Los Rafaeles Dorado, padre e hijo
El padre con el móvil en la mano espantando la lluvia
Expectación a la salida
El Cristo de la Conversión en la plaza de
Electromecánicas a las 7 de la tarde
Francisco Javier Gómez Izquierdo
El reloj de la Iglesia de la Letro se paró hace muchos años y el propietario, que es un particular, metafísico él, al que el Obispado de Córdoba paga un alquiler, dicen que divide el tiempo en una sucesión de días y noches. El reloj de la torre de la Letro miente distinto en cada punto cardinal, pero los parroquianos, filósofos ellos, dicen que el tiempo no existe y saben que lo importante es la Fe del barrio en su Virgen del Rosario.
El reloj de la Iglesia de la Letro se paró hace muchos años y el propietario, que es un particular, metafísico él, al que el Obispado de Córdoba paga un alquiler, dicen que divide el tiempo en una sucesión de días y noches. El reloj de la torre de la Letro miente distinto en cada punto cardinal, pero los parroquianos, filósofos ellos, dicen que el tiempo no existe y saben que lo importante es la Fe del barrio en su Virgen del Rosario.
Rafael Dorado, que lleva años dejándose la salud por la prosperidad del barrio de Electromecánicas, esperaba el día de ayer con más nervios que el día que se casó y al pobre le iba a dar algo cuando, a la hora de salir por primera vez“su” Cristo de la Conversión, a los cielos les dio por incomodar con un chaparrón sin caridad ninguna. Fue nada más que un chaparrón. Rafa llamaba a Palma del Río, a Posadas, a Almodóvar y preguntaba cuánto había durado el nublo y cómo había quedado el cielo y qué se veía mirando “pa Sevilla”.
“Salimos”, decía Rafael. “Es un chubasco de ná”. Y el Cristo salió. A los cielos no les quedaba más remedio que apiadarse y hacer feliz a Rafael, un Hermano mayor de lo que no hay, en su día más querido.
¡Enhorabuena, Rafael, y felicidades al Barrio de la Letro!