Stalin y Ribbentrop
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con tanta lluvia y sin Gobierno, la imaginación se nos va al escalofriante “Sueño” que Jean-Paul Richter escribió prefigurando a frau Merkel: “Discurso de Cristo muerto en lo alto del edificio del mundo: no hay Dios”.
–Padre, ¿dónde estás? –pregunta en la iglesia de un cementerio inmenso.
Y sólo se oye a la lluvia en el precipicio. La eternidad (ese presente rajoyano) reposa sobre el caos y lo roe. Al roerlo, ella misma se devora lentamente. Todo el edificio del mundo va a derrumbarse ante nosotros. Los niños muertos se acercan a Cristo: “Jesús, ¿no tenemos padre?” Y él responde:
–Todos somos huérfanos.
Todos, menos Aguado, un politólogo de los que piensan, “como Hobbes”, que el hombre es bueno. Tan bueno, que a mi Emilia Landaluce le cayó a palos el Tom Paine de los piperos por haber arrancado del Líder Centrista de Madrid el falso guiño hobbesiano.
Por decir lo que todo el mundo ve, que en Europa está proscrita la verdad, al húngaro Orbán le llaman fascista, cosa que por nada del mundo quiere Aguado que le llamen a él, y corre a firmar la Memoria Histórica, una ley inicua en virtud de la cual por el mar corren las liebres, y por el monte, las sardinas, lema heráldico de la socialdemocracia europea salida del Congreso por la Libertad de la Cultura.
–¡Es que hay que ver cómo están de muertos las cunetas!
Aguado no quiere bandos (“como Hobbes”), pero hace suyas las cuentas del alcalde de la gomina municipal de Zaragoza, para quien, sólo con los de un bando, en nuestras cunetas habría más fusilados que en los arrozales de Pol Pot. A Aguado no le constan, “pero hay que respetar la ley”.
Galbraith preguntó a Von Ribbentrop (el del pacto nazi con los comunistas) en una cárcel de Luxemburgo el porqué de la estupidez de declarar la guerra a América. “Por el tratado con Japón”, contestó. Y el traductor preguntó por su cuenta:
–¿Por qué fue ese tratado el primero que decidieron respetar?
Monotonía de lluvia tras los cristales.