropean los pitones o se les tuercen las patas.

Formalmente los toros de hoy pertenecían a don Moisés Fraile y se lidiaron a nombre de El Pilar. Don Moisés y doña Pilar Fraile Gómez (de ahí viene el Pilar) adquirieron la torada en el año 1987, que ya nadie recuerda que ese año fue declarado por la ONU como Año Internacional de la Vivienda para las Personas sin Hogar, y no se llegó siquiera a cumplir el año para que se eliminase lo anterior, como manda la tradición. Lo mismo que los leones machos cuando se hacen los amos de la manada lo primero que hacen es matar a los cachorros que pudiera haber de su antecesor en el mando, los ganaderos bien orientados no dejan que les crezcan las barbas a los toros del anterior propietario y antes que mandar arreglar los cercados o arreglar la casa, ya están llevando al matadero lo del amo precedente, pues creen que quienes saben hacer las cosas bien son ellos. Como es natural, la eliminación abre la puerta a la entrada en juego de los inevitables juampedros, sean de donde sean, pues bien saben los ganaderos de postín que, como anuncia tarde tras tarde el programa de la Plaza “este encaste conserva la cualidad de ir a más” además de que “se arranca pronto y lo hace galopando, con alegría y fijeza en los trastos de torear”.  ¿Quién no se va a comprar una punta de vacas con esas referencias?

Luego el hombre propone y Dios dispone y en este caso lo que se dispone es que los seis galanes que han salido por la puerta que custodia un barquillero se parecen a lo de juampedro como un higo a una castaña. Ni por tipo zootécnico, pues no eran bajos de agujas ni de cuello corto,  ni más bajos de cruz que de grupa, ni bonitos, ni finos de tipo ni finos de hueso. Eran lo que la genética y el empeño de don Moisés han conseguido a partir de lo que se compró, su encaste propio, su obra, los Moiseses, otro nuevo encaste para el siglo XXI. Dejaremos aparte lo de la blandura de remos, lo del poco ímpetu hacia los pencos forrados de kevlar, lo del descaste, y resaltemos el punto de mansedumbre -esto no debe tomarse como una censura, pues no lo es- y las condiciones para embestir con las fuerzas que tuviesen de,  al menos, tres de los del encierro.

La cuestión del toreo hoy venía garantizada por David Fandila “El Fandi”, David Mora y Alberto López Simón.

Con Fandila, aunque entre ellos no se parezcan en nada, pasa algo parecido en Madrid que con Pedrito El Capea, la víctima del bullying venteño. Todo el mundo, por poco o nada que haya ido a los toros, va imbuido de los puntos que ganan sus comentarios simplemente con censurar a Fandi, cuando es uno de los toreros del escalafón entero que menos mienten. Fandila no pretende escacharrar relojes ni pretende hacerse pasar por Fandila “el Poderoso”, Fandi es un torero cuyo éxito popular reside en dar un espectáculo en el que da lances de capa, pone banderillas, muletea y mata sin darse importancia y buscando la complicidad de un público amable y fiestero. Con esos mimbres torea muchísimo, pero eso en Madrid no le vale: no le valen sus lances trapaceros, ni sus banderillas eléctricas a toro pasado, ni sus trasteos ventajeros. Si acaso puede que lo que menos le echen en cara es lo de perder la muleta al entrar a matar, porque si deja el estoque en el interior del toro (el dónde y el cómo no son importantes) la estocada o sablazo es aplaudida en Madrid como si la hubiese dado el mismísimo Rafael Ortega.

Y nadie se fija, sin embargo, en que Fandila ha estado toda la tarde ejerciendo magistralmente de director de lidia, atento a cada lance de la corrida, atento a quites, óptimamente colocado. Porque hay que reconocer que no se ha visto en lo que llevamos de Feria a nadie tan preocupado por el desarrollo del festejo en la dirección de la lidia como a David Fandila, y no se fijan en eso porque eso no va en el guión, que eso iba en el de Paco Esplá: “Ya verás cómo dirige la lidia...”, pero no en el de Fandi.

David Mora volvía demasiado pronto a Madrid tras la emotiva tarde del pasado martes. Mejor habría sido dejar al torero rumiar el cariñoso éxito que le dio Madrid, pero sus mentores no consideraron esa posibilidad y trajeron a David Mora a dar una imagen más próxima a sí mismo de la que dio el otro día gracias a las condiciones del toro Malagueño. En su primero llegó a cruzarse en algún muletazo, toreando con la zurda,  amplificado su valor con el empaque de la propia figura del torero. Cuando el toro no da vueltas, cuando es el torero el que tiene que atacar, Mora se queda bastante desdibujado. En algún momento de la faena se queda impávidamente tirando del toro hasta que en una de ésas, estando descubierto, el animal le levanta los pies del suelo, por fortuna sin consecuencias. En su segundo, el aburrimiento por el desarrollo del festejo se había enseñoreado de Las Ventas y en vez de oles y palmas el sonido de la plaza era un murmullo de conversaciones.

López Simón trajo hoy los ecos de su época novilleril, tan espesa. Pensábamos sinceramente que hoy tiraría por la calle de enmedio, sin la presión del otro día, y presentaría otra vez su desparpajo y su cara frescachona para llevarse la tarde de calle, pero la cosa no le salió. Acaso el joven matador estaba más atento a tomar el avión para irse a Milán que de dejar huella en su segundo paso por la Feria, pero el caso es que en ninguna de sus dos actuaciones consiguió encandilar a la masa más acrítica y conformista, que es la que le ha hecho torero famoso – de eso a figura hay un trecho que creo que López Simón no va a recorrer-, en el primero porque al toro le faltaba el movimiento continuo que es preciso para crear la ilusión de que se está toreando. El toro se paraba y había que pensar en él para extraerle el jugo, pero esa posibilidad parece que sólo Ponce la contempla y nadie más. En el segundo porque el toro había perdido tanta sangre desde que salió de las manos del picador hasta que comenzó la faena de muleta que era ya un milagro que se mantuviese en pie. Este segundo era un sobrero de Salvador Domecq, negro y blando, que sustituyó al titular por desplome manifiesto. López se puso extremadamente pelmazo en cercanías y agobios al pobre bicho jaleado de manera harto consistente por su apoderado, Julián Guerra, desde el callejón. La paciencia de las gentes tuvo su límite y en un  momento comenzaron a increparle para que cortase la faena o como diantres se llamase eso que estaba haciendo.
Road to Milan

Muletas caídas
 
 
Rojo y negro
 
Plebiscito
 
Lo real
 
El desahucio de cada día
 
La autoridad
 
Esos días azules, ese sol de la infancia

A los pies del amo