Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Poncio Pilato, gobernador de Roma en Judea, es el personaje oscuro de la Pasión, “pues aún hoy no se sabe qué sentía él por Cristo”.
–¿Y su Cristo no veía a quién reclutaba como mártires? –pregunta Kornílov al padre Andréi en “La facultad de las cosas inútiles”–. Pedro renegó de él. Tomás dudó. Y Judas lo traicionó. Tres de doce: el 25 por 100 de producto defectuoso. Cualquier jefe de personal sería destituido por esta selección… ¿Y dónde meterá a Pilato? ¿El juez que se lava las manos? Que condenó a muerte, pero que no tiene la culpa. Porque si el pueblo grita “que lo crucifiquen, que lo crucifiquen”, ¿qué otra cosa puede hacer el juez? Él no quería, pero se sometió a la voluntad del pueblo. Ah, ¡vaya circunstancia atenuante!
–¡El poder terrenal es complejo, sofisticado! El espiritual es mucho más sencillo. Desde este punto de vista, en la historia de Cristo, todo es muy sencillo. No les gustaba Cristo, fue arrestado, juzgado, condenado y ejecutado. Asunto resuelto. Aunque faltó poco para que se fuera todo al garete. Pilato procedía de una rica familia samnita. Los samnitas eran aliados, no romanos. Tenían emblemas diferentes: los romanos, la loba; los samnitas, el toro. Un nuevo rico, un arribista. Sejano lo nombró procónsul en Judea por su odio a los judíos. En Judea nunca fue conocido un tirano como él. Pero, aun así, no quería condenar a Cristo. ¿Por qué? Aquí empieza la confusión. Pilato acabó mal. Unos dicen que fue obligado a suicidarse durante el reinado de Calígula. Otros, que fue ejecutado por orden de Nerón. Y hay quienes afirman que, exiliado en Suiza, se ahogó en el lago de Lucerna. En los Alpes hay una montaña que se llama Pilato. El Viernes Santo –el día del juicio– apareció allí una sombra enorme y todo el mundo se lavó las manos… Lo único que Jesús quiso destruir y en efecto destruyó todo el tiempo fue a las autoridades… Pilato, “homo novus”. Se rindió, se lavó las manos y lo condeno. Como usted y como yo.