Deadwood
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Del “papeles para todos” hemos pasado al “un solo tío sin papeles”, Rivera, el orador que enloquece a los piperos, que son como la gata recién casada de la fábula que ve pasar a un ratón.
Yo he visto en esa tribuna a Agustín Rodríguez Sahagún discutir sin papeles, de memoria, los Presupuestos a Miguel Boyer, que no daba crédito, pero Sahagún era más feo que un nublo –por eso coleccionaba arte– y nadie lo comparaba con el vizconde de Bolingbroke, famoso por su elocuencia y su Muy Leal Oposición de Su Majestad (“Her Majesty's Most Loyal Opposition”).
Un paisano de Rivera, Eugenio d’Ors, definía la elocuencia como “la previa seguridad de ser escuchado”, pero el español, hecho al verbalismo de bar y de café, confunde la elocuencia con la charlatanería, y de la charla de Rivera en el Congreso me quedé con su idea de que “la democracia son las primarias”.
Si Rivera hubiera leído a Tocqueville (o si, al menos, hubiera visto “Deadwood”) sabría que las primarias son hoy un folclor de la democracia –la única que existe– de América, tan ayuna de tradiciones. Al fundarse, el país era un continente poblado por los vecinos que ahora hay en Madrid. Los candidatos lo recorrían a caballo y luego en tren de carbón (si Ciudadanos quiere quitarnos el Ave será por volver al tren botijo con que jugar a las primarias), dejando compromisarios en cada pueblo.
Ir a América a copiar la democracia y traerse, en vez de la Constitución (¡siete artículos de nada!), las primarias, es como venir a España a copiar la Tauromaquia y llevarse… a los alguacilillos que despejan la plaza por su traje como de gala Drag Queen.
A los toros vino Frank Sinatra, y como su Ava estaba empiernándose con Mario Cabré soltó su célebre “I will never go back to that fucking country!” Pero a los toros vino también Jack Randolph Conrad, que escribió:
–Si no nos gusta ver a la autoridad establecida desafiada por el individuo, entonces condenaremos violentamente la corrida de toros.